Sofía.
“Navidad, navidad, dulce navidad... La alegría de este día hay que celebrar ¡hey!”
—¿En serio es necesario que vayas cantando la misma estrofa todo el camino? —se quejaba Leah por enésima vez, sin poder disimular que mis cánticos interrumpían su comprensión lectora.
—¡Claro! Es la mejor que me sé, y es mi trabajo amenizar los viajecitos a la ciudad, porque si te lo dejáramos a ti, estaríamos “apañaos”—contesté consiguiendo la aprobación de mi madre que llevaba el coche con cautela y una sonrisa de satisfacción en su sereno rostro.
Ella resopló con sus típicos malos humos, como no era de extrañar. Era como su sello identificativo. Leah siempre se enfadaba por todo. O al menos es lo que quería pensar como alternativa a que me odiara, porque mi existencia le supusiera un incordio.
Incluso al rememorar nuestra infancia, no encontraba un momento en que mi hermana mayor se comportara como tal, más bien le gustaba estar alejada de todo lo que esa tarea conllevaba. Y estaba bien... Así era ella, y así debía aceptarla. La quería mucho, y me gustaba tomarla como ejemplo a seguir, aunque jamás pudiera entender las razones por las que la soledad, le causaba tal nivel de satisfacción.
Pero... Eso podría arreglarse pronto. Y más sabiendo podía atribuirle un nuevo admirador, parte de mi amplio círculo de amigos.
—¿Lo estás pasando bien? —quise saber preguntándole directamente, pero traduciendo su mirada iracunda como un rotundo, ¡NO!
—Estoy a punto de echarme a correr, Sofía... —murmuraría con disimulo y acercándose a mi lado para que la escuchara — ¿Por qué has invitado a todos tus amigos a comer con nosotras?
—No seas exagerada Leah, además, estos son como de la familia, mamá está encantada ¿no la ves? —añadió señalando hasta su posición, viendo que parecía estar pasándolo de maravilla mientras observaba los detalles decorativos de toda la Plaza Mayor— Además, si socializaras de vez en cuando, te darías cuenta de que, más de uno ha accedido a venir, solo porque tú venías con nosotras.
Leah me miró como si le estuviera contando la peor de las patrañas.
—Es en serio hermanita, si no, mira un segundo cómo mi amigo Lionel no te quita los ojos de encima... Y me da que lo lleva haciendo toda la noche.
Disimuladamente y en un silencio incrédulo, se atrevió a seguirme la corriente y verificar que definitivamente, aquel chico con pinta de rebelde sin causa, le sonreía en un intento de coqueteo nada sutil.
—Es mono, ¿eh? —le susurré acercándome con disimulo a su espalda —Pues que sepas, que no suele gustarle estos eventos, y la verdad es que creo que tiene bastantes cosas en común contigo.
—¿Hablas en serio? — preguntaría girándose en mi dirección para darle la espalda sin contemplaciones al chico — Podría ser mi hermano pequeño Sofí, ¿acaso crees que estoy tan desesperada para salir con jovenzuelos?
¡Ahí va eso! Definitivamente, mi hermana mayor no tenía remedio.
—Lionel es mayor que yo, incluso creo que, aunque no lo aparente, podría ser mayor que tú. Te cuento —cuchicheé sin detener mi lado cotilla —; mi amigo es el típico indeciso que no sabe muy bien qué camino seguir, pasando de una rama universitaria a otra, sin que parezca haber encontrado aún, una que verdaderamente le guste de verdad.
¡Oh! Demasiados detalles, ¡cállate Sofía! Me detuve en cuando vi el gesto de desconfianza que mi hermana echaba en su dirección.
—Y ahora creerás que esa peculiaridad de chico perdido, picaflor, rebelde y sexy me atraerán hasta el punto de dejar que mi hermana pequeña haga de carabina, ¿no?
—¿Sexy? ¡Uy, uy! Me da que, de algún modo, Lionel podría tener posibilidades ¿eh? — insinué viendo cómo volvía a echar un vistazo hacia él, ahora con un gesto de análisis más detallado de su anatomía.
“Noche de paz.... Noche de amor...”
Canté espontáneamente, haciendo que todos los reunidos en la mesa me miraran sonrientes. Todos menos Leah, quien ya había adivinado el sentido de elegir aquel villancico para la ocasión.
—¡Venga hermanita! —la animé en voz alta, poniendo mi brazo sobre su hombro, mientras veía que los demás se unían al coro — ¡Es Navidad! Tiempo de alegría y esperanza...
Su mirada asesina me taladró, pero me lo estaba pasando de lo lindo a su costa.
“Todo duerme en rededor... Entre los astros que esparcen su luz... Bella anunciando al niño Jesús...”
Finalmente, sonrió. Solo un poco debo añadir. Era imposible no dejarse embaucar por el ambiente tan familiar y hogareño que de repente se respiraba entre nuestro pequeño círculo de amigos. Mi madre reía más feliz de lo que la había visto en mucho tiempo al ver a sus dos hijas juntas y pareciendo disfrutar de la compañía mutua, y yo haría todo lo posible porque eso no cambiara.
El resto, me conocían tan bien de los años que habíamos compartido en el instituto, que ni siquiera se sorprendieron ante mi nefasta improvisación pública de espíritu navideño. ¡Así era yo! Aunque siguiera sin extrañarme que a mi hermana sí llegara a molestarle mi empecinamiento en que saliera un poco de sus mundos imaginarios, y comenzara a disfrutar un poco más de lo bonito que tenía para ofrecerle, el mundo real.
*****
La semana iba avanzando entre desayunos tardíos, a causa de que mi hermana se pasara hasta la madrugada sumergida entre sus libros. Almuerzos convertidos en meriendas que solíamos hacer tras un paseo por las tiendas del pueblo, y noches en la congregada feria de la capital.
Nuestro grupo ya parecía tener como rutina los encuentros en aquella hermosa plaza colmada de luz, y casetas de madera adornadas para la ocasión. Las noches frescas, empujaban a llenar las terrazas de las históricas cafeterías que bordeaban el lugar, dando paso al bullicio típico de las ciudades multiculturales como a la que yo, estaba orgullosa de pertenecer.