Una brasa en las cenizas (un cuento oscuro #0.10)

3

Cuando Amara se desabotonó la camisa en los baños privados del bar no pudo evitar soltar un suspiro de alivio. Por fin había terminado su jornada laboral. Por ese día. Y el siguiente lo tenía libre. Volvió a soltar de suspiro, pero esta vez de placer.

Su trabajo no la disgustaba, al menos no del todo. No era la persona más sociable ni tenía la sonrisa más amplia y bonita del mundo, pero todo lo que tenía que hacer en el bar era bastante mecánico una vez que se había acostumbrado a ello. Le gustaba el olor de la comida casera que preparada la mujer de su jefe. El tintineo de las cucharillas contra la cerámica de las tazas. El olor a café recién hecho. El runrún de las conversaciones lejanas que ella a veces escuchaba a hurtadillas. El teclear de algunas personas que venían a trabajar con sus ordenadores mientras se tomaban un café.

 A Amara le gustaba imaginarse qué estarían haciendo; rellenar un Excel para hacer cuentas, escribir cartas de despido, o puede que escribiendo el próximo best-seller. Nunca se sabía lo que se cocía en un lugar como un bar o una cafetería, las conversaciones que allí se tenían, desde rupturas hasta charlas sobre cosas banales, risas de amigos compartiendo la última estupidez que les había pasado cocinando… Cosas con las que Amara podía sentirse identificada en mayor o menor medida y con las que podía sentirse más cercana a las gentes de Dúnedin.

Ahora le tocaba llegar viva a casa. Con el olor del bar prendido en su pelo y en su ropa no tenía nada de los que preocuparse. Ningún feérico la detectaría. Sobre todo si añadía un poco de perfume al jersey de terciopelo verde que había traído para cambiarse.

Amara lo miró con el ceño fruncido un momento. ¿Por qué había traído algo tan formal para ponerse después de trabajar? Si solo iba a ir a su casa…

Amara se puso el jersey y la chaqueta, cogió su bolso y consultó su móvil, guardado en uno de los bolsillos de esta. Tenía tres llamadas perdidas. Todas de Cameron.

Amara puso los ojos en blanco y levantó la vista para mirarse al espejo. Oh, mierda, por eso había traído el jersey.

Marcó el número de Cameron. El chico apenas tardó dos pitidos en contestar.

─No me lo digas ─dijo nada más descolgar─, te olvidaste de que habíamos quedado para cenar.

Amara se mordió el labio.

─Puede ─respondió entre dientes.

La risa de Cameron resonó al otro lado de la línea. Por supuesto que se había olvidado.

─Si quieres podemos dejarlo para otro día ─replicó él, sin ningún tipo de reproche en el tono de sus palabras─. Sé que estás muy liada con los últimos exámenes y que entre eso y el trabajo apenas tienes tiempo…

─No, no. O sea, sí, apenas tengo tiempo, pero quiero quedar contigo ─se apresuró a decir; tal vez demasiado─. No sé cuando voy a tener otra oportunidad, en dos semanas vuelvo a casa. Y tener una cena de Navidad después de Navidad no es que tenga demasiado sentido.

─No, pero si vas a sentirte más cómoda…

─Que no. Necesito despejarme y hacer algo diferente ─replicó Amara cerrando los ojos y frotándose una de las sienes─. Además, necesitas a alguien objetivo que te aconseje sobre las últimas canciones que me mandaste. No puedes tocar eso en un pub sin que nadie te diga las partes en las que desafinas o donde la música no le hace justicia a la letra.

─Ya lo ha escuchado Gwen, y le han gustado ─refunfuñó Cameron.

Amara sonrió.

─Eso te lo dice porque es tu prima y no quiere que dejes de vivir en su piso. ¿Dónde va a encontrar a alguien tan ordenado como tú? ─dijo Amara con una sonrisa en los labios.

Cameron era muchas cosas. Un artista que conseguía ganarse la vida con la música que creaba, un chico atractivo que por alguna razón que Amara no entendía se había fijado en ella, un tipo tranquilo, al que no le gustaban los excesos… pero no tenía nada de ordenado.

─ ¿Dónde quedamos? ─preguntó saliendo del baño del bar.

─En el supermercado que hay un par de calles del piso, si te parece. O si quieres puedo ir a buscarte al bar…

─Que va, ya estoy saliendo ─contestó Amara despidiéndose con la mano de su compañera, que entraba en ese momento para sustituirla. Ross la seguía de cerca, volando sobre su cabeza─. Nos vemos en un rato.

El aire frío de la calle golpeó el rostro de Amara. Una nubecilla de vaho se formó delante de su nariz mientras volvía a sacar el móvil y le escribía un mensaje a Mónica, su mejor amiga, su compañera de vida y de piso.

¿Te puedes creer que no me acordaba de que había quedado con Cam para cenar?

¿Conociéndote? respondió ella al instante. No.

Amara sonrió.

Gracias por la confianza, amiga.

De nada. Te quiero. Llevas condones, ¿no?

Sí, pero espero que los tenga él.

Mónica le mandó una serie de caritas llorando de risa y ahí se quedó la conversación.

─Espero que disfrutes de tu noche ─dijo Ross por encima de su cabeza.

Amara levantó la cabeza y le lanzó una mirada suspicaz. Ross sabía que no podía contestarle en medio de la calle sin parecer que estaba loca. Esa era una de las cosas que más le irritaban de sus supuestos poderes; no poder replicarle a Ross cuando estaban presentes otras personas. Un día lo haría. Cualquier día le replicaría al aire, la cagaría y la encerrarían por loca.



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En el texto hay: romance, faery

Editado: 27.12.2022

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