El domingo pasó volando. Joan se levantó temprano y me acompañó al Ámsterdam Café para que desayunáramos juntos. Él pidió lo mismo que la vez anterior, pero yo no me pude resistir «por más que mi acompañante me advirtió que terminaría con mal aliento» a probar la Western Omelette que contenía jamón turco, pimientos y cebolla. Y tengo que decir que no me arrepiento de nada, estaba deliciosa.
Tenía planeado que visitáramos juntos algunos sitios más cercanos, pero ya Joan había decidido pasar todo el día junto a su hija Alissa, y a pesar de que le rogué que me dejara estar con ellos también se negó rotundamente poniendo de excusa que la pequeña aún no estaba del todo recuperada y se quedarían en casa de su madre.
Terminé sola, siguiendo las instrucciones del mapa del móvil, y recorriendo una de las calles más transitadas. Casi no me pude hacer fotos porque salgo fatal en las selfies, pero por lo menos logré captar en cámara la famosa Catedral de San Patricio. Una iglesia de estilo neogótico rodeada de gigantes rascacielos. No entendía como algo tan antiguo podía contrastar tan bien con el estilo moderno.
Recorrí el barrio Harlem porque Kelly me había contado la noche anterior que los domingos se hacían las misas Gospel y yo me moría de ganas por ver una en vivo y en directo. Al final tuve que pagarle a un guía porque estuve más de media hora tratando de encontrar una iglesia donde me dejaran entrar porque tenían prohibida la entrada a los turistas. Pero después de disfrutar de la música olvidé todo los contratiempos que había tenido para llegar.
La mejor de las tardes la viví cuando entré a la Biblioteca Pública de New York. El paraíso en libros, y de mis lugares favoritos. Sentí que la ciudad me guiaba a ella cuando leía frases de célebres escritores en las aceras de la Avenida a la biblioteca. Fue como un juego y que mejor premio que ver millones de libros juntos. Me quedé allí, leyendo "Cien años de soledad" hasta la hora de cerrar, en la sala de lectura que curiosamente lleva el nombre de Rose Main.
Volví a casa agotada, hambrienta y sin ver a Joan. Hice un pedido a domicilio a un restaurante Chino que encontré mientras navegaba en internet y durante la espera para la llegada de la comida aproveché en llamar a Kelly para invitarla a la presentación de mi libro. Tener una cara más menos conocida me vendrá bien. Suerte que habíamos compartido nuestros números de teléfono la noche anterior.
No recuerdo cuando me quedé dormida solo sé que sentí llegar a Joan en la madrugada, cuando dejó caer sobre mí el arrugado edredón que yacía a los pies del sofá. Y ahora está aquí, en el comedor del apartamento, degustando su desayuno y sonriéndome con amabilidad.
—Cuéntame ¿Qué hiciste ayer por la ciudad? —Está vestido con un traje gris de oficina y un maletín de esos de ejecutivos descasa en su regazo. La corbata con tonos azulados resalta el color esmeralda de sus ojos. Está muy guapo.
—Fui a dos Iglesias de diferentes religiones, leí un libro en la biblioteca pública y conocí la historia del barrio de Harlem y su ambiente multicultural. —Hago una pausa mientras remuevo mi café. Esta mañana Joan me sorprendió con la noticia de que había comprado una cafetera eléctrica moderna y cápsulas de café de distintos tipos. — ¿Y tú? ¿Qué tal tu domingo?
—Bien, Alissa y yo vimos un maratón de las películas de Tom y Jerry toda la tarde, y luego Hellen y su novio me invitaron a cenar. —se le ilumina la mirada al decir el nombre de su hija, pero va bajando su tono de voz al hablar de su ex pareja.
—¿Ya se siente mejor Alessia? — Por más que me muera de ganas por saber sobre su divorcio me rehuso a preguntarle. Quizás antes de que me marche de vuelta a Londres se anime a contarme.
—Sí, su indigesta había sido a causa de la cantidad de dulces que comió en el cumpleaños de una compañera de clase. Por eso no pudo pasar conmigo este fin de semana. Para que asistiera a esa celebración. —Se encoge de hombros mientras muerde otro trozo de su sándwich de jamón y queso.
—¿Eso significa que podré verla el fin de semana que viene? —Me emociono con la idea. Los días previos a la boda de April pasamos juntos mucho tiempo en casa de sus padres, Los Roth's; y de vez en cuando todos, incluidas Penny y yo que no éramos de la familia cuidábamos de la pequeña. Ya debe tener por lo menos 3 años si mis cálculos no fallan.
—Sí. —Me regala las más cálidas de las sonrisas. —¿Estás nerviosa? Por lo de la presentación, digo.
—Mucho. Ver que he llegado hasta aquí por mis libros es como un sueño. Aún no me lo creo, Joan. —Escondo mi rostro entre mis manos y trato de contener las lágrimas de felicidad.
—Te lo mereces, Rose. Eres muy buena.
—No sé yo si soy tan buena como dicen. —susurro y por un momento creo que no ha podido escucharme.
—Eres lo suficientemente buena como para que tu libro esté en una de las librerías más famosas de los Estados Unidos. —La seguridad de sus palabras me obligan a mirarlo a los ojos y nunca pensé ver en ellos tanta verdad.
—Gracias.
—¿Qué harás esta noche? —Me pregunta antes de ponerse de pie, y llevar los platos sucios al fregadero haciendo malabares para también sostener su maletín.
—No lo sé. Quería comprar un boleto para ver un musical de Broadway.
—Es un buen plan, si quieres puedo acompañarte. Podemos ir a un sitio especial luego de que termine la función.
—¿Más especial de lo que ya lo es toda la ciudad? —Le pregunto intrigada.
—Es mi sitio favorito y el primero que visité cuando llegué de Inglaterra. —Me sonríe mientras se dirige hacia la salida. —Entonces ¿Te acompaño?