Llegó viernes. Tuve que bajar antes de la hora acordada porque mi hermana me había pedido llevarle algo de comer, así que llegué a las 5 a la zona céntrica, donde trabaja. Una vez entregándole el lunch pensé en ir a pasar a ver el entrenamiento en lo que transcurría una hora, puesto que vería a Robert a las 6.
Me dirigí a el lugar donde se entrena, es un auditorio, son dos canchas de color verde y paredes color vino. Hay gradas de metal y canastas que se pueden cambiar de lugar. Al llegar a la entrada asomé la cabeza para mirar si estaba el entrenador. En nuestro club deportivo llegan dos maestros a entrenarnos, Kevin y Olguín. El profe Olguín es el que inició el equipo, su nombre es Luis, sin embargo, todos le llamamos por su apellido.
El profe Kevin es el que ahora nos entrena casi siempre, al parecer Olguín ha estado ocupado en su trabajo. Ambos son señores mayores pero con un carácter muy diferente. El profe Olguín es tío de Robert, por evidente parentesco apellidan igual, ahora cada que alguien mencionaba a el entrenador o cuando llegaba de vez en cuando siempre sonreía y recordaba a Robert.
Miré desde la puerta gris a aquel entrenador moreno, alto, delgado y canoso, era Olguín. Enderecé el cuello y regresé a la zona céntrica, solo eran cuatro cuadras. Regresé al trabajo de mi hermana, me senté afuera debajo de un árbol que tenía como maceta un cuadrado hecho de cemento.
-otra vez tú -dijo mi hermana con un tono burlón. Ella trabaja en una estética, estaba tallando los pies de un señor que solo oía la conversación
-si, es que fui pero estaba el profe y me regresé.
Esperé unos minutos y sin darme cuenta ya eran las 6. Así que me levanté y después de gritar un "adiós" me fui.
Crucé la calle, caminé dos cuadras para de nuevo cruzar. Caminé a lado de las vías del tren hasta llegar a aquel lugar donde quedamos de vernos. Estuve un momento de pie mirando alrededor sin encontrar a Robert, caminé hacia un extremo de la cancha y me senté bajo la sombra de un pequeño árbol. Tomé mi teléfono y empecé a contestar mensajes hasta que de pronto sentí una mano sobre mi hombro
-hola- dijo Robert mientras se sentaba a mi lado
-hola- contesté con una sonrisa amplia en mi rostro. Comenzamos a platicar y luego fuimos por unos raspados que estaban cerca. Nos sentamos en una mesa para esperar la bebida.
-¿Quieres quedarte aquí o vamos allá donde estábamos?
-mmm... Creo que mejor allá-contesté con duda y él desvió su mirada al señor que nos traía los raspados. Yo había pagado con un billete de 100 y solo habían sido 60 pesos, así que el señor también traía mi cambio. Robert sacó un billete de 50 y me lo dio para pagar su raspado
-déjalo- le dije deslizando el billete hacia él con la palma de mi mano por la mesa
-no, no, no, tómalo, si no lo agarras ahí se va a quedar- se puso de pie y caminó, hice lo mismo, puse mi cartera entre mi brazo, con la misma mano tomé mi raspado y con la otra el billete, caminé detrás de él y metí el billete en el bolsillo de atrás de su pantalón-¡no!- dijo mientras negaba con la cabeza.
Nos sentamos de nuevo bajo el arbolito y coloqué mi cartera y teléfono a mi lado derecho, él estaba a mi izquierda. Le di un sorbo al raspado de chamoy con tamarindo y él hizo lo mismo con el suyo, era de mango. El día era soleado aunque no hacía tanta calor como otros días. Robert intentó agarrar mi cartera para meter el dinero pero yo la tomé antes de que él lo hiciera. Empezamos a hablar sobre cualquier cosa y al cabo de una hora dijo de pronto "¿y aún quieres besarme?"
-si
-entonces voltea- giré la cabeza y me dio un beso de tres segundos, sonreí y miré de nuevo al frente donde se encontraban niños jugando básquet
-ya se me entumió el trasero- dije mientras me ponía de pie. Subí mi pantalón, enderecé la espalda y puse mis manos sobre mi cintura. Él también se puso de pie y después de estirarse me abrazó, rodeó mi cintura con sus brazos y yo coloqué los míos sobre sus hombros.
Me ponía nerviosa, lo sentía más alto, mi frente llegaba a la altura de sus labios. Nos besamos una vez más, esta vez un poco más largo y después otra vez y otra vez. Estuvimos juntos hasta las 9. En el último beso apretó mi cuerpo contra el suyo, sus labios eran suaves y carnosos y sus besos eran tiernos, de vez en cuando tocaba mis manos o las volvía a colocar sobre sus hombros. Cuando decidimos irnos caminamos tres cuadras para tomar taxi, en todo el camino me tomó de la mano, como si fuéramos novios. Llegando a la esquina y una vez que detuve un taxi le di un pequeño beso y me fui.
Me sentí tan feliz que era difícil dejar de sonreír aunque las mejillas ya estuvieran tensas. Había sido lo que esperaba que fuera pero aunque todo parecía ir bien de pronto todo se caía de nuevo.