Una Carta a Cupido

I

Lunes por la mañana. No dan ganas de nada, ni de trabajar ni de bañarse, y probablemente ni de comer. ¿Cómo es posible que el ser humano tenga tanta holgazanería por la mañana? Mejor lo diré de buena manera.

Lunes por la mañana, otro hermoso día para otra aventura en mi trabajo. Soy doctora en Psicología, pero me gusta que me llamen por mi nombre porque cualquiera me dice doctora y, la verdad, no me gusta… pero ya empecé a hablar de más; esta es una de mis características que odiarán de mí.

Mi nombre es Nancy Balt, vivo sola en un apartamento con mi gato, de cuyo nombre no quisiera que se enteraran, pero de todos modos lo sabrán cuando lo mencione en cualquier ocasión; se llama “Silencio”. Es muy extraño hasta para mí; tenía 6 años cuando lo bauticé con ese nombre, y no sé por qué lo elegí. En fin, mis papás fallecieron cuando yo era pequeña y crecí con mi abuela; un tiempo después ella se fue de mi lado a reunirse con mis papás, y me quedé sola con “Silencio”.

Desde ese momento mi única compañía fue la soledad. Nunca tuve amigos, pues considero que son personas disfrazadas que intentan provocar interés en alguien para luego arruinarles la vida; y en el amor… soy feliz ayudando a quien necesite ser escuchado y ser aconsejado.

 

Después de un largo camino llegué a mi trabajo; hago la misma rutina: saludo a mi asistente Lucinda, le pido un café bien cargado con poca azúcar, y las citas que tengo en el día. Luego voy a mi oficina, me relajo y reviso los pendientes en mi correo. Todos son de mis pacientes con problemas nuevos o sin resolver, por no saber escucharme.

En esta noche fría del lunes, arropada en mi cama, buscaba una buena película cuando, de repente, alguien llamó a la puerta. Son las ocho y media, ¿quién podrá ser? Abro la puerta y observo un sujeto muy extraño con un atuendo de muy mal gusto, como si fuera un vagabundo. Le pregunté que quería y me respondió: “Soy el nuevo vecino de al lado y vine a presentarme, mi nombre es Adam Tamer”, y me extendió su mano; yo se la tomé, diciéndole como parapléjica: “Gracias”. Luego reaccioné cerrándole la puerta en las narices. ¿Qué estúpida respondería de esa forma a una presentación? Adivinen, ¡yo! Siempre tengo las palabras necesarias en una conversación, pero, ¿por qué no dije algo coherente?

 

Jueves por la mañana. Me levanto, me lavo la cara y me asomo al balcón para apreciar el sol naciente en el horizonte, cuando de pronto escucho un “hola” que proviene del balcón de al lado; es Adam.

Esta vez le respondí también con un cordial “hola”. Es un avance en relación con la vergüenza de aquella noche; él siguió hablándome hasta que me di cuenta de que iba a llegar tarde al trabajo y me despedí con un “adiós”. A veces pienso que soy un poco simple e indiferente.

Llegué a mi trabajo y vi que ya tenía al primer paciente esperando. Lucinda me dio sus datos y empecé con la terapia. Su nombre es Valentín, y se veía muy sonriente para tener algún problema; le pregunte cuál era su problema y me respondió que quería ayudar a una amiga. Al oír eso quedé un poco desconcertada porque, si la amiga era la del problema, ella debió haber venido y no él; al parecer mis pacientes están desubicados. Le di mi tarjeta con mis datos para que se lo entregara a su amiga y se comunicara conmigo.

 

Domingo ¡Por fin! El día en que puedo descansar, no hay trabajo, cero problemas, “Silencio” está dormido y yo… ¡Qué rayos! Escucho que llaman a la puerta, ni el domingo me dejan en paz; como sea, iré a ver quién es y creo saberlo ¡Bingo! Otra vez Adam, ¿qué querrá? Esta vez lo hice pasar y vi que no se había vestido como vagabundo; andaba de traje formal, mi curiosidad fue grande y le pregunté la razón. Adam me dijo que venía de celebrar su asociación con una de las compañías de arte más importantes de la ciudad, algo que no me interesaba, pero me gusta saber las cosas de los vecinos. En fin, lo felicité, pero aún no me explico por qué tuvo la confianza de contarme eso tan importante si casi no cruzábamos palabras, así que le pregunté y me cautivó su respuesta: “Desde que llegué a esta ciudad he estado solo y no soy muy bueno haciendo amigos, mucho menos confiándole mis cosas a alguien, pero como usted es psicóloga, me pareció buena idea compartirla con usted”. Eso fue muy intenso y muy incómodo.

Se preguntarán qué le respondí, pues la verdad, que había tomado una decisión correcta y él solo sonreía dulcemente. Luego me dijo: “Es un placer conocerla y que sea mi vecina. Lo que más me extraña es por qué nadie comparte con usted, si es una linda y agradable persona”. Por poco me derrito, nadie me había dicho algo así. Le agradecí sus palabras y se fue. No puedo explicar lo que sentí en ese momento; fue como si todos mis sentidos se alborotaran al mismo tiempo.



#49192 en Novela romántica

En el texto hay: amor

Editado: 02.04.2018

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