Una choni entre champán

Tu prometido

—No tienes que contestar ahora, piénsatelo.
—Ok, bueno y ... ¿Qué hacéis por aquí para pasar el rato?
Miguel sonríe, no solo ha podido conocer a su querida nieta, sino que va a poder pasar tiempo con ella, aunque a primera vista le ha impactado, le parece muy dulce y desconfiada, aprovechará este tiempo con ella para averiguar cómo ha sido su vida y con quién ha estado.
—¿Te apetece visitar el pueblo? 
—Claro, estaría guay.
Juntos, se dirigen a la salida, cuando pasan por la entrada ve a Luis en el salón.
—¡Ey, estirao!, ¿te vienes de party?
Tanto Miguel cómo Luis la miran, después, entre ellos.
—¡Si, venga!, ¡vente! —lo anima Miguel sonriente.
No es algo común, no para ellos, el mayordomo se queda en la casa y es reservado, no se va de, "party", con los jefes, igualmente, acepta.
Al salir fuera ya tienen el coche en la puerta.
—¿Tan lejos está? podemos ir a pata —opina Estefi.
—Yo ya estoy mayor, hija, mejor en coche, ¡Alfredo, al pueblo! —ordena al conductor.
Se acomodan en los asientos, Estefanía con su abuelo detrás, Luis de copiloto.
—¡Toma ya!, ¡con chofer y todo, calité! —expresa la chica asombrada.
—¿Cali qué?
—¡Calité, yayo!, ¡Qué es una pasada vamos! 
Miguel se ríe, Luis y Adolfo se miran con ganas de hacerlo también, esa chica es muy peculiar.
Ya en el pueblo, aparcan el coche y Miguel decide llevarla a la zona de tiendas, Estefi lo mira alzando una ceja y poniendo morritos.
—¿No hay nada más que ver aquí?, no sé, los barrios, las cosas culturales esas, ¿algo de aquí?
—¿No te apetece ir de compras?, eso es lo que os gusta a las mujeres, ¿no?
—¡A ver, yayo!, ¡si tengo la tienda en mi habitación!, ¡yo quiero ir de excursión!
—De turismo —la corrige Luis.
—Si, eso, de turismo, ya me entendéis.
Miguel intrigado y confuso, le da el gusto, vuelven a subir al coche con un nuevo destino.
Después de hacer varias paradas en museos e iglesias, de las cuales, la que más le gustó a Estefanía fue, la iglesia de la ermita, se desvían un poco más hasta llegar al páramo del zumbador.
—¡Esto es, precioso! —exclama Estefi en un susurro por miedo a romper ese maravilloso silencio, la vista de montañas completamente verdes, junto con la mezcla de diferentes flores, las más destacadas, rosas y orquídeas.
Los cuatro, ya que Alfredo ha bajado del vehículo con ellos, por la insistencia de la nieta del jefe, se quedan maravillados, en absoluto y total silencio.
—¡Es una pasada! —comenta Luis con una sonrisa, consciente de que llevaba tantos años en ese país y no lo conocía, ¿cómo se podía haber perdido eso tanto tiempo?
Caminaron por el sendero, disfrutando del aire libre, aspirando el aroma de la fauna, riendo con los comentarios entusiastas de la joven.
A la vuelta, Miguel los invitó a almorzar en un bar local, con comida típica.
Nada más sentarse le entregan una carta, Estefi mira indecisa.
—¿Pido yo por ti? —se ofrece Luis.
—¡Venga, vale! 
Al poco rato, le ponen delante una especie de sopa blanquecina con motas verdes, al lado otro plato con queso y patatas hervidas.
—¿Qué es esto?, ¡estirao, no empezemos!
—Es algo típico de aquí, pruébalo, te gustará, se llama Pisca Andina.
Estefanía coge la cuchara, después de echar casi todo el plato de al lado, lo prueba, expresando con una sonrisa su satisfacción.
Al acabar, se llevan el plato, y traen otro, el cual colocan en el centro para compartir, Alfredo, que es el más grande y joven, se pide uno individual.
El plato tiene una especie de carne o mezcla desconocida, mira a Luis de nuevo, intrigada.
—Esto es Morcón.
Estefi corta un trozo pequeño y se lo lleva a la boca, le recuerdan a las morcillas que su abuela paterna ponía en las lentejas, la odiaba de pequeña y dudaba que eso hubiese cambiado, pero al probarlo, se dió cuenta de que no sabía para nada igual, parecido, pero distinto.
—¡Pues está cojonudo! —comenta con la boca llena.
—¡Está cojonudo si! —se ríe Miguel —. Alguna vez pasamos por aquí de vuelta a casa y paramos a almorzar.
Según mastica, un hombre, bastante atractivo, moreno, alto, ojos marrones y sonrisa dulce, se coloca a su lado.
—¡Jorge!, ¿cómo tú aquí? —pregunta Miguel.
—Vine a comer con una amiga, ¿y ustedes?
—¡Oh!, ¡qué torpe, no os he presentado!, he traído a mi nieta, Estefanía.
Intentando tragar lo más rápido posible y aún embobada con ese adonis venezolano, le sonríe, mostrando unos dientes negros por la comida, termina de engullir con prisa.
—¡Hola!
La mira, juzgandola, eso le sienta muy mal, ignorando su saludo, vuelve a mirar a Miguel.
—Bueno, debo volver con mi invitada, mañana pasaré por su casa, si gusta.
—¡Si, claro que sí!, te esperaremos.
Estefi lo observa alejarse, más específicamente, observa su trasero.
—¿Quién es ese maromo? —pregunta con curiosidad.
—Tu prometido.
Sin querer, escupe el trozo de comida que acababa de introducir en su boca.
—¿Qué?, ¡no jodas! 
—¡Señorita! —la reprende Luis, le gusta que sea especial y única, pero está decidido a conseguir que no diga palabrotas.
—Perdón —se disculpa la chica poniendo carita de buena.
Al terminar la comida, vuelven a salir, encontrándose de nuevo con Jorge, esta vez, acompañado.
La mujer que va con él, es alta, delgada, su pelo es largo, rubio y brillante, lleva un vestido muy ajustado y elegante que marca sus curvas perfectas.
—¿Ya habéis terminado también? —sonríe Miguel al hombre.
Luis y Adolfo los esperan al lado del coche, Estefi quiere hacer lo mismo, pero su abuelo la ha cogido del brazo.
—Si, ahora volveré a la oficina —le responde Jorge.
Su amiga mira con altanería a Estefanía, no suele importarle la opinión de los demás, así que la ignora.
—¿A hincar el codo, eh? —bromea ella.
Jorge la mira, con poca amabilidad y responde.
—Si, a hacer cosas de mayores.
Miguel no se ha dado cuenta de por dónde iba ese comentario, pero ella si, está enfadada, pero no quiere incomodar a su abuelo, sonríe.
—¡Qué te den! 
Con orgullo, se da media vuelta y entra en el coche, sin darle tiempo a Adolfo para abrirle la puerta, pero teniendo tiempo para escuchar lo que exclama la mujer que lo acompaña.
—¡Qué vulgar! 
Lo que no escucha, es la respuesta de su abuelo.
—Una supuesta educación, no te vuelve mejor que ella, al menos mi nieta, tiene dignidad, mañana por la mañana en mi casa, Jorge.
Este se da cuenta de que está molesto por la seriedad en la que le habla y el tono de la orden, ya no será una visita, sino una obligación, "esa chica acaba de llegar y ya está dando problemas", piensa Jorge.
Miguel se sienta al lado de ella y la mira.
—Hija, no le hagas caso, solo es una interesada con una cara bonita, no merece la pena.
—Lo sé, yayo, ¡es que me repatea la gente que se siente superior! 
No está triste, está cabreada.
—Tendrás que acostumbrarte a eso, aquí hay mucha gente así, pero también hay gente buena, solo piensa en una cosa que te dara ventaja ...
—¿El qué? 
—Eres una Vega, no cualquiera, la heredera, más de uno se pensará dos veces meterse contigo, la cabeza siempre alta —le dice mientras le hace mirarlo levantando su barbilla.
Ella, agradecida, le sonríe, ese pequeño gesto, lo hace inmensamente feliz.
El resto de la tarde la pasan charlando, poniéndose al día, Estefi está muy sorprendida, lo conoció hace menos de un día y siente que lo conoce de toda la vida, no lo imagina echando a su madre, como le había contado la familia de su padre.
—Yayo, ¿querías a mi madre? 
Miguel la mira, sorprendido por su pregunta, sus ojos brillan de una manera distinta a hace unos segundos, parece que tienen ganas de llorar.
—Claro, más que a mi vida, por eso la dejé ir.
—¿Y por qué no me buscaste?
—Lo hice, cuando me llamaron para darme la noticia del accidente, pregunté por ti, pero nadie sabía nada, al principio pensé que sería lo mejor, tu abuela, no es una mujer fácil de llevar, pero en cuestión de días... me arrepentí y te busqué, nadie sabía nada de ti.
Estefanía no hablaba, estaba callada, pensando en lo que le acababa de contar, "si me quería", se afirmó mentalmente.
—Hija, ¿qué pasó?
—Me llevaron a la casa donde vivía con mis padres, le ofrecieron la custodia a mi tío, pero me rechazó, mi abuela lloró y le rogó, pero el muy cabrón no quiso.
—¿Y entonces? 
—Me llevaron a un centro de menores, pero entre papeles y leches, me hice mayor, y nadie quiere adoptar a una adolescente.
—Vaya, lo siento —le dijo mientras cogía la mano a su nieta.
Estefi sonrió.
—¡Tranqui, todo no fue malo!, ¡me escapaba del centro para comer con mi yaya muchas veces! también tengo muchos amigos, la Vane, el coletas, la Trini y el Brayan. 
—¿El coletas?
—Le llaman así por las rastas, última moda en España —le cuenta mientras se ríe y siente cierta nostalgia.



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Editado: 21.09.2022

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