La vida es muy extraña desde que dejé el lugar donde era feliz. Estoy aún con nostalgias por lo que pasó.
Estoy enferma nuevamente, y qué mejor manera de pasar mi tiempo que escribiendo un rato. Me encuentro en la parte alta de mi casa, para ser específica, en el segundo piso. No es que viva en una casa de ensueño y todo lo demás, sino que vivo de alquiler y es donde comienzan mis escritos.
Si estudio, está claro que sí, pero por ahora estoy aislada de lo exterior por un buen tiempo. Me causa una sonrisa cuando vuelvo a escribir. Escribo en un cuaderno, la tinta azul es mi favorita, cerca de la ventana o en la cama.
Por las mañanas, el aire resopla, la cortina baila, y yo solo puedo ver desde la cama lo hermoso de un cielo azul.
Créeme, no es raro que a veces me olvide del día o de las horas. No puedo levantarme y seguir haciendo las cosas, ya que ni sé qué hacer, no sé en qué momento cambiarme o cambiar las cosas de este cuarto.
Un vecino mío viene a tocar la puerta de vez en cuando; piensa que no estoy en casa o algo así. No estoy acostumbrada a hacer mucha bulla, después de todo, estoy enferma.
La tarde se acerca, pues desde la ventana se puede apreciar la oscuridad de esta noche, el viento nuevamente presente en mi habitación. Estoy en la cama dando vueltas como un no sé qué.
Las preguntas me invaden; y bien dicen que eso pasa cuando el cuerpo no realiza sus cosas y se dedica a pensar.
Me cuestiono muchas veces qué puede pasar si me voy de este lugar y si regreso con mi familia... pero no, debo permanecer en este lugar.
Por las noches se escucha mucho más a las personas transitar, niños jugando quizás en la misma pista. El que vende vino, con su megáfono, y los niños traviesos con los fuegos artificiales.
A esta hora de la noche, seguramente son las nueve horas, es cuando no se puede dormir. Y ya no son las personas ni nada de lo anterior, sino que es mi inseguridad la que no me deja descansar, mi estabilidad emocional, la razón por la que no encuentro sentido en todo lo que me está pasando y por qué se dieron las cosas de esa manera.
Sonrío, porque nuevamente el vecino toca la puerta.
_¡Estoy aquí, señor Raúl!.
Luego de eso se marchó; por lo menos es quien se preocupa por mí. Trato de tapar mi cuerpo con la frazada, pero es en vano porque el calor es lo que me molesta ahora.
Seguramente es la una de la mañana y aún no puedo descansar. Con mi lámpara aún prendida, juego con las sombras que pueden hacer las formas de mis manos. Pero inmediatamente me aburro, trato de acomodar mi espalda para leer un libro, pero aun así solo logro leer dos páginas. Pero en todo ello, por fin me encuentro cansada y trato de acomodar mi cuerpo y sobre todo mi cabeza en la almohada. Parpadeo muchas veces, los ojos me arden y me sumerjo en mis sueños...