Una boda de mentira

Capítulo 8

¿Le pregunto o no le pregunto? Trato de imaginarme alguna razón por la que él me haya mentido esa tarde. ¿Por qué no me dijo simplemente que sí? Que había sido él con el que me besé aquella noche de Sant Rosette. Entiendo que el haberle dicho el nombre de su amigo no ayudó mucho, pero él tenía que haberlo sentido como yo, esa atracción era mutua, aunque yo me haya dado cuenta tarde.


 

Ahora volvemos a New York, llegaremos por la mañana y Joan tendrá que irse a trabajar después del agotador viaje en avión. Está dormido, y no puedo dejar de mirarlo. Siempre fue él, siempre. Yo le gustaba, y mucho, había dicho. ¿Cómo nos ha hecho esto el destino? ¿Cómo es que después de los años nuestros caminos se cruzan y de esta manera? Estamos casados... «de mentira»


 

Se remueve en su asiento, y se gira un poco más a mi lado. Tiene varios mechones de cabello que le caen sobre la frente. Tengo que retener el impulso de quitárselos y tocar su piel, que celos tengo de sus manos que pueden acariciar su mejilla al servirle de soporte. «Creo que me estoy volviendo loca.»


 

Trato de entretenerme escuchando música, pero me es imposible. No me había dado cuenta de todas las canciones para el corazón que escucho. Soy una romántica, y sean de amor o desamor no dejo de pensar en el chico que está a mi lado.


 

—Deja de mirarme. —me sorprende de repente. No sé cómo se ha dado cuenta, ¡si tiene los ojos cerrados!


 

—¿Eh? —Que vergüenza.


 

—Me estás preocupando. No te gusto ¿no?—Abre los ojos y sonríe soñoliento.


 

—No te estaba mirando a ti. —Que mentira más grande, por Dios.


 

—¿Tengo algo en la cara? —pregunta divertido.


 

—Sí, un payaso. —Me cruzo de brazos con rostro de enojo. Sin dudas Joan disfruta de la situación.


 

—¿Quieres hablar? —Bastan esas palabras para ponerme aún más nerviosa. ¿Hablamos?


 

—¿De qué? —me estoy mordiendo las uñas y él me observa con atención.


 

—Ayer busqué en internet las posibles preguntas que emigración podría hacernos.


 

—Oh sí, sería bueno que tuviéramos las respuestas claras. —¿De eso quería hablar? No entiendo por qué pensé que hablaríamos de otra cosa. Es que primero me pregunta si me gusta y luego menciona las preguntas de emigración, así cualquiera se confunde.


 

—Bien. ¿Cómo nos conocimos? —Pregunta animado como si no supiera la respuesta.


 

—Que gracioso, sabes cómo fue. En tu casa, tu hermana nos presentó, hace ya aproximadamente 15 años. —Ni me acuerdo bien cómo fue.


 

—¿Cómo pasamos de ser amigos a novios? Aquí empiezan las mentiras. —me regala una media sonrisa.


 

—Te enamoraste de mí en cuanto aparecí en tu apartamento en New York. —Hombre, no estaría mal que eso fuera verdad. Joan bufa y yo lo miro con el ceño fruncido.


 

—No, eso no se lo cree nadie. Mejor di que siempre estuviste enamorada de mí y yo no te hacía caso hasta ahora. —Entrecierro los ojos y niego con la cabeza.


 

—¿Y por qué tengo que ser yo la que ha estado toda la vida enamorada de ti? Mejor que sea al revés. —Le digo con seguridad y él me sonríe.


 

—Si tú quieres que sea así. Está bien. —Cede, y sabe que podría ser cierto. —¿Qué cosas tenemos en común? Todo ¿creo? —Él mismo se responde mientras se encoge de hombros y me mira con indecisión.


 

—Sí, sí, sí, todo. A ti te encanta el café. —Le contesto con ironía.


 

—Ah, es verdad. Pero en lo demás sí, ambos somos... ¿Encantadores y curiosos? —Arquea una ceja y me regala una sonrisa.


 

—Eso son solo dos cosas. Necesitamos más. ¿Eres de dulce o de salado? ¿Fresa o chocolate? ¿Terror o comedia? —lo interrogo.


 

—Salado, fresa y ambos géneros juntos son los mejores.


 

—Oh, si que tenemos mucho en común. —Me sorprendo con ello. Supongo que por eso siempre nos hemos llevado tan bien. Tenemos los mismos gustos. Menos para el café.


 

—¿Cuanto tiempo estuvimos de novios?


 

—Tu te divorciaste hace ocho meses. Podemos decir que más menos hace 5 meses, para que no parezca tan poco tiempo. —Que mencione la palabra divorcio hace que se le tense la mandíbula, y se sienta más incómodo.


 

—Creo que estaría bien. ¿Dónde será nuestra luna de miel? —Vuelve a sonreír.


 

—¿Tendremos luna de miel? —No creo que sea necesario, ya han sido muchos gastos con la boda, además, no es que hagamos nada especial.


 

—No sé, ¿Tú quieres? —Se pasa la mano por el cabello.


 

—Mejor no. Solo decimos que la noche en las Vegas contó como nuestra luna de miel.


 

—¿Dónde tienes lunares?


 

—¿Eh? Esas cosas no se dicen. —Me sonrojo.


 

—Es una de las preguntas, tienes que contestar. —Se acomoda en su asiento para mirarme frente a frente. Ahora está mucho más cerca de mí de lo que creo poder soportar.


 

—Tengo algunos por ahí. —Esquivo su mirada.


 

—Tienes uno en el cuello, aquí. —Me roza con el dedo en la nuca, y me sonrojo tanto que tengo que toser para disimular mi nerviosismo.


 

—Tantas preguntas me inquietan. Mejor seguimos más tarde. —Lo más sensato es estar callados que contando lunares.


 

Llegar a casa «Sí, New York ya me huele a hogar.» es más gratificante de lo que imaginé. Aunque las Vegas fue una experiencia divertida, la Gran Manzana sigue siendo mi lugar favorito. Y Joan mi mejor compañía. Me ayuda con mi maleta y juntos subimos al apartamento. Todo estaba bien, estábamos bien, hasta que él recibió una llamada telefónica.


 

Resulta que su mejor amigo del trabajo, un tal Will del cual nunca había escuchado hablar hasta ahora, se enteró de nuestra boda y pretende venir a celebrarlo, de paso puso al tanto a Hellen y a su novio, los cuales ahora también quieren ser nuestros invitados esta noche.




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