El apartamento olía a lejía y a derrota. Valentina movía como un autómata, abriendo cajones y armarios, amontonando ropa en una maleta barata que había comprado hacía una eternidad para un viaje de fin de semana que nunca llegó. Cada prenda que tocaba era un testigo silencioso. Los jeans que ya le quedan un poco grandes en la cintura, las blusas que ahora parecían velas hinchadas sobre su torso. Un recordatorio tangible de su "progreso", pero que en sus manos solo sentía como pieles mudas de una vida que se desvanecía.
El sonido de la llave en la cerradura la hizo saltar. Un chirrido familiar, cansado. La puerta se abrió y apareció su madre, Carmen, con la bolsa de la compra en un brazo y la preocupación grabada en el entrecejo desde que había cruzado el umbral.
—¿Tina? ¿Estás aquí? Me ha dicho la vecina que te ha visto subir con prisa y… —Se calló en seco, sus ojos marrones, tan parecidos a los de Valentina, recorrieron la escena: la maleta abierta en el sofá, el caos de ropa, la expresión de pánico congelado en el rostro de su hija—. ¿Qué… qué es esto? ¿Te vas de viaje? —Su voz sonó esperanzada, como si quizá, por fin, su hija hubiera decidido darse un respiro.
Valentina apretó una sudadera contra su pecho. Respiró hondo. —Me voy, mamá. A Milán.
El silencio que siguió fue tan espeso que se podía cortar. Carmen dejó la bolsa de la compra lentamente en el suelo, sin apartar la mirada de ella. —¿A Milán?¿A ver a esa amiga? ¿A Elena? No me habías dicho…
—No es de turismo. Es por trabajo. Me han contratado. Me voy… me voy a vivir allí.
Carmen parpadeó, como si las palabras no encajaran. —¿Vivir?¿En Italia? ¿Y cuándo decidiste eso? ¿Y por qué? ¡Si aquí tienes tu vida! ¡Tus amigas, tu…! —Su mirada se desvió hacia la maleta, hacia la ropa holgada, y de pronto, el puzzle empezó a encajar en su cabeza con un chasquido doloroso—. Esto es por lo de la otra noche, ¿verdad? Por lo de ese… ese imbécil. ¿Vas a huir? ¿Así?
—No estoy huyendo —replicó Valeria, con más firmeza de la que sentía—. Es una oportunidad increíble. Es un puesto importante. Asistente de un CEO importante.
—¿Importante? ¿Y quién es ese hombre? ¿Lo conoces? ¿Es serio? ¡Por Dios, Valentina, esto parece una locura de esas de internet! —Carmen se acercó, y su tono perdió la incredulidad para ganar en angustia—. Mira, hija, mira cómo estás. Has adelgazado de una manera… que no es normal. Estás pálida, tienes ojeras… y ahora esto. ¿Qué te está pasando?
—¡Qué me está pasando! —estalló Valentina, dejando caer la sudadera sobre la maleta—. ¡Qué me está pasando! ¡Me está pasando que estoy harta! ¡Harta de que me miren, harta de que me señalen, harta de que hasta tú me llames "gordita" como si fuera una mascota! ¡Me está pasando que por una vez en mi vida alguien me ha mirado y ha visto algo más que… que esto! —Se señaló a sí misma con un gesto brusco, amplio, que abarcaba todo su cuerpo.
Carmen retrocedió como si la hubieran abofeteado. Su rostro se demudó. —¿Cómo…cómo te atreves? Yo a ti siempre te he… “gordita” te digo con cariño, Valentina, siempre ha sido con cariño…
—¡Pues no me gusta! —la voz de Valeria se quebró, mezclando rabia y dolor—. ¡No me gusta! Porque aunque sea con cariño, sigue siendo una etiqueta. Sigue diciendo que no soy normal. Que soy… otra cosa. Y yo no quiero ser otra cosa. ¡Quiero pasar desapercibida! ¡Quiero que me miren a la cara, no al culo! ¡Quiero que me contraten por lo que sé hacer, no por el espacio que ocupo!
—¡Y yo te quiero como eres! —gritó Carmen, con lágrimas asomando por fin a sus ojos—. ¡Siempre te he querido! ¡Siempre! ¿Y ahora me echas la culpa? ¿Por quererte?
—¡No es quererme, es conformarme! —Valentina jadeó, agotada—. Es resignarse. "Mi hija, la gordita, pobrecita, qué se le va a hacer". ¡Pues sí que se le va a hacer, mamá! ¡Me voy! ¡Me voy a un sitio donde nadie me conoce, donde nadie tiene una idea prefabricada de quién soy! Donde mi pasado no me pisa los talones.
Carmen la miró, las lágrimas recorriendo sus mejillas ahora sin impedimentos. Su ira se desinfló, dejando paso a una tristeza profunda y desoladora. —¿Y yo soy tu pasado?¿Tu familia es tu pasado? ¿Todo lo que hemos vivido… es algo de lo que huir?
Valentina sintió cómo un nudo enorme le cerraba la garganta. Vio el dolor genuino en los ojos de su madre y una parte de ella quiso correr a abrazarla, decirle que no, que se quedaba. Pero la imagen de Luciano Verdú, la humillación ardiente, el peso de la báscula cada mañana… era más fuerte.
—No huyo de ti, mamá —murmuró, desviando la mirada—. Huyo de la persona que soy aquí. La que tú ayudaste a crear, sin querer, con cada "gordita" cariñoso. Necesito… necesito saber quién soy sin esa palabra.
Carmen se quedó quieta, absorbiedo el golpe. El aire en la pequeña sala de estar era pesado, cargado de cosas no dichas durante años. —¿Y crees que yéndote tan lejos…vas a encontrar eso? —preguntó, con una voz ahora cansada y vieja.
—No lo sé —admitió Valentina, recogiendo la sudadera y metiéndola con fuerza en la maleta—. Pero sé que quedándome aquí, nunca lo haré. Me ahogo.
Se cerró la cremallera de la maleta con un sonido definitivo. Un ruido de despedida.
Carmen asintió lentamente, varias veces, como si estuviera aceptando una sentencia inevitable. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano. —Bueno. Está bien. —Respiró hondo—. Entonces… ¿cuándo te vas?