Una boda de mentira

Capítulo 6

Salimos del apartamento con prisas, ya vamos algo justos de tiempo. En mi cabeza solo puedo pensar en una cosa. ¿Cuál sería la mejor opción a elegir? Contrato de trabajo, visa de estudiante o matrimonio falso. Tengo que tomar una decisión lo más pronto posible si realmente quiero quedarme en este país.


 

Broadway como bien dicen es una Avenida rebelde y con personalidad propia. No es la primera vez que paso por aquí desde mi llegada a la ciudad pero aún así logra impresionarme. El Times Square se roba todas las miradas e incluso Joan que está a mi lado se siente atraído por las innumerables pantallas, luces y colores. Ojalá algún día pueda venir a un concierto de uno de esos grandes artistas que siempre se presentan aquí.


 

El Teatro Gershwin me hace sentir como si estuviera en un cuento encantado. Nada más llegar nos reciben los adornos de brujas y el ambiente verdoso que caracteriza al personaje principal del musical. Doy saltitos de alegría, tengo los pelos de punta y ni siquiera han comenzado a cantar. Siempre había soñado con estar aquí. Sentada en una butaca de terciopelo, en el medio del salón, justo en la décima fila. Cuando miles de luces se enfocan todas sobre el escenario en el mismo instante en que las cortinas se corren y comienza la función.


 

Lloro y canto, canto y lloro cada una de las canciones. La escenografía es preciosa y olvido el mundo exterior. ¡Quiero venir aquí todas las semanas! Y puede parecer una locura, pero una idea descabellada recorre mi cabeza. ¿Y si?... Joan.


 

Joan aplaude a mi lado, Defying Gravity es cantada con pasión por la bruja mala del oeste, y la letra se impregna en mi piel. «Es demasiado tarde para volver a dormir, debo confiar en mis instintos, cerrar mis ojos y creer... Es tiempo de intentarlo y desafiar la gravedad. »


 

—Rose, la gente nos está mirando. —La canción está a punto de terminar cuando Joan me interrumpe. Tengo que contener el impulso de hacerle una pregunta que nunca creí que saldría de mis labios, pero quiero quedarme en New York y tengo que tomar riesgos.


 

—¿Eh?


 

—Estás cantando en voz alta, pero muy alta. —Me sonríe como si le causara gracia que yo misma no me diera cuenta del tono de mi voz.


 

—¡Oh, Dios mío! —miro a mi alrededor y la pareja de adolescentes que está detrás de nosotros y la señora que se encuentra a mi lado cuchichean entre risas. —Lo siento. —Me disculpo avergonzada, estaba tan metida en el show que olvidé que estoy en el teatro y no en la ducha.


 

—Cantas muy bien. —Me susurra Joan sin apartar la mirada del Show, y yo me tenso. La idea sigue ahí, y no piensa salir de mi cabeza hasta que no le haga frente.


 

—¿En serio? Te estás burlando de mí. —Le doy un codazo y él se acerca más a mi butaca.


 

—No, estoy diciendo la verdad. Se nota que te gusta la función. Nunca había visto a alguien disfrutarla tanto como tú. —Quería contestarle, pero una lluvia de aplausos me interrumpe y prefiero que sea así, porque cada vez que centro mi atención en él tengo ganas de cometer una locura.


 

Salimos del Teatro más que satisfechos por las dos horas y 45 minutos que disfrutamos del arte allí dentro. Estoy tratando de ordenar las palabras en mi mente, y encontrar el momento indicado para dejarlas salir.


 

—¿Estás bien? —Me mira con el ceño fruncido. —Te noto perdida.


 

—Estoy bien es solo que... ¿A dónde vamos? —pregunto cuando veo que no nos dirigimos camino a casa.


 

—¿Recuerda que te dije que te llevaría a mi lugar favorito de la ciudad?


 

—Ah, sí, es cierto. —¿Cómo debería hacerlo? Se lo pregunto de una vez o simplemente espero a que él lo deduzca. ¿Y si se niega? Oh, entonces si que estaría perdida.


 

Caminamos en silencio, porque es lo único que necesito para pensar y a Joan no parece importarle. No tiene nada que decir hasta que nos detenemos.


 

—Es aquí. Bueno, no aquí justamente. Necesitamos subir al piso 102. —Se encoge de hombros y me mira dudando, como si yo no estuviera impresionada. El Empire State es poseedor del rostro de New York desde las alturas, y no puedo esperar para verlo.


 

Después de unos tres minutos que me parecieron interminables en el elevador, salimos a ver el más bello paisaje de la ciudad. Un observatorio gigante que sirve de lente para los habitantes y para los turistas que visitan New York, y para toda aquella persona que crea en la perfección. Jamás me cansaría de ver esta vista todos los días. Estrellas, las luces parecen estrellas y se fusionan perfectamente con el cielo. Hace mucho más frío en lo alto, pero poco me importa, acabo de encontrar la mejor de las pinturas hechas por el hombre. Es apasionante, romántico y de película. Es aquí donde los deseos se hacen realidad.


 

—Es precioso, Joan. No me extraña que sea tu sitio favorito. —Me acerco a la valla temblando antes de mirarlo a los ojos, pero él está hipnotizado con la ciudad. Es ahora o nunca. Después de todo, aún me quedan las otras dos opciones en el caso de que se niegue. —Cásate conmigo. —Se vuelve hacia mí con cara de espanto.


 

—¿Qué?


 

—No quiero volver a Londres, me gusta todo aquí, y sé que si me voy yo misma no me lo perdonaré. —Me tiembla la voz, pero lo peor de todo es su mirada de incomprensión.


 

—¿Y qué tengo que ver yo con eso para que te quieras casar conmigo? —Tiene un tic en el ojo y creo que su vena del cuello quiere explotar.


 

—Si me caso con un ciudadano americano podré quedarme. Sé porque me lo dijo tu hermana que tu familia y tú obtuvieron la ciudadanía dos años después de estar aquí y como eres el único chico que conozco en la ciudad. Pensé que... —Juego con el borde de mi vestido tratando de aguantarle la mirada.




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