El fin de semana había pasado de manera fugaz y supongo que eso es lo que sucede cuando vives como si estuvieras en un sueño. Compartir con Alessia estos últimos días fue increíble, y más con los planes que teníamos para divertirnos. Hicimos una casa de campaña improvisada en el salón e imitando una fogata con una linterna nos pasamos la noche los tres haciendo figuras en las sombras. El chocolate con malvaviscos fue nuestra preparación estrella y nos hinchamos de comer galletas con relleno de chocolate y crema de avellanas. «Mi favorito.»
Las cosas entre Joan y yo van de maravilla. A veces ni me creo que ya estamos juntos, y que no debo reprimirme de acariciarlo y besarlo siempre que me apetezca. Leer desde su hombro un libro que a los dos nos parecía interesante, tumbados en el césped del Central Park después de un agradable picnic ha sido la mejor forma de pasar el domingo. Y cuánto quisiera que se repitiese, no me molestaría que lo hiciéramos una costumbre. Y algo tan simple como eso me tiene suspirando a cada instante. Nos tomó tiempo darnos cuenta de nuestro amor y unirnos de una vez, pero valió la pena esperar con tal de algún día tenerlo porque sin dudas Joan, y sus mimos hacen mi mundo mucho más interesante.
Para mi suerte ya estoy del todo recuperada de la herida del pie, y puedo caminar con soltura por todos lados. La noche después de que Joan y yo consumáramos nuestro matrimonio salimos con la niña hasta la 5th Avenida para escuchar a Kelly cantar. No pude contarle las buenas nuevas en ese mismo instante por lo que quedamos en desayunar a solas en una cafetería muy famosa en la Avenida Ámsterdam hoy.
El Bluestone Lane Upper West Side Café nos recibió en su moderno, exquisito y minimalista establecimiento. Con sus paredes blancas y sus plantas naturales adornando cada rincón, era imposible no imaginarse en un restaurante de lujo, aunque en realidad no lo es. El menú es bastante variado pero ambas nos decidimos a ordenar un Avocado Toasts* y un capuchino que incluye un impresionante dibujo en la espuma del café. El lugar está lleno de gente a esta hora de la mañana, y las personas caminan de un lado a otro buscando un sitio cómodo para acomodarse y degustar el desayuno.
—¿Qué tal estás? —Le pregunto con tranquilidad. Es bueno ponernos al día.
—Contenta. Conocí a un chico el otro día mientras cantaba en la Gran Central. Resulta que es productor y me dio su tarjeta. Lo llamé ayer en la noche y está interesado en colaborar conmigo. —Los ojos le brillan con gran intensidad y sus mejillas se tornan del mismo color de su cabello.
—Mi instinto de amiga me dice que no es solo el hecho de haber encontrado un productor lo que te tiene así de feliz. —Le comento con cierta picardía. Estoy encantada con la noticia, su carrera profesional está tomando forma y esa es lo mejor de todo.
—Puede. Es que es tan educado y tiene una mirada tan expresiva. Estuve a punto de perder la capacidad de cantar cuando se detuvo frente a mí en la estación. Me recordó mucho a ti, porque me observaba con fascinación, como si hubiera sido la primera vez que escuchaba cantar a alguien. —Se estremece al recordar el momento, y mi corazón está rebosante de alegría. Ella merece encontrar el amor y también que el mundo escuche su voz.
—Admiraba tu talento, como yo lo hago. —Le confieso con sinceridad.
—Gracias, Rose. —susurra con timidez. «Los halagos sinceros no se agradecen.»
—Solo te pido que cuando cantes en el Times Square me regales las entradas, que vivo de la venta de mis libros y no todos los meses son buenos. Y New York está acabando con mi bolsillo. Tengo que ahorrar. —Ambas soltamos una carcajada con mis palabras pero esto no hace que estas sean menos ciertas.
—Te veo radiante. —Me asegura Kelly.
—Estoy feliz. —Le regalo mi mayor sonrisa, esa con la que logro enseñar casi todos mis dientes.
—Me alegra saberlo. ¿Tiene que ver con Joan? —Pregunta acercándose más al frente para poder escucharme mejor.
—Sí. —Ambas soltamos una risita tonta y ella me toma de la mano.
—Ya era hora, amiga. —Creo que de todas las cosas que me ha regalado la ciudad la amistad de Kelly es una de las más valiosas sin dudas.
—Estaba cansada de mentir. Mis sentimientos por Joan cada día eran más intensos y tenerle cerca sin poder tocarlo por miedo a perder nuestra amistad me estaba volviendo loca. Además de que no podía alejarme, lo necesitaba cerca para poder quedarme el país y me sentía entre la espada y la pared. —Es un alivio saber que no hay nada que temer.
—No te imaginas lo contenta que estoy por ti.
—Quizás un día podamos hacer una cita doble con ese productor famoso que ha captado tu atención. —Le propongo y la idea no le parece para nada descabellada.
Siento que alguien me toca con el dedo en el hombro y me giro inmediatamente para ver de quién se trata. Palidezco al ver a mi enemigo mortal sentado en la mesa que se encuentra justo detrás de la nuestra.
—Rose, que sorpresa del destino encontrarte aquí. —Will me regala una hipócrita sonrisa, muy típica de él, y yo lo imito aunque no pudo disimular mi mirada asesina. —Kelly a ti también, hola.
—Hola. —Mi amiga lo saluda con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres, Will? —Le pregunto con cierta rudeza.
—Saludarlas. No te veo desde el brunch en casa del señor Hunt. —Intenta acercase más inclinado su silla al frente pero al ver que me alejo y que su presencia no es para nada grata se detiene.
—Sí, donde me dijiste que Joan aún estaba interesado en Hellen y te comportaste como un auténtico amigo posesivo. —Le acuso. —¿Te gusta Joan? —Arqueo una de mis cejas y noto lo directa que fui después de unos segundos cuando veo la cara de enojo de Will.