—Es una ocasión especial, vamos Ivanna eres mi querida prima, la mujer que más me conoce.
—Y la única con quien no te has acostado, solo porque sabes que me gustan las mujeres, tú ni a la familia respetas cariño.
Mientras le da unos masajes sobre los hombros, para tratar de convencerla, de que lo acompañe a aquella fiesta prácticamente organizada en su honor, una mujer del porte de Ivanna atraería a hombres y a mujeres al mismo tiempo.
—Está bien, te acompaño, pero por favor no me metas en tus tretas de conquista, que ya no tenemos quince años. Estás bordeando los treinta y muchas veces te portas como ese chiquillo que se crea el gallo del gallinero.
—Aún lo soy, no me faltes el respeto al legado de tu primita, te prometo que esta vez no te voy a utilizar para mis dichosas tretas como tú le dices—Haciendo una señal con los dedos de aquella irónica frase—Te dejo mi tarjeta, para que te compres el vestido que quieras, el más sexy y tal vez la que termine de casería seas tú.
—No es mala idea, bueno, acepto lo de tu tarjeta, con tu permiso, tengo una cita con la bella aeromoza que conocí en mi vuelo de Múnich hacia aquí.
Una vez que Ivanna se marchó, Christofer se quedó pensando en la fiesta, donde lo irían a presentar como nuevo socio, aunque él solo era una pantalla, el verdadero hombr3 del poder, era su hermano Frederick, pero este prefería trabajar a las sombras al final las decisiones importantes la tomaría él, por lo que mientras le pagaran como socio, no tenía problemas solo serían seis meses los que estaría ahí hasta que Frederick rescatara la empresa de la casi bancarrota para luego venderla a un mejor precio de la que la adquirió, el menor de los McKay era del tipo de hombre que la falta de preocupaciones laborales o de dinero era su especialidad, le daba tiempo para seguir su vida como siempre, sin ataduras, sin miedos, sin remordimientos, tal cual lo había hecho su madre hacía veinticinco años cuando los abandono en busca de esa libertad que tanto él amaba, tal vez lo tenía en la sangre, creció con esa idea de libertad, tal vez lo llevaba en la sangre pensaba él.
Mientras tanto en otra parte de la ciudad.
—Por favor Evelyn, odio esas fiestas cuando voy sola, son tediosas, aburridas, parece una reunión de la promoción del Titanic, ve conmigo, te juro que no separaré de ti en toda la noche, seré como un chicle.
Juntando las manos a modo de ruego, necesitaba que su querida Eve, saliera de su caparazón, necesitaba que se diera cuenta de que la vida no es solo dejarse humillar por unas cacatúas sin personalidad u ocultarse bajo las sombras como ella había hecho hasta ahora.
—No, Alana, sabes que no me gusta, además, mírame donde conseguiré un vestido decente, porque el saco de papas que tengo ahí en mi placar no cuenta para una fiesta así.
Mirando hacia el fondo del ropero donde se encontraba sus trapos viejos, como le decía Alana, había un vestido que le traía malos recuerdos, pero no se atrevía a dejarlo en el pasado, era como si soportara vivir con su trauma todos los días, se torturaba de manera voluntaria.
—Si lo haces, te regalo un saco de comida premium para tus gatos, además te regalo un vestido de ensueño. Que la misma Ashley Graham envidiaría.
—¿Ashley Graham? Dices. ¡No olvídalo! —Moviendo las manos en modo de negación, casi la hace caer con lo de Ashley Graham, una modelo plus sise, que ella admiraba por siempre mostrarse fuerte y sonriente, cuantas veces soñaba ser un instante como ella, solo un minúsculo momento — No me voy a aparecer ahí, delante de toda esa gente que me odia, que hace mi vida aún más miserable, no sé cómo siendo mi amiga, me puedes pedir algo como eso.
—Mi último recurso, es este—Suspirando y volviendo a juntar las manos en modo de ruego—Te acompañaré al refugio de animales, llevando unos cuantos sacos de comida para los apestosos esos.
—No les digas así, te dije, —Sabía lo que para Alana era visitar ese lugar, ella detestaba a los animales y sabía que solo lo soportaba por ella—Déjame pensarlo.
—¡Gracias, mil gracias! — Abrazándola con efusividad y ante la sorpresa de Evelyn, ella la soltó rápidamente, Alana no quiera ponerse en evidencia, no podía. —Te mandaré un mensaje para lo del vestido.
—No te he dicho que sí, solo que lo iba a pensar.
—Ese refugio es tu debilidad y lo sabes, todo déjalo en mis manos, ese día te verás, tan espectacular, que nadie te va a reconocer.
—No me gusta estar tan tarde en la calle, máximo a las doce.
—Ni un minuto más, ni un minuto menos, al sonar las doce campanadas, cuál princesa encantada, se irá del baile, sin dejar ningún zapato por ahí tirado.