Una Curvy para el Magnate Italiano

Capítulo 9

El vuelo a Seúl fue largo, una burbuja de tiempo suspendido donde la teoría de Valentina se enfrentaba a la cruda realidad de su misión. No durmió. Repasó los documentos una y otra vez, memorizando cada cifra, cada posible objeción, cada matiz de su estrategia. El traje negro era su armadura, y su determinación, el escudo.

La reunión estaba programada en las oficinas centrales de K-Tech. La recepción era fría, minimalista, de líneas puras y tecnología silenciosa. La recibió el señor Kim, vicepresidente de finanzas, un hombre de sonrisa cortés y ojos que no sonreían. El saludo fue correcto, distante. Valentina notó cómo su mirada se deslizaba sobre ella con una evaluación rápida y despectiva. No era la mirada analítica de Visconti; era algo más burdo, un prejuicio instantáneo basado en su gordura. Sintió que su armadura de lana negra se volvía de papel.

La sala de juntas era un acuario de cristal y luz neutra. Frente a ella, tres ejecutivos coreanos, con el señor Kim a la cabeza, la observaban con una paciencia de piedra. Ella comenzó, su voz clara y profesional desgranando los puntos preliminares del acuerdo. Hablaba en un inglés impecable, pero notaba que las miradas de ellos no se centraban en sus palabras, sino en ella. En el volumen de su cuerpo, en el modo en que el traje, impecable pero no diseñado para un cuerpo como el suyo, se ajustaba a sus curvas.

El señor Kim dejó que terminara. Hubo un silencio incómodo. Luego, él habló, y su tono era de falsa condescendencia.

—Miss Soto, agradecemos su… entusiasmo. Pero quizás estos asuntos son demasiado complejos para ser tratados en una primera instancia por… —hizo un gesto vago con la mano, como si buscara la palabra— …por un enviado. ¿No podría hablar directamente con el señor Visconti? Necesitamos tratar con alguien con… autoridad real para tomar decisiones.

La humillación fue un golpe sordo en el estómago. No era un rechazo a su argumento, sino a su persona. "Autoridad real". Las palabras resonaron en la habitación, envenenadas. Uno de los otros ejecutivos, más joven, murmuró algo en coreano a su compañero. Valentina no entendió las palabras, pero captó el tono y la rápida mirada hacia su cuerpo. El mensaje era claro: no la tomaban en serio.

El calor subió por su cuello, quemándole las orejas. Por un instante, todo el estudio de la noche anterior, la lucidez febril, la determinación calcárea, se desvanecieron. Se sintió expuesta, la mujer gorda a la que subestimaban y humillaban. Sintió las ganas de disculparse, de encogerse, de llamar a Visconti y admitir el fracaso.

Pero entonces recordó. Recordó los ojos de Visconti, el destello de reconocimiento de depredador. Él la había enviado aquí precisamente por esto. Para ver si se doblegaba o si mordía.

Tomó un sorbo de agua, lentamente, ganando tiempo. Dejó el vaso sobre la mesa con un clic suave pero definitivo. Cuando alzó la mirada, había algo nuevo en sus ojos. Ya no era solo profesionalismo. Era hielo.

—Señor Kim —dijo, y su voz había perdido toda su calor, adoptando una cualidad metálica y cortante—. Le sugiero que no confunda la forma con el fondo. Mi autoridad emana de los hechos que tengo frente a mí, no de mi físico o de su percepción de mi rango.

Se inclinó hacia adelante, apoyando los antebrazos en la mesa. Su presencia, de repente, pareció llenar más espacio.

—Hablemos de hechos. Concretamente, de la discrepancia del 18% en sus cifras de EBITDA reportadas entre el documento para inversores, que yo tengo aquí —golpeó suavemente la carpeta impecable que había imprimido de nuevo—, y el informe presentado al Ministerio de Industria para la obtención de subvenciones el año pasado. ¿Prefiere que hablemos de eso ahora, o prefiere que espere a que uno de sus superiores con "autoridad real" se persone aquí para discutir lo que, en cualquier jurisdicción, se parecería mucho a un fraude?

El silencio que siguió fue absoluto. La sonrisa cortés del señor Kim se congeló y se desvaneció. Los otros dos ejecutivos se enderezaron en sus sillas, el desdén replaced por una alerta tensa. Valentina no apartó la mirada de Kim. Mantenía la respiración calmada, imperturbable, mientras por dentro su corazón martilleaba contra sus costillas.

Ella no tenía todas las pruebas. Era un farol. Pero era un farol basado en una intuición sólida, y lo había jugado en el momento exacto, usando su humillación como distracción para luego clavar la estocada.

El señor Kim carraspeó, incómodo. Sus ojos ya no evitaban los de ella. —Miss Soto, creo que hay un malentendido —dijo, y su tono era ahora completamente diferente: respetuoso, serio, incluso un punto alarmado—. Quizás deberíamos revisar esos datos con más calma. En privado.

Valentina se recostó lentamente en la silla, una victoria amarga pero victoria al fin dulce en su boca. —Me parece una excelente idea, señor Kim —asintió, con la misma frialdad—. Empecemos de nuevo.

El silencio en el acuario de cristal era ahora denso, cargado. La victoria de Valentina sabía a metal y a esfuerzo contenido. El señor Kim, pálido y repentinamente colaborativo, había accedido a una reunión privada al día siguiente con el director financiero, un hombre al que, hasta entonces, había sido imposible citar.

—Mi asistente, la señorita Ji-eun, se encargará de todos los detalles logísticos para su estancia y la reunión de mañana —dijo Kim, levantándose con rigidez. Su cortesía era ahora una frágil cáscara—. Ella la acompañará a su hotel.




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