Leah.
—Hola… —saludé bajito casi conteniendo la respiración, intentando buscar una manera racional de digerir que Lionel y yo estábamos a solas en mi habitación.
—Hola —contestó con una sonrisa nerviosa, que dejaba ver lo improvisado de su aparición.
Su presencia, parecía haber llenado el espacio de mi amplio dormitorio, embelleciéndolo. Y mira que eso era difícil ante la presencia de mi emparedada librería cargada de mis más preciados tesoros.
—Ya casi nos íbamos —explicó señalando hacia la puerta cerrada —, pero antes quise despedirme y darle un detalle.
Entonces mostró sus manos, las cuales mantenía tras la espalda, haciéndome contener la exclamación de sorpresa en una mueca de incomprensión.
—Es una tontería… —dijo a modo de disculpa, quitándole importancia —, pero al verlo me hizo pensar en ti.
¡Vaya! Exclamó mi descontrolado cerebro en respuesta a la aceleración de mi corazón. ¿De verdad Lionel pensaba en mí de ese modo?
Notaba como mis mejillas se encendían en llamas ante la intensidad de su mirada, en cuando acepté y decidí tomar su regalo, rozando ligeramente sus dedos con los míos.
—Gracias, Lionel—exhalé —, pero sabes que no tenías porqué comprarme nada.
Y entonces volvió a hacer ese gesto de pasotismo que tanto le caracterizaba, encogiéndose de hombros y frunciendo el ceño quitándole importancia.
—Ábrelo y verás que no es para tanto…
Y eso hice, esforzándome por no romper demasiado el envoltorio tan elaborado y elegante, incluso temblando un poco de la intriga.
Descubrir aquel colgante me hizo enmudecer al instante. Pero ¿cómo?
—¿Te gusta? Supuse que entenderías su significado nada más verlo, y por tu colección creo que no he ido desencaminado.
—Es precioso… Y sí, adoro todo lo relacionado con esa saga de libros —confesé sin poder evitar que el alma se me cayera a los pies. De repente sentí que, si me atreviera a apostar por la realidad, sabría que Lionel estaba siendo empujado por mi hermana en su desesperado intento de emparejarnos a como diera lugar.
Le di la espalda, deseando que no notara en mis facciones el cambio de actitud emocionado por uno de pura decepción, pero sin poder contener el camino que llevaban mis pensamientos.
—Por lo que veo, Sofía se ha encargado de informarte y ponerte al tanto de mis gustos —ironicé si atreverme a mirarle aún —. Tengo curiosidad; ¿qué más está tramando mi hermanita para sacarme de quicio? ¿Qué será lo próximo planeado? ¿Tener una cita en Noche Vieja? ¿Podríamos disfrutar juntos de una lectura junto al fuego?
Noté qué mi voz se había elevado un poco más de su tono habitual guiada por el enfado, que ya crecía sin que él me hubiera confirmado que mis sospechas tenían algo de verdad. Me giré unos segundos después para enfrentarla, y extrañada por el silencio incómodo entre los dos.
—Sofía no me ha hablado de ti —añadió tajante —, solo recuerdo la vez, estando de visita en su residencia de Londres nos acercamos al centro de la ciudad y al ver una enorme tienda de productos frikis con una gran colección de la saga Crepúsculo, pensó en ti. Sus palabras fueron; “Mi hermana Leah fliparía si viera todo esto, es su saga favorita en el mundo.” Y eso me hizo acordarme de que quizá, el llevar el símbolo que caracteriza a esa serie te haría ilusión.
Volvió a encogerse de hombros, dejándome noqueada y sin saber qué decir.
—Gracias por acordarte de ese detalle, aunque muchos habrían huido al saber que soy de ese tipo de chicas...
— ¿Qué tipo? —preguntó curioso.
—Las frikis... —resumí, imitando su gesto.
Ambos sonreíamos, notablemente turbados por el momento de tener que exponer nuestros pensamientos a solas.
—Eso no importa si tienes más que ofrecer, y estoy seguro de que no eres solo una estudiante de sobresaliente, una amante de la lectura y una linda chica friki a la que no le importa qué piensen los demás.
—Ah, ¿no? —levanté una ceja incrédula. Espera, me había dicho ¿linda?
—Estoy seguro de que no, pero claro, no te conozco tan bien como quisiera —prosiguió dando un paso en mi dirección, atreviéndose a tomar de mis manos el fino colgante de la manzana del pecado mordisqueada por una de sus esquinas, y situándose tras de mí, para colocarla sobre mi cuello –, pero quizás...
— ¿Quizás? —susurré yo casi sin aliento, notando el roce de sus dedos en tan delicada zona de mi piel.
—Podríamos hacer algo juntos, eso mismo que has propuesto hace un instante, ¿te apetecería en serio?
— ¿Una cita a solas en Nochevieja? ¿Leyendo un libro delante de la chimenea?
Mi pregunta repetida, casi sonó a una exclamación de incredulidad, ¿acaso me estaba vacilando? ¿Cómo un chico como él podría sugerir algo así? Pero, retomando su posición frente a mi vista y tomando mis manos casi petrificadas entre las suyas, afirmaba con el gesto que justamente eso era lo que deseaba.
— ¿Aceptarías? —insistió buscando una respuesta definitiva, que no tardaría en salir de mis labios. ¿Cómo no iba a aceptar? Lionel era el primer chico que había despertado en mí, esas sensaciones tan reconocidas de los libros, donde el chico en cuestión era capaz de arrebatarse el aliento con solo unas palabras dulces. Y creí que, en la vida real, jamás podría pasar, pero allí estaba él, cumpliendo con cada una de las expectativas impuestas por el mundo de la ficción.
No debía hacerme tantas ilusiones, deduje al instante, pues como Lionel había sugerido tampoco es que nos conociéramos tanto, y era probable que alguna parte de nuestro carácter nos desligara.
Así que tomé aire con ese pensamiento en mente, y simplemente dije:
—Sí, claro, me apetecería mucho ese plan en tu compañía.
¿En tu compañía? Pero ¿ahora eres Elizabeth Bennet, o qué te pasa?