Y si mi marido contribuye en gran medida a mi ansiedad, mi hija no lo hace nada de mal tampoco, y es que la semilla de la falta de atención no cae muy lejos del árbol que la produce. Cierto. Mi descendencia parece no haber podido escapar de los genes del despiste.
Siempre tuvimos problemas para captar su atención. 10 minutos (y me atrevo a exagerar) y luego su concentración se iba volando tras de las moscas que pasaban por su lado. Esto era especialmente evidente en la escuela, donde era habitual que no alcanzara a escribir todas sus materias o estudiara para una prueba, cuando realmente tenía otra. O cuando la veía llegar de vuelta de clases con un zapato con cordones y el otro con velcro. Yo solo hacía rodar mis ojos y suspiraba…….”Ay, Señor”.
Siempre tuvimos la incertidumbre cada diciembre si pasaría de nivel o repetiría. Y es que para aprender es vital poner atención a la clase, cosa que ella no hacía mucho. En algún momento llegamos creer que era sorda, pero nos sentimos aliviados al ver que reaccionó cuando gritamos: “¡¡CHOCOLATE!!”.
Nunca me olvidaré lo que ocurrió para un desfile escolar. Por primera vez la eligieron para llevar la guaripola. Fueron meses de ensayo, tanto en la escuela como por las calles por donde pasarían los estudiantes. Estaba realmente entusiasmada, pero el gen del despiste apareció justo en ese día tan importante. La pobre criatura, se quedó marchando sola por la calle cuando sus compañeros dieron la media vuelta y ella “entretenida”, no escuchó. Solo se percató cuando se vio reflejada en un escaparate y no vio a nadie tras de sí. Yo miraba de lejos la situación sin poder avisarle. Debo decir, que hubo un momento en que pedí que la tierra me tragara y me escupiera en China. Me dio vergüenza ajena….pobrecita…..Menos mal que ella se lo toma con humor.
Ahora que estamos en cuarentena, tampoco se ha librado de darme su dosis de tensión.
Es el terror de la cocina, no solo porque devora todo a su paso cual piraña de Amazonas, si no también, porque cada vez que se le ocurre “cocinar algo rico”, fijo que pasa un desastre. Por ejemplo, es usual que confunda los polvos de hornear con la fécula de maíz, o la vainilla con la soya o la canela con merkén.
Pero ¿cómo confundir estas cosas si tienen olores y envases distintos? Eso mismo pienso yo y es que aún no logro descubrir lo que pasa por esa cabecita de pollo.
Tiene problemas….
Para paliar la escasez de alimento que pudiera suceder en un futuro, decidimos construir un invernadero. Mientras avanzábamos en la construcción, plantamos muchos almácigos para que, cuando estuviera terminado, trasplantáramos las plantitas ya crecidas.
No se me ocurrió mejor idea que pedirle a mi dulce retoño que efectuara dicha labor. Cual fue mi sorpresa cuando fui a ver cómo iba avanzando en la labor y vi cómo había plantado todas las plantitas con las hojas bajo tierra y las raíces al aire. Me eché a llorar, me tiré al suelo e hice una pataleta en todo el barro como si fuera una niña de 5 años. Me miró con su carita y solo me dijo - "Te amo?" - Toda la rabia se me fue y me eché a reir. Y es que con ellos no hay enojo que me dure.
Sé que esto recién empieza. Todavía hay pandemia para rato. Me queda mucho tiempo más “sufriendo” las ocurrencias de mis dos amores. Es cierto que me sacan canas verdes, pero ¿qué sería de esta aburrida cuarentena si no estuvieran ellos? Agradezco tenerlos a mi lado, sanos y vivos, y aunque la cordura se me escape de a ratos, no cambiaría por nada del mundo a este parcito, que le da alegría y razón de ser a mi existencia.
FIN
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NOTA: Esta es mi segunda entrega. La verdad es que nunca pensé que habría siquiera una primera, pero al ver los comentarios de encomio de aquellos que leyeron mi primera novela, me sentí tentada a seguir escribiendo. González también me animó. Sí, este relato corto, se basa en su mayoría en anécdotas personales, aunque también me inspiré en los relatos de Vivian Vásquez V. ¡¡Gracias Vivian!!
Muchas gracias por leer. Espero seguir escribiendo más en el futuro si es que les gusta mi trabajo.