El primer día de las vacaciones Navideñas y no podía estar más eufórica ante la lista de lecturas pendientes que me aguardaban en mi librería. Hice el bailecito de la victoria ante el destartalado librero, sacando esos pasos prohibidos que solo me atrevía a mostrar asegurándome de estar a solas.
¿Cuál sería la primera lectura elegida? Sopesé. Bueno..., quizá podría someterlo a votación metiendo todos los títulos escritos en papelitos, dentro de un túper de mi madre, e ir sacando títulos al azar... Hum, podría ser interesante, pero recordé que solía dejarme llevar por mis estados de ánimos a la hora de elegir las historias, recordando mi censura hacia las sorpresas.
Sin embargo, me estaba pareciendo de lo más complicado analizarlo en aquel momento de alegría desmedida.
Mi época de exámenes había concluido con una media de notas de sobresaliente; ¡Voilá! Primer reto cumplido. Y ahora para mantener mi salud mental activa, debía centrarme en un nuevo reto. ¿Leer veinte libros en menos de dos semanas? Eso podría ser el mejor de los pasatiempos vacacionales, dado que tampoco tenía otra cosa mejor que hacer más que ayudar en las labores domésticas a mi madre, o sucumbir a alguna que otra compra navideña de las que intentaría escapar a como diera lugar.
En mi entorno era bien sabido que yo era más feliz evitando interactuar con la sociedad, detalle que solía confundir a las pocas personas que llegaban a conocerme un poco más allá a esa primera impresión de jovencita post adolescente con aparentes traumas infantiles. ¿Tan raro es que incentivara de mi rasgo asocial? ¿Qué disfrutara estudiando la carrera que tanto me gustaba? o incluso, ¿qué adorara sumergirme en los libros y el mundo paralelo al que estos me trasladaban a diario?
¡Bah! En verdad no tenía tiempo, ni ganas para centrarme en quienes me rodeaban y en lo que ellos pudieran pensar de mí.
Pero hasta mi madre se había preocupado los primeros años de mi edad juvenil, llevándome a algunos médicos y psicólogos creyendo que me salía demasiado de los estereotipos de adolescente rebelde; chicas deseosas de ir de fiesta, conocer a chicos, flirtear, o incluso hacer algunos pinitos con las drogas menos intrusivas. ¿No era irónico?
Terminó desistiendo, ¡y menos mal! Simplemente debía aceptar que sus dos hijas eran polos opuestos que nunca compatibilizarían.
—¡Hola hermanita! —me saludaba Sofía, entrando a mi dormitorio como un huracán implacable y haciendo que entornara los ojos en su dirección.
—Y ahora, ¿qué quieres? —contesté demostrando mi desgana a entablar una conversación y culpándola de haberme distraído de mi objetivo principal.
—¿Qué haces? —quiso saber, ignorando mi pregunta y sentándose en la orilla de mi cama, con notable curiosidad; otra de sus características más exasperantes.
Sofía acababa de cumplir su décimo noveno cumpleaños, pero no parecía haber salido de su etapa pubescente.
—Eligiendo qué libro será el primero en leer en mis vacaciones —resumí arrastrando las palabras al contestar a su pregunta, y más que molesta por no saber aun, qué la había empujado a entrar en mi espacio personal.
Vi cómo resoplaba dándome a entender lo tediosa que encontraba mis distracciones.
—¿Qué quieres Sofia? —le pregunté por segunda vez elevando un poco más el tono de mi voz — No puedo pensar contigo ahí, observándome y analizando cada uno de mis movimientos.
—He venido a hablar de algo importante... —dijo tras un silencio de lo más extraño.
¡Vaya! Qué bien se le daba a mi hermanita eso de crear intrigas. La miré unos segundos sin disimular mi impaciencia.
—¿Y? —insistí — ¿Vas a decirlo hoy, o tengo que adivinarlo? No será una excusa para matar el tiempo haciéndome perder el mío...
—¿Por qué eres siempre tan borde? —contestó haciéndose la escandalizada — Creo que si tuvieras novio no te pasaría tan a menudo eso de parecer una amargada, ¡y mira! Quizás hasta mi propuesta pueda ayudarte con eso.
¡Ja! ¿Una propuesta? Aquello me sonaba a ir de fiesta, o quedar con desconocidos que no me apetecía, ¡para nada! Además, no era la primera vez que escuchaba que un novio solucionaba los problemas, sabiendo que solo lograban agravarlos, o la imposibilidad de que una chica antisocial pudiera gustarle a alguien siendo quien era. ¿Cambiar por gustar? ¡Ni de coña!
Resoplé con cara de malos humos, haciendo una cuenta atrás mental para echarla de allí a empujones si fuera necesario.
—¡No me mires así! Escúchame primero... —recalcó —, no podrás negarte si está en juego las navidades en familia, ¿no?
—No veo en qué te pueda ayudar yo, tú eres la del espíritu navideño desproporcionado.
—Eso es lo de menos hermanita —le quitó importancia —, hasta el Grinch pudo apreciar el valor de la Navidad, después de todo.
¡Ja! ¡Qué graciosilla! Entorné los ojos en su dirección mientras me sentaba sobre mi mullida alfombra de lana, temiendo que aquello fuera para largo.
—Bueno, y ¿qué más tendría que hacer yo? Sabes que suelo ayudar a mamá en casa y con la decoración... —pregunté temiendo realmente su respuesta — No pidas mucho más, quiero disfrutar de unas vacaciones tranquilas.
—Entiendo, pero... —dudó un instante antes de continuar — ¿no has pensado en que estas podrían ser nuestras últimas navidades juntas?
La miré girando la cabeza rápidamente, espantada por lo que acababa de insinuar.
—¿Eres tonta, o qué te pasa? —exclamé ante la sorpresa, y con la incredulidad apareciendo en mi voz — Mamá se está recuperando, se pondrá bien muy pronto, ya casi ha terminado el tratamiento y tendremos muchos años felices junto a ella, ¿se puede saber por qué dices eso?
Sofía negó con el gesto, haciéndome retener mi rabia por un segundo.
—¡No lo digo por mamá! y tonta serás tú por haberlo imaginado siquiera...—contestó pareciendo ofendida y hasta un poco asustada por la posibilidad de que el cáncer pudiera alejar al pilar de nuestras vidas, de nuestro lado.