Mi concentración en las divinas facciones de mi Oppa fue interrumpida por un comercial. La mayoría de las veces gritaba y me enojaba cuando esto ocurría. Era horrible ver cosas diferentes al rostro de mi amado príncipe en la pantalla. Solo que esa vez fue diferente, porque apenas el presentador comenzó a hablar salió la foto de mi rey junto a tres actores más.
Así que presté absoluta atención al anuncio:
«¿Tienes algo especial que decirle a tu Oppa? ¡Te presento tu oportunidad! Estaremos leyendo cartas al azar de algunas fans, así que atrévete y escribe la tuya...»
—¡Una carta para mi Oppa! —Grité brincando sobre el colchón—. ¡Siiiiiii!
Apunté rápidamente con un lápiz de cejas sobre, nada más y nada menos, que la parte de atrás de la foto de mi chico, que fue lo primero que encontré, la dirección a la que debía enviar la carta. Ya cuando me di cuenta grité y maldije no tener cerca una agenda con bolígrafo.
La emoción brotaba por mis poros. La ilusión de hacerle saber todo lo que sentía, el amor inmenso que le profesaba me hacía la mujer más dichosa del planeta. Abrí mi WhatsApp para escribirle a mi mejor amiga, que por cierto también era fan, para tropezarme con más de tres mil mensajes de mis grupos todas hablando del mismo tema. Cada una de ellas deseaba ser leída. Mis ilusiones cayeron al suelo estrepitosamente al darme cuenta de que millones de personas enviarían cartas, cualquiera podría ser leído, así me puse a llorar como un bebé cuando le quitan la paleta.
Olvidé el drama, la carta, todo, y me encerré dentro de mi propia frustración hasta quedarme dormida.
El sonido de la voz de mi Oppa me despertó.
—Bet, Bet despierta —abrí los ojos y una profunda luz me cegó por un instante. Me froté la vista con ambas manos intentando enfocar algo conocido.
Estaba acostada sobre un aterciopelado sofá que no reconocía y a mi lado estaba él, sus ojos marrones me estaban mirando con dulzura. Casi me da un paro cardiaco.
—¡O-Op-Oppa! —Tartamudeé como estúpida con la boca abierta.
—Hola, Bet —estiró su mano hasta tocar mi rostro, un fuerte corrientazo me hizo brincar en el lugar, mis ojos se abrieron a tal punto que creí que se saldrían de su órbita.
—¿Oppa? —Repetí esta vez en forma de pregunta.
Me pellizqué para descubrir si seguía dormida, pero el punzante dolor me indicó que no. Entonces, ¿era él? Se preguntaba mi cerebro intentando hallarle lógica a aquel asunto.
—Si, Bet, soy yo. Escucha, te contaré un secreto. Debes prometerme que harás todo tal y como te lo voy a indicar —asentí con la cabeza.
Su melodiosa voz me embriagaba más que una botella de alcohol.
Me dio varias indicaciones para escribir la carta.
La primera era escribirla a mano, con letra legible y mi mejor caligrafía. Me prohibió rotundamente teclearla en la laptop y luego imprimirla como pensaba hacer.
Segundo, debía utilizar una hoja blanca y dibujar todo lo que él me inspirara, solo con lápiz. Decidí llenar el borde de corazones, florecitas, estrellitas, nubecitas, en fin, de figuritas.
Tercero, el sobre debía ser rosado y tenía que rociarle fragancia de rosas.
Luego sonrió y me agarró por el mentón, se acercó lentamente a mí, yo estaba más tiesa que un cadáver, y dejó un corto beso en la comisura de mis labios que me erizó por completo. Luego chasqueó los dedos y literal caí del techo sobre mi cama.
Mi mente daba vueltas ante lo ocurrido, eso no podía estar más lejos de lo racional y cuerdo. Decanté ante la idea de que mi adicción me había llevado a la locura.
Rocé la zona donde había dejado su beso y la sensación se mantenía latente.
«No, la locura no puede ser así. ¿Por qué nadie me dijo que me volviese loca antes?» Hasta el punto de pensar en eso llegaban mis absurdos pensamientos.
Al final del día ya tenía todos los materiales sobre mi escritorio. Afilé bien la punta del lápiz y comencé a garabatear el borde de la hoja. Cuando terminé me dispuse a escribir en otra hoja el borrador de mi carta.
Loca o no, deseaba escribir esa carta, así que mi subconsciente me alentaba gritando: ¡Fighting!