─ ¿No hay una sonrisa que acompañe el menú?
Amara levantó la mirada cuando dejó el plato y la bebida sobre la mesa para encontrarse con los ojos del hombre que había delante de ella. Sus labios se estiraron forzadamente.
─Si no aparece en la carta, entonces es que no ─contestó con el tono más educado que pudo.
─Estaría dispuesto a pagar un poco más por una sonrisa de verdad ─insistió el hombre mientras agarraba el bocadillo que había pedido con las dos manos.
Amara le echó un vistazo rápido. Hombre de mediana edad, bien vestido, con camisa limpia de color azul pálido debajo de un color jersey azul marino, barba de dos días cuidada. No podía verlo desde donde se encontraba, pero lo más probable era que llevase un pantalón de vestir de tela buena, oscuro, a juego con la chaqueta acolchada que colgaba de la silla en la que se sentaba.
Probablemente trabajase en uno de los bloques de oficinas que había en la calle más arriba de donde se encontraba el bar en el que trabajaba Amara. No llevaba corbata, lo cual sugería que no era uno de los peces gordos de su compañía, sino un empleado más que tenía que llevar a cabo las tareas básicas para que sus jefes se lucrasen de ellas. Un número más en una gran empresa. Un don nadie al que le gustaba sentirse superior con gestos y palabras como las que le había dedicado a Amara hacía unos instantes.
Por desgracia, por el bar en el que trabaja la joven pasaban muchos tipos de esa clase, peo o mejor vestidos, pero a la mayoría le gustaba soltarle algún comentario.
¿No me dedicas una sonrisa con la comida?
Como si ella fuera un producto más que consumir. Daba igual las veces que Amara se quejase a su jefe, su respuesta siempre era la misma.
─No es mi culpa que llames la atención de los hombres. Si no quieres que te miren, te traeré una camisa más holgada. También ayudaría que te maquillases un poco menos.
Siempre el mismo discurso con diferentes palabras. Como si la camisa vaquera que llevaba para trabajar y que le marcaba mínimamente el pecho o el maquillaje que se ponía para ocultar su marca de nacimiento al lado de la oreja izquierda y para tener una cara presentable después de pasarse las noches estudiando para poder llevar los estudios al día fueran un aliciente para esos comentarios.
─Mi jefe está ahí fuera, si quiere puede comentárselo a él ─dijo antes de darse la vuelta y dirigirse hacia la barra, con pasos apurados, consciente de que el cliente le miraría el culo mientras se alejaba antes de mirar en la dirección que ella había indicado.
Puede que si le ofreciera una suma que su jefe considerase justa, este se lo pensase y decidiera ponerle un par de pinzas a cada lado de la boca para que tuviera una sonrisa perpetua. Porque esa era una de las cosas que más le recriminaba a Amara.
Nunca sonríes.
Estoy más ocupada teniendo un ojo puesto en la puerta por si entra alguna criatura mágica e inmortal que venga a patearme el culo, sacarme las tripas por la boca y bailar alrededor de mi cabeza cortada en Beinn Nibheis, pensaba ella para sí, manteniendo el rostro lo más inexpresivo posible.
Amara se colocó detrás de la barra para preparar los cafés que le había pedido la pareja de la mesa diez, intentando apagar el pitido sordo que le provocaba la rabia dentro de su cabeza con el ruido blanco del entrechocar de las tazas y los movimientos mecánicos de encender la máquina y preparar la espuma de la leche.
─ ¿Quieres que le eche sal en la bebida? ─ dijo una voz grave y masculina un poco por encima de su cabeza─ O no, no, no, mejor todavía. Puedo morderle una oreja.
Amara levantó la mirada un instante para encontrarse con Ross. El pixie estaba sentado en la repisa del ventanuco que conectaba la cocina del bar con la parte que daba a la cafetera y las máquinas.
─Ni se te ocurra ─murmuró, apenas moviendo los labios, y con un brillo de advertencia en su mirada verde azulada.
─Ya se me ha ocurrido ─sonrió el feérico─. Además, estás deseando que lo haga.
─No huelas mis emociones.
─Pues no seas tan expresiva.
Amara se mordió el labio inferior. No, la verdad es que no le importaría que Ross cumpliera con su advertencia. De hecho, disfrutaría viendo la cara de desconcierto del hombre cuando sintiera un punzante y repentino dolor en una de sus orejas.
La verdad es que era una ventaja tener el don que tenía ella para ver y escuchar a las criaturas como Ross. Los humanos normales no tenían ni la más remota idea de lo que se perdían, de las cosas que ocurrían a su alrededor, de las criaturas que pululaban entre ellos con toda la naturalidad del mundo, aprovechándose de ellos cuando tenían la oportunidad.
─Venga, Amara ─insistió Ross balanceando sus piernas del tamaño de las de un muñeco, enfundadas en un pantalón gastado que se había hecho a partir de uno de los viejos vaqueros de Amara─. Será divertido. Lo sabes.
Amara volvió a mirar a Ross. El pixie tenía un brillo travieso y malicioso en los ojos que contrastaba con el de sus labios. Miel. El pequeño bribón alado había estado registrando la cocina del bar en busca de miel.
Amara abrió la boca para llamarle la atención, pero entonces escuchó un montón de risas y revuelo amortiguados detrás de ella. Se giró con rapidez, su mirada dirigiéndose directamente a la cristalera que separaba el local de la calle nevada y fría que había al otro lado. Contuvo el aliento.