─Es preciosa.
Cameron levantó su mirada marrón de las cuerdas de la guitarra y la dirigió hacia Amara, sentada en su cama con las piernas cruzadas.
─Pero…
Ella hizo una mueca con la boca, sopesando sus palabras.
─Un poco ñoña, ¿no? Sobre todo para el estilo del grupo.
─Pero con la melodía apropiada… ─discutió él rasgueando las cuerdas─ tienes que escucharla con la batería y el bajo. Es una pasada.
─ ¿Cuándo tenéis pensado estrenarla?
Cameron se lo pensó un momento antes de contestar.
─Aun no lo tenemos claro. Cuando alguno de los pubs a los que solemos ir tenga en mente alguna sesión de música que encaje con nuestro estilo.
Amara asintió en silencio. Hacía rato que habían terminado de cenar, charlando sobre cosas más o menos banales. Los estudios de ella, los proyectos de él, sus planes para las vacaciones… Hasta que Cameron había insistido en enseñarle una de sus últimas creaciones musicales. En su habitación. Amara no había puesto resistencia a la proposición.
No había dudado en arrellanarse en la cama que ya conocía después de quitarse las botas, abrazada a uno de los cojines que tenían el olor del chico. Madera barnizada y algo más que Amara no sabía distinguir. Canela tal vez. Había buscado con la mirada algún frasco de perfume caro pero no encontró ninguno. Puede que aquel fuera el aroma natural de Cam, además de algún que otro toque a tabaco ocasional y a cerveza. Desde que lo conocía, Cameron siempre había olido igual para ella. Un olor agradable que siempre la había hecho sentirse segura entre la tierra y el metal que parecía rodearla.
La habitación era un espacio cómodamente desordenado, es decir, con muchas cosas, pero no demasiado apelotonadas. Por lo menos tenía toda la ropa en el armario, no como Amara, a excepción de una chaqueta de cuero desgastada que había en el respaldo de la silla de escritorio en la que se encontraba sentado. Una silla de madera para una mesa de roble barnizado, por supuesto, nada de plástico en aquel elegante piso en el que solían reunirse universitarios para emborracharse.
Lo más pulcro que había en la habitación era una orquídea de flores blancas y moradas a la cual (Amara estaba casi segura) Cameron no le prestaba la más mínima atención. Lo más probable era que Gwen se ocupase de cuidarla y regarla, igual que el resto de plantas que había en la casa. A su amiga se le había dado últimamente por ese hobby. Le apetecía cuidar de algo vivo, y era más seguro empezar con algo que no se quejaba que con un animal.
─ ¿Y lo del álbum? ─preguntó tras un breve silencio.
Cameron dejó la guitarra en su carcasa mientras contestaba.
─Todavía queda mucho para eso ─suspiró cuando volvió a erguirse y le dedicó una intensa mirada color café a Amara─. Es tarde.
Los labios de Amara se curvaron. Se abrazó con más fuerza al cojín, rodeándolo también con las piernas.
─ ¿Me estás echando? ─dijo con tono remolón.
─No. En absoluto. Ya te dije que teníamos la casa para los dos solos toda la noche ─replicó Cameron poniendo especial énfasis en las últimas palabras.
─ ¿Dónde está Gwen?
Cam puso los ojos en blanco.
─ ¿De verdad te importa eso ahora?
Amara se encogió de hombros.
─Es mi amiga, quiero saber de ella.
─Supongo que se ha ido a pasar la noche con alguna de sus amigas. ¿No está con Mónica?
Amara dejó escapar una carcajada.
─Mónica tiene nuestro piso libre para ella y Rodrigo.
─O sea ─Cameron se levantó de la silla y se sentó en el borde de la cama, con una de sus manos reposando muy cerca del tobillo de Amara─, que tienen el mismo plan que nosotros.
─Ellos son novios ─enfatizó Amara estirando las piernas para ponerlas sobre su regazo.
Cameron miró a Amara un momento. Sus manos se extendieron sobre sus piernas, masajeándoselas. Amara apartó la mirada y echó la cabeza hacia atrás, relajándose, en paz. Respirando el agradable olor de la madera barnizada y las especias, del tabaco y la cerveza. Pero su estado de relajación no duró demasiado.
─ ¿Por qué te cuesta tanto unirte a alguien?
Amara abrió los ojos de golpe. Las palabras de Cam habían sido pronunciadas con suavidad, aunque no de manera casual.
─Que profundo eso de unirse ─respondió Amara con una risa floja, intentando ganar tiempo.
─Sabes a lo que me refiero ─Cameron siguió subiendo por sus piernas hasta llegar a las manos que sostenían el cojín contra el pecho de Amara─. Sé que has estado con otros chicos desde que viniste a venir a Dúnedin, pero no has tenido una relación de pareja con ninguno.
─Mi falta de apego emocional no es de tu incumbencia.
Las palabras de Amara sonaron fuertes en comparación con las de Cameron. Lacerantes, a la defensiva.
¿Cómo explicarle que ella quería mantener la menor cantidad de relaciones cercanas por miedo? Por miedo a que un día algo se las arrebatase. Por miedo a que le hicieran daño de una manera o de otra. Por miedo al abandono, que era lo que habían hecho sus padres con ella.