Sehun
Juro que escuché ángeles cantando cuando capturó mis labios, reivindicando finalmente la posesión de mi corazón, que tenía hace años.
Sentí sus músculos apretarse y flexionarse mientras envolvía sus brazos alrededor de mí. Sus manos moldearon cada curva, viajaron hacia arriba y hacia abajo por mi cuerpo, estimulando cada centímetro de mí a la perfección.
Agarré el uniforme, reuní el material en mis manos, cuando me aferré a él. Quería levantar una pierna y apuntar con los dedos de los pies curvados hacia el techo. Violó mis labios de la forma en que cada hombre que conozco anhela que un hombre lo posea.
Nos faltó el aire entre besos, entre las lenguas saqueando y las manos provocadoras.
De repente, se apartó. La determinación era vívida en su expresión; el deseo oscurecía sus ojos; sus labios de color rojo, bien besados.
—¿Habitación?
—Al final del pasillo —grité, mientras me levantaba en brazos, recuperando mis labios. A ciegas, con confianza, permití que me llevara a mi habitación. Estaba mareado como un estudiante, mi alma gritando de alegría por varias razones.
Me puso en el suelo junto a la cama, empujando la parte trasera de mis piernas contra el colchón. Impaciente, rasgó mi ropa entre aspiraciones de aliento de su boca contra la mía.
Ansioso, empujé para sacarlo del uniforme, librándome de sus pantalones y abriendo su cinturón. Para entonces, me había dejado solo en ropa interior.
Salió de mi alcance. Su pecho subía y bajaba pesadamente cuando encontré su mirada cálida. Sus ojos viajaron subiendo y bajando por las amplias ondas de mi gran cuerpo. Crucé los brazos sobre mi pecho, luchando por no sentirme incómodo.
—Eres tan bello.
Rápidamente me encontré con su mirada, mi acelerado corazón se calmó un poco por la sinceridad en su expresión, la verdad en su tono. Minseok estaba en lo cierto. No lo creí hasta que él me lo dijo, y no lo creería hasta que me lo dijera repetidamente. De alguna manera, él lo sabía. De alguna manera, sabía que yo precisaba eso, sin que se lo dijera.
Su atención estaba fija en mí todo el tiempo mientras se quitaba el resto del uniforme. Cuando di un paso atrás para mirarlo, estaba despojándose de su ropa interior; parecía que un rayo había caído derribando la última barrera entre nosotros.
Como sospechaba, era vigoroso. Sus músculos tenían formas que nunca antes había visto en un hombre. Era fuerte, confiado. Sabía que podía ser gentil, pero me abrazó ferozmente con sus brazos desnudos, que siempre me protegerían, los brazos que siempre serían un puerto seguro para mí.
Disminuyó la velocidad. Atrás quedaban las caricias ásperas y agarres impacientes. Se tomó un tiempo para liberar mi pelo suavemente. De inmediato, metió los dedos entre ellos, besándome con una nueva pasión, más suave.
Mis dedos delinearon la parte delantera de su cuerpo, sintiendo cada cuadro profundo de músculos. Mi caliente y mojado pene parecía llorar de nuevo, por el ritmo lento que estableció. Sentí su ansiedad, pero aprecié que me valorara.
Deslicé mis manos por su frente hasta rozar su impresionante erección. Sus labios se separaron de los míos, silbó a través de sus dientes apretados. Su respiración se aceleró cuando pase mi mano arriba y abajo por su duro pene.
—Fóllame, querido. —Sus palabras eran una declaración sin aliento.
Antes de que pudiera procesar lo que pasaba, mi playera estaba fuera y sus manos moldeaban mis senos sensibles, hinchados. Sus pulgares jugando con mis pezones, enviando ondas de placer a través de mí. Mi pene palpitaba ansiosamente; el nudo en mi estómago estaba apretado por la anticipación.
En poco tiempo, mi respiración salía con dificultad. Tocarnos estaba haciéndolo todo más íntimo, mientras nos mirábamos, perdidos en lo que nos hacíamos.
Frunció los labios con sus ojos entornados. Permaneció en silencio, inquietante, maravilloso, buscando en las profundidades de los míos. Nunca había estado más desnudo ante un hombre, a pesar de que llevaba los boxers. No había barreras entre nosotros. No me podía esconder de él en este momento y, basándome en la rigidez de su mandíbula, sabía que él lo quería así, era de alguna manera, exigente, y no aceptaría nada menos que una honestidad completa.
En una fracción de segundo, fui arrojado hacia atrás, cayendo de nuevo sobre el colchón. De inmediato cubrió mi cuerpo, reclamando mis labios de nuevo mientras continuaba trabajando en mis pechos.
Dada mi nueva posición, encontré mi cuerpo arqueándose hacia sus movimientos, mis uñas se clavaban en sus bíceps y en mi vientre crecía una presión insoportable, rogándo que me dejara correrme.
Nunca había experimentado este tipo de conexión con nadie. Por raro que pareciera, sabía en mi corazón que era mi alma gemela. Uno no se siente de esa manera con alguien que acaba de conocer. Uno no siente este grado de emoción con un extraño.
Pero claro, Suho nunca fue un extraño para mi alma. Lo que me había escrito hace mucho tiempo, que aunque nadie lo creía, todo sucedía por una razón, era verdad. Yo había escrito una carta; él había escrito una respuesta, y todo había encajado. El destino hizo su magia para garantizar que, de todos los soldados que podrían haber recibido mi carta, fuera él quien la recibiera.
Editado: 28.05.2022