Una choni entre champán

Una vieja historia

Miguel miraba a su hija, rogándole con la mirada, ¡no podía irse!, ¡no así!
—¡Te lo ruego!, ¡no lo hagas, hija!
Viviana, su hija, no veía otra opción con la que salieran todos ganando, su madre la había repudiado cuando les dio la noticia de que estaba embarazada, aunque a su padre le rompiera el corazón, lo superaría, estaba segura de ello, no podía quedarse en casa, bajo el desprecio de su madre.
Su prometido, que hasta hace poco era el secretario de su padre, le había propuesto viajar a España, donde tenía familiares, empezar de nuevo, desde cero , con la pequeña que crecía en el vientre de Viviana.
Las cosas en España le fueron bien, aunque Viviana echaba de menos a su padre y extrañaba su país, Venezuela y en especial su ciudad y pueblos cercanos, San Cristóbal.
Se casaron al poco de llegar, no solo por el bebé, estaban realmente enamorados, él, Marcos, consiguió trabajo como administrador en una empresa local, Viviana, se ocupó de la pequeña, hasta que cumplió los tres años, entonces la dejaban en la guardería para poder trabajar, queriendo darle un futuro mejor. Consiguió trabajo al otro lado de la ciudad, como ayudante de peluquería, su esposo la recogía al terminar su jornada y juntos iban a buscar a Estefanía a la guardería.
Pero hubo un día..., en el que sus papás no llegaron, llorando, los llamaba con su dulce voz, según pasó el tiempo, los años, dejó de llamar.
Al otro lado del mundo, un teléfono de la mansión empezó a sonar, Luis, el mayordomo, atendió la llamada que cambiaría el destino de todos.
—Señor, preguntan por usted —le informa a Miguel mientras le pasa el teléfono.
El hombre levanta la cabeza y toma el auricular.
—¿Si?—pregunta.
—¿Es el señor Vega?—pregunta una mujer desconocida.
—Si, el mismo —responde intrigado.
—Yo...lamento mucho darle esta noticia, pero su hija a fallecido en un accidente de coche —le dice con un nudo en la garganta la mujer, al otro lado de la línea.
—¿Qué?, no, ¡no puede ser!, ¿y mi nieta?— pregunta pensando en la criatura que nunca llegó a conocer.
—¿Su nieta?, no había ningún niño en el automóvil, señor.
—¡Compruébelo! —le grita.
—Ahora mismo, espere un minuto. Escucha voces al fondo del auricular.
—¿Sigue ahí?—le pregunta la mujer de vuelta.
—¡Si!—contesta Miguel, aterrado.
—Lo siento, pero aquí nadie sabe nada de una niña, tal vez esté con su familia paterna —le comunica la mujer, dando por acabada la llamada.
Miguel se queda mirando a la pared, como si ahí hubiese una respuesta, "¡tal vez es mejor así!", piensa, su esposa nunca llegará a ablandarse y haría de su vida una pesadilla, con la familia paterna estaría mucho mejor.
Veintidós años después...
—Luis, no me encuentro bien, llega mi final, ¡tienes que encontrar a mi nieta! —le ordena a su fiel mayordomo.
—¡No sea exagerado, señor!, ¡está como un roble todavía!—le contesta, pensando que lleva dos años diciendo lo mismo, quejándose de achaques y enfermedades imaginarias.
—¡No, Luis!, ya soy mayor, ¡y no puedo permitir que el desgraciado de mi hermano se quede mi empresa!, ¡tienes que encontrarla y traerla hasta aquí!, yo me encargaré del resto...—le ordena de nuevo, sin dar opción a discutir.
—Muy bien, señor, como desee—accede resignado, nunca ha estado en España, así que no le disgusta la misión.
Unas horas después, Luis, entra en la recámara de su jefe para despedirse, antes de volar.
—¿Dónde está Luis y quién es usted? —bromea el anciano, mofándose por la vestimenta veraniega y e informal que se ha puesto su empleado.
—¿No querrá que vuele tantas horas con esmoquin? —le pregunta fingiendo sentirse ofendido.
—No, no, ¡por supuesto que no!, le deseo un buen viaje, acuérdese de llamarme en cuanto tenga novedades, coja ese sobre.
Le señala el escritorio que hay debajo de la ventana.
Luis se acerca y lo abre.
—¿Qué es esto? —le pregunta confuso.
—Un par de tarjetas de crédito, no quiero que escatimes en gastos, y una lista de diferentes hoteles que conozco de mis viajes allí, te tratarán bien —le cuenta.
Luis lo mira confuso.
—¿Ahora me tutea, señor?
—Sabes muy bien que valoro tanto tú trabajo, como tú amistad, creo que ya es hora de comportarnos como iguales, ¿no crees?—le pregunta.
Luis, preocupado, toma la decisión de no descansar hasta encontrar a su nieta, tal vez en está ocasión, esté enfermo de verdad.
Luis baja del avión, pisando por primera vez ese país, ¿por dónde puede empezar?, se pregunta, si su jefe no hubiese sido tan cabezota y calzonazos, al menos ahora sabría la dirección de la chica.
Pasan semanas y no da con ella, finalmente un hilo de información lo lleva hasta un barrio de Madrid, con pocos datos, su nombre, su segundo apellido y su edad, pregunta a diestro y siniestro, sin suerte, hasta que una persona lo sorprende con una buena noticia.
—¡Si!, ¡la conozco!, trabaja en la residencia, ahora debe estar trabajando.—le dice el viandante.
Agradecido, por encontrarla por fin, para el coche de alquiler enfrente del trabajo de la chica, entra a la residencia y pregunta por ella.
—¡Estefi, te busca este hombre!—grita la mujer de recepción.
La heredera se gira y Luis queda con la boca abierta.
—¿¡Qué quieres colega!?—pregunta la chica, mientras hace una burbuja con un chicle rosado.
—¡Esto va a ser más difícil de lo que creía!—susurra Luis en estado de shock.
Estefi, se acerca al hombre, está pálido, empanado mirándola.
—¡Eo!, ¡tronca, a este le falla la patata!
Volviendo en si, Luis, vuelve a observarla, la chica, ¡la heredera de la fortuna Vega!
—¿Es usted, Estefanía Martínez Vega?—pregunta, cruzando los dedos por que no sea ella.
—Para servirlo, ¡Estefi para los colegas! —responde ella, extendiendo la mano como si estuviese actuando en una obra de teatro antiguo.
Estefi observa también al señor, lleva ropa de verano, pero aún así, salta a la vista que es de marca, "¡anda que no sabré yo de esto!", piensa.
—¡Ey!, ¡tronco! —lo vuelve a llamar, mira a la recepcionista— .¡Qué se ha congelao otra vez!
Luis, intenta encontrar las palabras, las mismas que hace un rato había memorizado para su presentación, ahora, se habían perdido al verla, y escucharla...
—¿Señorita Estefanía Martínez Vega?—vuelve a repetir.
—¡Qué si, pesao!, ¿¡es qué se te ha rallado el disco o qué!?
—No, no, vengo por un asunto muy importante, por eso necesito confirmarlo, señorita.
Estefi, mira de nuevo a su compañera, le hace un gesto que Luis no entiende muy bien.
—¡Pues...tú dirás! —lo insta, mientras piensa en que aún le queda trabajo por hacer y se está empezando a impacientar.
—¿Podríamos hablar en privado, señorita Vega?
—Pues es que ahora, me pillas fatal, tronco —hace otra burbuja con el chiche de fresa—.¡Tengo un huevo de trabajo!
—¿Y cuándo podría ser? 
Estefanía mira su reloj, de un color dorado con pequeñas piedras azules, simulando diamantitos.
—En...unas dos horas, o tres, depende de lo que tarde en frotar a la cascarrabias de Pilar.
—¿Siempre habla así de los pacientes?—pregunta Luis a la recepcionista, la cual le parece más educada y formal.
—¡Eh! ¡qué estoy aquí! —le reprocha la chica, moviendo la mano sobre la cara de Luis—. ¡Le digo así con cariño, vale!, ¡yo quiero mucho a mis yayos!
—Vale, perdone, pasaré por usted en dos horas, la llevaré a cenar y le contaré para que la busco.
—¡Un momento!, ¡no serás un chulo!, ¡mira que yo sé artes marciales, eh!—lo amenaza Estefanía, moviendo la pierna y los brazos como ha visto en la tele tantas veces.
—¡No!, ¡por dios!, confíe en mi, señorita, lo que tengo que proponerle le va ha cambiar la vida.
—Ok, ok.
Dicho esto, Estefanía continua con su trabajo, mientras desgasta el chiche en su boca, a diferencia de hace un rato, con curiosidad sobre ese hombre y lo que le va ha ofrecer.
Luis, mira a la chica irse, no puede negar que le ha hecho cierta gracia, ha tenido que contenerse la risa un par de veces, pero con esfuerzo, mucho esfuerzo, hará de ella, una señorita.
—¿Siempre es así?— pregunta a la enfermera.
—No, hoy tiene un día bueno...
—¿Cómo? —pregunta algo asustado.
—¡Era una broma!, si, siempre es así, nuestra querida Estefi, esto, no sería lo mismo sin ella —le responde la mujer, dando en que pensar al mayordomo.
Llegada la hora, Luis está ahí puntual, durante esas dos horas, ha comprado un par de cosas, empezando, por un móvil para la chica, así, la tendrá localizada, ese ha sido su primer pensamiento.
Como Estefanía no sale, deduce que tardará un poco más, así que decide llamar a Miguel y ponerlo al corriente.
—¡Hola!, ¿qué tal por España?, ¿has encontrado a mi nieta? —lo acribilla nada más descolgar.
—Si, si, la he encontrado, pero, señor, hay algo que debe saber...
—¿Qué?, ¿está muerta?, ¿enferma?, ¿qué?
Luis suspira, antes de continuar, ya imagina de donde saca la chica la impaciencia.
—No, no, ella está bien, se la ve sana, es que...
—¿Puedes dejarte de rodeos?, ¡me estás poniendo nervioso!
—Es muy diferente a lo que seguramente imagina..., su forma de vestir es, ¡extravagante y poco adecuada!. Su pelo, ¡ay, su pelo!, ¡lo llena de clips de colores y tiene mechas de colores! El maquillaje, es lo peor con diferencia, ¡labial fucsia!, ¡no!, ¡fucsia es suave al lado de eso!, y sus zapatos..., ¡si me tirase uno a la cabeza, me mataría!
—¿No crees que igual estás exagerando un poco, Luis? 
El hombre piensa un momento en la pregunta.
—No, para nada, nada de nada.
—No será para tanto...¿ya has hablado con ella? 
—No señor, estoy esperando a la salida de su trabajo.
—¿De qué trabaja? 
—Es enfermera en una residencia, creo...
—¡Pero eso está muy bien!, ¡ves como estabas exagerando!
Luis no responde, llevarle la contraria a Miguel es como pedirle a un perro que no ladre, no sirve para nada.
—¡Ya sale!, luego lo llamo.
Observa como Estefanía se estira, ya no lleva la bata blanca de antes, en su lugar, ve unos pantalones de chándal azul oscuro, parecen de felpa, con una palabra a la altura de la cintura, y un top, más bien corto, de un amarillo chillón.
—¡Ya estoy!, ¿dónde me vas a llevar, don estirao?
Luis le señala el asiento del copiloto al abrir la puerta, sin responder, todavía está pensando en ello.
Conduce en silencio, mientras que ella, saca un pañuelo de su bolso rosa chillón y se suena los mocos con fuerza.
Al escuchar el estrepitoso ruido, Luis carraspea nervioso.
—¿Qué?, ¿tú no tienes mocos o qué? —le sala molesta Estefanía.
—Si, por supuesto, pero me sueno con más...delicadeza.
La chica, que se empieza a sentir juzgada, saca otro pañuelo, y se suena, como ha dicho él, con delicadeza, solo que tal vez, un poco sobre actuada.
—¿Así mejor?
—Si, mejor —la apremia él, sin saber, que estaba mofándose de su crítica.
Llegan al restaurante donde Luis había hecho reserva, antes de conocerla, ahora piensa que no es una buena idea, pero no conoce la ciudad y, al fin y al cabo, debe acostumbrar a la chica, a ese tipo de restaurantes.
—¡Oh! ¡Flipa! —exclama ella al entrar, observando la decoración del lugar.
Un camarero los lleva a su mesa, les entrega una carta y les propone algunos vinos.
—¡Para mi, una coca porfi! —le pide Estefanía, revisando la carta, pensando que jamás ha comido nada de lo escrito ahí.
—A mi, tráigame un Rioja, el que mejor le parezca —pide en cambio Luis, intentando no reírse por la cara que ha puesto el camarero.
—¿Qué le gustaría comer, señorita?
Estefanía levanta la cara de la carta, con expresión preocupada.
—Pues...es que no entiendo nada, ¿qué es la sepia esta?, ¿y las algas verdes con salmón?, ¡si yo soy feliz con una hamburguesa!
—¿No sabe lo que es el salmón? —le pregunta muy asombrado.
—A ver, si, lo he visto en el súper, pero nunca he comprado, es muy caro para lo poco que trae...
—Ya, pero es exquisito, por eso vale tanto.
—¿En serio?, no sé, a mi me da que no...
—Déjeme escoger su cena, por favor —sonríe Luis, orgulloso de si mismo por la que será una buena elección, o no...



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En el texto hay: 349000, acabada

Editado: 21.09.2022

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