Dos semanas más tarde...
Nunca había estado tan nerviosa en toda mi vida. Es tarde en la noche en los Estados Unidos y aunque New York es conocida por ser la ciudad que nunca duerme, mi cuerpo está lo suficientemente cansado como para querer conocerla. Mi compañero de viaje fue una molestia en toda regla, un chico de diez años que viajaba bajo la supervisión de las auxiliares de vuelo, no dejaba de golpear su rodilla con la mía y empujar el asiento del señor de enfrente. Creí que no sobreviviría. Mi maleta tampoco es que me ayude mucho, pesa un montón y tengo los pies adormilados de estar tanto rato sentada.
Encontrar la salida del John F. Kennedy International Airport, es más complicado de lo que pensé, para mi suerte soy buena leyendo mapas y rutas «nótese mi sarcasmo» Así que, después de dos horas dando vueltas como loca en el lugar, logro tomar un taxi en la entrada con destino a la avenida Ámsterdam en el Upper West Side.
Bajo la ventanilla del coche y me dejo impresionar por los enormes rascacielos. Las luces de la ciudad me hipnotizan, y una melodía muy conocida eriza mi piel. Todo es igual que en las películas.
«Aww, New York es un corazón palpitante.»
Alicia Keys no miente cuando dice en su canción que no hay nada que no puedas hacer aquí, me siento libre, caótica, viva. Las calles me hacen sentir como si fuera una nueva persona.
«¡Madre mía, que ganas de comerme el mundo!»
«Esta ciudad es perfecta para mí.»
«¡Por Dios, que no me creo que estoy en New York!»
Esto es un sueño.
Quiero gritar, quiero salir y correr para hacerle saber a todos que yo, Rose Harriet Miller estoy aquí, y estoy experimentando lo que es llorar de felicidad.
Ni siquiera me doy cuenta cuando llegamos a la 5th avenida, pero no puedo soportarlo más, olvido el cansancio y pierdo la cabeza por enésima vez en mi vida. Mi corazón va a mil por hora, las manos me tiemblan y no estoy segura de que en algún momento se detendrán. Las estrellas brillan con gran intensidad pero no con la suficiente luz como para cegarme. Son perfectas, aquí incluso el cielo es diferente. Escucho una voz que reclama mi atención, y salgo del taxi sin que se detenga el contador, esto me va a salir caro, pero valdrá la pena.
—Espere aquí.—le pido al chófer.
La veo, una joven que no parece tener más de 18 años canta delante de una tienda de ropa acompañada con un teclado electrónico. No comprendo como las personas que pasan por su lado no se detienen a admirar su talento. El estuche de su instrumento está abierto de cara al público inexistente y cuatro monedas tristes y solitarias yacen en su interior. Me acerco, y me convierto en su única espectadora. Me siento la persona más afortunada del mundo por estar en la primera fila de una de las presentaciones más lindas que he visto en mi vida. La adrenalina corre por mi cuerpo y comienzo a aplaudir con emoción, no conozco la canción, pero que más da, estoy en la Gran Manzana, casi a media noche y puedo bailar al ritmo de la música. Saco un billete de 10 dólares americanos y lo dejo en el estuche.
—Hola ¿Quieres escuchar alguna canción en específico?
No se quien está más sorprendida, si ella o yo. Ya estaba pensando volver al taxi, pero ¿cómo negarme a una oferta como esa?
—Alguna que trate de la ciudad, por favor. —Le brillan los ojos, es bajita, pelirroja, y bastante menuda, pero tiene una voz de gigante. Sorprendente. No tarda en adivinar que soy extranjera por mi acento, y me sonríe antes de comenzar a cantar una famosa canción de Taylor Switf.
—Welcome to New York, it's been waitin' for you...—No pudo haber sido una elección más acertada, la más cálida de las bienvenidas por parte de la ciudad.
—Gracias. —me despido con el corazón en la mano y prometiendo regresar mañana, porque espectáculos como estos son mis favoritos. La ilusión con la que las personas cantan en la calle no se encuentran en los escenarios, y su mirada cargada de esperanza es de las cosas que más me inspiran a escribir.
La cara de felicidad del taxista me deja bien claro que esta noche gastaré más de lo que tenía pensado.
Hay algo en mi mente y en mi cuerpo que no me deja pensar con claridad. Es como si estuviera en el sitio correcto, como si perteneciera aquí. Me estoy volviendo loca al pensar de que New York quedará impregnado en mi piel. Tengo mariposas en el estómago, me siento extremamente atraída hacia cada cosa. Creo que me estoy enamorando y acabo de llegar.
No entiendo como a Jess no le gusta la ciudad, supongo que no todos vemos lo mismo. Para ella New York era barreras y desorden, mientras que para mí es una vida, una historia, un libro abierto, y muero de ganas de leer cada una de sus páginas.
Llegamos a nuestro destino, confirmo que es la dirección correcta y pago el taxi tratando de no alarmarme por el costo. Arrastro mi maleta por la acera y entro en el antiguo edificio en busca de la puerta número 31. Para mi mala suerte tengo que subir unos 16 escalones hasta el segundo piso. Termino agitada y con las manos apoyadas sobre mis rodillas. La próxima vez le pido ayuda a alguien.
Me espabilo, me aliso mis jeans y mi camisa de rayas mientras reviso si mis converses no están demasiado sucios. Toco a la puerta mordiéndome el labio inferior tratando de aguantar las ganas de gritar el nombre de Joan por todo el pasillo. No abre, ni al primer toque, ni al segundo y comienzo a impacientarme. Toco dos veces más y me doy cuenta de que el timbre está justo al lado de la cerradura. «¿Quién podría verlo allí?» Presiono el botón sin descanso y suena tan alto que tengo miedo de que los vecinos salgan y me quieran echar del edificio, pero por fin la puerta se abre.