Aquella mañana, como muchas otras, amanecí observando sus fotos organizadas por año. Cada vez que imprimía una la colocaba en su respectivo lugar. Podríamos decir que tenía un TIC compulsivo a que todo lo relacionado con él estuviese lindo, limpio y ordenado.
Me gustaba mucho ver como había crecido desde que lo conocía. Fui pasando algunas imágenes: cabello negro, marrón, rojo, plateado, gris, rosado, de nuevo negro, verde, naranja, rubio, este último color fue el que más le gustó, lo mantuvo durante todo un año con distintas tonalidades.
Incluso su cuerpo había madurado, ya no era ese flacucho que descubrí en la preparatoria haciendo un papel secundario. En aquel entonces ya había cumplido los veintitrés años, su cuerpo estaba más tonificado, su musculatura definida, y bueno, ya me imaginaba yo el resto al ver sus fotos para promocionar ropa interior de hombres.
«Es tan guapo mi Oppa» Suspiraba internamente mientras acariciaba su rostro en la foto.
Las fotos con poca ropa las tenía en un álbum rojo fuego, las de invierno en uno azul, las diarias en uno marrón. El resto; ya fueran tomadas en los sets, su casa, la calle, los aeropuertos, me daba igual el lugar, solo debía tenerlas dentro de una caja o sobre.
«Ojalá pudiera rozarlo» pensaba.
Seguía pasando fotos y fotos. Cualquiera supondría que tenía demasiadas, decirles la cifra exacta me sería imposible, simplemente no la recuerdo. Eso sin contar las que guardaba en formato digital, llenaba la memoria de mi teléfono, la tableta y la laptop con fotos y vídeos de mi guapo amor platónico.
«Y no, no son demasiadas fotos, aún me faltan muchas más» respondería mi subconsciente de aquellos días.
Mientras las apilaba de regreso al baúl— ¡Bet! —gritó mi hermana desde algún sitio de la casa.
Emití un chasquido con la lengua molesta por su interrupción.
—¡¿Qué?! —Chillé en respuesta.
He de decir que mi voz era demasiado aguda, en la escuela la comparaban con el sonido de un silbato. ¡Estresante!
—Voy a casa de Lucía, no olvides que mamá te pidió que prepararas el almuerzo —continúo vociferando.
Rodé los ojos, indignada.
Isabella, mi hermana mayor, jamás podía hacer nada relacionado con la casa, por decir que incluso el desayuno lo teníamos que preparar mamá o yo. Y cuando ninguna de las dos podía ella rugía como fiera reclamando su alimento. Demasiado mimada y dramática. Una vez nos acusó de matarla de hambre.
De la dos siempre he sido la más correcta y educada, a pesar de que soy la más pequeña. No le daba dolores de cabeza a mis padres, me mantenía la mitad del día estudiando y la otra era exclusivamente de mi Oppa. Sí, él ocupaba un lugar muy especial en mi corazón aunque no lo supiera.
—Sí, Isa, no se me olvida —cerré el baúl y salí a la cocina arrastrando los pies.
En la despensa busqué los ingredientes para la comida y comencé a preparar algo rápido para poder ver el nuevo capítulo del K-Drama que mi Oppa protagonizaba.
Justo a las once y treinta minutos finalicé mi tarea, dejando la cocina impecable. Así mamá solo debería servir cuando llegase del mercado.
Corrí directo a mi habitación para encender la laptop, conectarme a la red oficial de fans y poder ver la actualización.
Apenas vi su perfecto rostro me derretí acurrucada en la cama. Ni siquiera me tomaba el trabajo de prestar atención a los subtítulos, sabía que luego podría repetirlo una y otra vez para enterarme de la trama. Lo que me importaba era imaginarme junto a él como si yo fuese la protagonista. Cada escena suya era como tenerlo a mi lado. Algunas veces incluso pasaba mis manos por la pantalla imaginándome la textura de su piel.
Era adicta, sí, lo admito, era adicta a él. ¡Mi Oppa!