¿Qué hago? ¿Debería acostarme en la cama? ¿Y si finjo estar dormida para cuando él llegue? ¿De qué lado había dicho que dormía? «Mi pijama» ¿Dónde diablos está mi pijama? ¿Y Mi maleta? «Ay Dios mío, ya no sé ni dónde tengo las cosas.»
Estoy temblando de los nervios, ¿cómo terminé aquí?
La habitación es preciosa, con paredes blancas y cortinas gruesas de color grises. Una cama matrimonial bastante espaciosa abarca casi todo el espacio, aunque está todo perfectamente pensado para que sea acogedora, con su guarda ropa y su cómoda con espejo. Hay una única mesita de noche y una foto de Alissa reposa sobre ella. Me acerco a la ventana de cristal, y puedo ver a los coches recorrer las calles de New York, que hoy al igual que en los últimos días, me acoge entre sus brazos. Quién me iba decir cuando recibí aquel correo electrónico aquella noche en Bar Bells, que me enamoraría de la ciudad y cometería la mayor de las locuras de mi vida.
Solo hace un día que Joan y yo nos casamos, y no hay otra cosa que ocupe mi mente. «Joan» El chico fantasma... y ahora en su habitación, por más que quiera estar tranquila no puedo. ¿Guardará él aún esos sentimientos por mí? Quizás había negado su presencia en las gradas la noche que le pregunté porque lo suyo fue algo efímero, como todos los amores en mi vida. Lo más probable es que ya ni le gustara después de aquel beso.
Me inclino hacia adelante apoyando mis manos sobre el ventanal. Hay una pelea de gatos arrabaleros en la esquina, a una cuadra del callejón. No puedo ver bien, así que me muevo más para chismear mejor. Un gato negro y uno naranja se pelean por lo que creo son las sobras de algún desperdicio. «Vamos, Salem, no dejes que el gordo de Garfield te gane.» Sonrío por mis propios pensamientos, y oigo a los gatos gruñir.
—No te irás a tirar ¿no? —Me asusto al escucharlo, y casi me suelto del ventanal y caigo del segundo piso. —¡Cuidado! —chilla y siento que sus manos agarran mi cintura y me tiran dentro de la habitación. —¿Qué estás haciendo? —Creo que sus ojos están a punto de escaparse de su rostro y sus manos siguen sobre mí. Tiemblo por el contacto de sus dedos sobre la piel desnuda donde termina mi blusa y comienzan mis jeans.
—Estaba... eh... había unos gatos... quería verlos pelear, y tú me asustaste. —Los latidos de mi corazón resuenan en mis oídos y la cara de enojo de Joan me pone incluso más nerviosa.
—¿Estás loca? ¿No mides la tensión del peligro? Rose, no puedes inclinarte de esa forma y menos para ver a unos gatos pelear. —Me regaña y no puedo sentirme más avergonzada. Estaba tan sumergida en mis pensamientos por él, y luego me entretuve tanto con las cosas interesantes que sucedían a mi alrededor que no me puse a pensar en lo arriesgada que eran mis acciones.
—Lo siento, aunque si no fueras tan sigiloso al entrar te hubiera escuchado y no me hubiera asustado. —Me cruzo de brazos, y lo miro a los ojos esperando su reacción, pero sigue enfadado y esquiva mi mirada antes de soltarme por completo.
—Traje tu maleta. Supuse que la necesitarías. — No había notado que a su lado están mis pertenencias, y por un momento siento un frío que antes no estaba en la habitación. Es él que perdió el humor.
—Chicos, ¿pasó algo? Escuché gritos. —Oigo decir a Will desde el otro lado de la puerta, y no puedo evitar fruncir el ceño. ¿Pero este chico está pendiente de todos nuestros movimientos o qué? Busco a Joan con la mirada para que me dé una explicación, pero este se apresura a contestar.
—No ha pasado nada, Will. Duerme tranquilo. —Su voz es firme, gruesa y no muy amable como suele ser siempre.
—Vale, buenas noches. —Siento sus pasos alejarse y me centro en Joan completamente. Está buscando alguna prenda en el closet que está empotrado a la pared. Tiene el ceño fruncido.
—¿Sigues enojado? —Me siento en el borde de la cama y observo los músculos de su espalda contraerse.
—Sí, por lo general esto dura unos minutos. —responde con ironía.
—Venga, Joan. Ha sido una tontería. —Me muerdo las uñas, bueno, las pocas que me quedan porque con los días que llevo ya no tengo muchas. Tendré que esperar a que me crezcan.
—No es solo por eso, Rose. —Encuentra su pijama y comienza a deshacerse de su ropa.
—Pero ¿qué haces? No querrás que consumamos el matrimonio ¿no? —Mis mejillas arden al verlo sin camisa, y mis nervios explotan alocadamente. ¿Cómo se le ocurre hacer eso sin previo aviso? Me quiere matar de un infarto seguro.
—¿Qué? ¡No! Solo iba a cambiarme, lo siento. No creí que te fuera a molestar. —«No, si no me molesta, al contrario.» Ahora está avergonzado, y su enojo a pasado a un segundo plano. Se cubre con su pijama que es una camiseta que deja al descubierto sus brazos tonificados, y un poco de su espalda. La misma con la que me recibió la primera noche. —¿Te importa girarte? Es que me quitaré el pantalón. —Le doy la espalda de mala gana, y disimulo para que no vea mi cara de decepción con su respuesta. ¿Es decir que este matrimonio no será consumado?
«Bueno, dijo que no.»
—¿Ya? —Me desespero.
—Aún no. —Estoy segura que rueda sus ojos al contestar. Siempre lo hace cuando ve que me impaciento.
—¿Sigues enfadado? —Vuelvo a agarrar el dobladillo de mi blusa y comienzo a jugar con él por décima vez en el día.
—Contigo, no.
—¿Y con quién estás enfadado? —Quiero voltearme y verle a la cara.
—Con Will.
—Perfecto, entonces échalo a la calle. —Me volteo y es justo cuando termina de ponerse su pantalón de cuadritos.
—No puedo, ya le he dicho que se podía quedar. Además no es para tanto, me enfadé por algo que mencionó de la noche de bodas. —Se sienta a mi lado y siento el calor de su cuerpo a mi alrededor. Es bueno saber que ya no está enojado por mi culpa.