La noche era fría y oscura, incluso con las farolas tratando de alumbrar la penumbra. El cielo estaba encapotado, ni siquiera la luz de la luna conseguía traspasar la barrera de nubes que lo cubrían. Una noche perfecta para cazar.
Las risas eran electrizantes. El olor de las emociones a flor de piel lo excitaban. Seguir a los humanos a través de las calles era lo transportaba a un tiempo en el que las farolas eran árboles y los edificios de pisos eran simples casas de piedra y barro con techos de paja.
Ross estaba borracho. Muy borracho, casi tanto como Kell. De no ser así, no estaría persiguiendo a esos dos chiquillos inocentes por las calles de Dúnedin como un lobo acechando a dos cervatillos.