«Somos muy afortunados» son las palabras de Joan, pero incluso a él le cuesta creerlas.
Su jefe cerrará un nuevo contrato con un hotel rural cerca de Orchard Beach. La empresa para la que Joan trabaja vende y realiza artículos de todo tipo referente a las comodidades de un hogar. Muebles, camas, colchones, sofás... y sus principales clientes por lo general son los grandes hoteles de la ciudad, según me contó Joan. La razón de su invitación es muy simple, Mila, la esposa del señor Hunt disfrutó mucho de mi compañía en el brunch y se le ocurrió la maravillosa idea de que los acompañáramos.
Se supone que debo estar emocionada, pero no puedo. Joan está en la cocina preparando algo que si mi olfato no falla, huele fatal. La única justificación que encontré para no tener que hablar con él por más de unos minutos es que necesito ponerme a escribir, cosa que es cierto.
—¿Quieres más salsa? —Me pregunta buscando mi mirada pero yo niego con la cabeza. No está tan mala como pensé que quedaría. —¿Kelly y tú pudieron ir de compras?
—Sí. —Insiste en entablar una conversación conmigo porque sabe que las cosas entre nosotros hoy más que nunca no están bien.
—¿Ya preparaste la maleta para el viaje?
—No, lo haré después de cenar. —Me encojo de hombros. Solo he tenido tiempo de cambiarme la ropa mojada y darme una ducha caliente.
—¿Quieres ver una película más tarde? —Realmente intenta que las cosas sean como antes, pero por más que trate de evitarlo sus palabras siguen incrustadas en mi mente.
—No. Necesito aprovechar todo el tiempo libre que tenga para escribir. Mi editora se volverá loca si le digo que aún no he terminado el libro. —En parte todo lo que le cuento es verdad. Pero ver una película juntos es un plan que nunca rechazaría.
—Rose, lamento haber equivocado las cosas, sé que me comporté como un idiota y creí que tú... bueno, que malinterpreté tus acciones. Después de llegar a casa me di cuenta. —Para mi suerte la humillación no es mayor, después de todo se creyó que yo no estoy interesada en él.
—No pasa nada.
—Tengo mucho que agradecerte. Si no fuera por ti mi jefe nunca me tomaría en cuenta para este viaje. —Sigue mirándome, lo sé porque no puedo dejar de sentir la presión sobre mí.
—Yo no hice nada, el señor Hunt dejó bastante claro en el brunch lo mucho que te aprecia. Estoy segura de que ese ascenso es tuyo. —le confieso mis impresiones y verdaderamente espero que logre ese propósito por el que se casó conmigo.
—En el caso que así fuera nunca antes había invitado a ninguno de sus trabajadores a un viaje así y menos con su familia. Eso te lo debo a ti. —Siento su pierna nerviosa moverse debajo de la mesa y por un momento quiero pedirle que pare, que me desconcentra y que estoy tratando de no pensar en él.
Terminamos de comer en silencio, sin nada que decirnos. Más de una vez pedí en mi mente haber pescado un resfriado y así tener alguna excusa para no tener que ir al viaje, pero al parecer soy como un roble, hace años no me enfermo. Luego de preparar mis cosas de mala gana, me quedo escribiendo en el comedor mientras que Joan se encierra en la habitación. Pierdo la noción del tiempo y me enfoco solamente en mi libro. El dolor en el corazón no hace más que darme fuerzas para que mis palabras cobren vida y llegar casi al final de mi obra.
—¿No vienes a dormir? —Me asusto al ver a Joan a mi lado, parece cansado y su cabello está muy despeinado. No tengo ni idea de qué hora es. Pero la oscuridad en la casa es evidente y la luz del ordenador ya no es suficiente.
—No, prefiero quedarme a terminar esto. —Señalo el aparato, y fijo mi vista en la pantalla nuevamente.
—Estarás muy cansada mañana. Venga, Rose, son las tres de la madrugada. —Posa su mano en mi hombro y ese simple contacto me hace estremecer. ¿Cómo le digo que quiero dormir en el sofá?
—Estoy bien, Joan. No te preocupes, aún puedo aguantar por un poco más de tiempo.
—Te voy a esperar. —aparta una silla y se sienta frente a mí con los brazos cruzados.
—No hace falta. Puedes irte. —Si se queda nunca podré terminar, me desconcentra demasiado.
—Prométeme que dormirás en nuestra habitación. —«Nuestra habitación» por culpa de estas cosas me confundo. No puede decirme que no quiere involucrarse con nadie y luego soltarme esto.
—Es mejor que tengas tu espacio. —Sigo escribiendo o tratando de hacerlo.
—Yo no te dije nada sobre querer espacio, Rose. —responde con suavidad, y a pesar de la oscuridad del comedor puedo verlo fruncir el ceño.
—Es mejor que sea así para evitar mal entendidos. —Por el bien de mi alma enamorada.
—Mañana no habrá un sofá en nuestra habitación de hotel. —confiesa y me pone aún más de los nervios. —Estábamos bien antes de que yo empezara a ver fantasmas donde no los había. Volvamos a lo que éramos. —Se acerca más a mí, y apoya su mano sobre la mía para que deje de escribir. Mi corazón se dispara pero trato de mantener la compostura.
—Iré dentro de un momento. —susurro, antes de apartar mi mano de la suya.
Se marcha confiando en mi palabra y yo realmente cumplo al cabo de unos minutos. Superada por el cansancio me quedo dormida dándole la espalda al chico que esta tarde rompió mi corazón.
Orchard Beach es de las playas neoyorquinas más conocidas y hermosas. En poco más de media hora ya estamos disfrutando de la brisa del mar. Se acerca acción de gracias y la temperatura es menor a 21° C, no es el tiempo perfecto para bañarse en la playa, pero el sol es lo suficientemente agradable como para broncearse.