Una Curvi Para Amar, No Para Jugar

PARTE 04

 

—Ese mechón plateado, no en cualquier mujer, se ve así de hermoso—Dijo Christofer, despues de dalel3 un ligero  toque con los dedos, dejando que ella aspirara su aroma masculino, para luego descansar los codos, como si fuera el galán de alguna película, sobre la barra del bar, lugar donde Evelyn se había quedado, tal cual le dijo Alana.

 

—Lo siento, me tengo que ir

 

—Pero, por lo menos, dime tu nombre—Llego a decir, pero era tarde, ya ella había salido despavorida, como si hubiera visto un fantasma.  Llego al baño de damas y se vio a espejo, se veía totalmente diferente, empezando por su cabello de espantapájaros como le decían las cacatúas que se decían sus compañeras de trabajo, que más que eso parecían las hermanastras de cenicienta.

 

—Un chico muy guapo te habló Evelyn—Suspirando de una manera profunda, tocando sus mejillas que estaban tibias, tal vez era porque corrió casi despavorida, pensó ella.

 

—Aquí estás, te estuve buscando por todos lados.

 

—¿Cómo te fue con tu jefe?

 

Respondió de manera algo nerviosa, tratando de recobrar la compostura.

 

—Nada,  es un troglodita, misógino, pero no importa, vámonos que ya me dio hambre, la comida de aquí es muy desabrida. —Comento Alana, tomando de la mano a su querida Eve, para luego marchase, lo que le causo algo de extrañeza, era como ella, se tapaba la cara, no captaba el motivo, porque después de todo nadie la había reconocido, eso que esas dichosas mujeres pasaron por sus narices y solo las habían mirado de arriba hacia abajo y no habían hecho comentario alguno.

 

—Primito, por ahí me dijeron que se te escapo la presa.

 

—Ese idiota es un chismoso, no puede tener el pico cerrado, No jodas tú también Ivanna, ya tengo bastante con las burlas de Andrew.

 

—Es que es digno de burla, mira que una mujer salió despavorida, apenas le lanzaste una de tus trilladas frases.

 

Christofer solo arruga el entrecejo, eso no era verdad, no le había lanzado ninguna frase de bolsillo como le decía Andrew, solo que cuando la vio directo al rostro, fue lo primero que se le ocurrió, por algún motivo que desconocía, cualquier frase no iba con ella, le parecía extraño, porque después de todo, él podía hasta escribir un Manual de frases para que una mujer caiga rendida a tus pies, pero, en cambio, con ella no pudo, ni siquiera reaccionar cuando salió huyendo, como si él fuera la peste de quien escapar.

 

—Pero esto no se va a quedar así, te aseguro que de que cae, pues cae.

 

—Se nota que tienes gustos muy variados, no es mi tipo,

 

—A ti te gustan modelitos, como Susana Humboldt, no sé cuándo las vas a superar.

 

—Nunca, como que me llamo Ivanna Peterson, una mujer como ella, no se supera nunca.

 

—Quién te manda a enamorarte de alguien como esa mujer, no sé por qué le buscan tres pies al gato, el amor   no vale el esfuerzo.

 

—Qué extraño que tú digas eso, si eres el más enamoradizo del planeta, no sé a cuantas les he tenido que decir, nunca lo he visto así, es la primera vez que me presenta a alguien, lo tienes comiendo de tu mano, si me has traído acá es con un propósito, no soy tonta, seguro estaba de casería y luego me metías a mí, con que desde que te conoció en la fiesta no ha dejado de hablar de ti. Siempre me usas de pantalla o palanca.

 

—No seas dramática, que me ha tocado recogerte, no sé de cuantos hoteles a las cinco de la mañana, todo porque no confías en los taxis  amarillos o de aplicativo a esas horas, entre gitanos no nos vamos a leer las manos, somos Peterson, después de todo, lo llevamos en la sangre

 

Para luego abrazarla y como siempre recibir sus regaños, quien le reclamaba por despeinarla. Se querían como si fueran hermanos, con Frederick no podía ser así, porque siempre le estaba llamando la atención, por cualquier detalle que se le pasaba por alto.

 

—No sé cómo tu hermano y tú, son tan diferentes, como el día y la noche.

 

—Como el agua y el aceite, pero ya sabes, salí a mi madre—Restándole importancia, bebiendo otro trago, sin dejar de mirar aquel punto donde conoció aquella mujer, la primera en huir de él. Pero eso no acabaría ahí, él nunca perdía una presa y ella no iba a ser la excepción, solo tendría que esforzarse un poco más de lo normal.

 

 

—¿Qué tanto piensas? Mira que te has puesto la chamarra encima y nadie nos está viendo., en este Subway no hay gente a esta hora, aunque atienden las veinticuatro siete.




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