Una boda de mentira

Capítulo 14

La buena noticia es que apareció mi prenda perdida, ahora la parte mala de todo esto es ¿cómo me la pongo sin tener que quitarme el libro de los pechos? «Dios, justamente hoy no soy tu humana favorita.»


 

—Déjame que te ayude. —Joan aún está sonrojado, pero se toma muy en serio lo del papel de esposo amable, cosa que no pasa desapercibida ante los ojos de nuestros acompañantes. Estuve a punto de negarme, pero sería extraño de mi parte hacerlo, considerando que estamos fingiendo ser un matrimonio. En los últimos minutos he experimentado tres tipos de estados de ánimos a causa de él, y por lo visto este cúmulo de sentimientos no cesará.


 

Joan pasa sobre mi cabeza el bañador y trata de ajustarlo a mi cuerpo antes de que yo deje el libro caer. Siento su respiración en mi nuca, y tengo la sensación de que perderé la razón en cualquier momento. Nunca antes habíamos tenido tanto contacto, o por lo menos no tan íntimo como en los últimos minutos. Sus dedos rozan intencionalmente la parte del medio de mi espalda al enlazar las dos tiras de la pieza, y rezo para que no note como se eriza mi piel por su culpa. Mi respiración entrecortada me delata y temblar por los nervios evidencia cuanto me estoy conteniendo para no lanzarme a sus brazos y besarlo.


 

—Ya. —La voz de Joan es ronca y por un momento la considero seductora, ¿causaré yo el mismo efecto que él tiene en mí? Probablemente la respuesta sea no. Después de lo de ayer, no sé cómo aún tengo esperanzas.


 

—Te veías mejor sin eso puesto. —Mila señala mi bañador, y yo me muerdo el labio inferior como si así impidiera que mis mejillas ardan. La admiro por ser tan segura de sí misma y mostrarse tal como es, pero yo no podría, no con Joan cerca siendo mi amigo. Si no estuviera enamorada de él, no habría nada que me detuviera.


 

—Cariño, Rose está cohibida por mi presencia. —comenta el señor Hunt regalándome una sonrisa amable y salvándome de las ideas de su esposa.


 

—La desnudez es algo hermoso y natural, no hay porqué sentirse avergonzado. —Mila comienza con su charla motivadora, pero no puedo prestarle atención porque recuerdo que Joan sigue detrás de mí en la tumbona, y aunque no nos estamos tocando una energía arrolladora lucha para que me acerque más él. —Joan, tú también deberías quitarte esa camiseta, así a lo mejor Rose se anima a seguir pintando su lienzo. —Sin dudas mi amiga no eligió la profesión adecuada, ser pintora le viene como anillo al dedo.


 

—Quiero dar un paseo por la playa con mi esposa, espero nos puedan perdonar por unos instantes. Mila, en cuanto regresemos me dedicaré todo el tiempo a pintar mi lienzo. —Joan no deja de sonreír, pero lo noto inquieto. Sus palabras me emocionan, ¡quiere dar un paseo conmigo! Aunque estos últimos días hemos estado distanciados, me moría de ganas de que empezáramos a tratarnos como antes, sin miedo a lo que pudiéramos pensar, sin crear esos malos entendidos que en mi caso no lo son tanto. Pero eso él no lo sabe.


 

—Sí, disfruten, chicos. A nosotros también nos viene bien estar un rato solos. —comenta el señor Hunt con cierta picardía mirando a Mila.


 

Joan se levanta de la tumbona con rapidez y me ofrece su mano para que lo acompañe. Es como si al igual que yo ahora buscara cualquier pretexto para tener contacto, aunque ese es solo mi parecer. Caminamos en silencio por la playa, sintiendo la suavidad de la arena en nuestros pies, su mano sostiene la mía con delicadeza dándome la impresión de que tiene incluso miedo de hacerme daño, y eso me obliga a aferrarme más a la suya, haciéndole entender que soy más fuerte de lo que cree. Nos entendemos sin palabras, sin necesidad de mirarnos a los ojos o leer nuestras mentes, estamos compenetrados y sé que lo que está sucediendo entre nosotros no es ajeno a él. Joan sabe que somos más que amigos, sin importar lo que digamos, sin importar cuanto lo neguemos, tenemos algo que no logramos entender.


 

—Creo que tienes que agradecerme. —Apunta cuando estamos lo suficientemente lejos de la vista de nuestros compañeros de viaje. Tiene esa sonrisa de medio lado que tanto me gusta, y que indica que está de muy buen humor para divertirse.


 

—¿Por qué? —Arqueo una de mis cejas buscando sus ojos, pero no los hallo, su mirada está clavada en la arena.


 

—Encontré tu bañador. —No estoy muy segura si después de todo lo sucedido mis mejillas vuelvan a su color natural.


 

—En realidad lo qué hiciste fue interrumpir un bronceado perfecto. —Me atrevo a decir con el corazón latiendo a mil por hora en el pecho.


 

—Entonces, lo siento. ¿Has hecho algo más, además de dejar que el sol pinte tu lienzo? —Retiene una carcajada con sus últimas palabras, pero no aparta la vista del suelo.


 

—Leí un buen libro, y Mila y yo hablamos de la vida. —comento sin darle mucha importancia.


 

—Te tengo buenas noticias. —susurra no muy convencido. —El señor Hunt dice que en la cena de Acción de Gracias de la empresa anunciará al nuevo jefe de marketing. Necesita a alguien al mando de inmediato en el departamento y me dio a entender que estoy muy cerca de ser esa persona que busca.


 

—Eso es genial, Joan. —Estoy feliz por él, ha sabido recomponerse en el trabajo, y ha logrado centrarse al máximo para obtener ese ascenso que tanto desea.


 

—Sí. —Se pellizca el puente de la nariz y ahoga un suspiro. —Rose, soy un idiota. Te dije que...


 

—Pero, Ruth, no puedes hacer eso. —Joan es interrumpido por una pareja que discute bajo una sombrilla. El chico que grita es de aspecto tosco y poco agraciado y no sé por qué razón no me caen bien.


 

—Terminamos, prometiste comprarme ese auto, Robin. No pienso aguantar más tus mentiras. —El espectáculo es algo lamentable pero no deja de parecerme interesante.




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