Una dalia negra

I



14 años atrás  

Siendo un chiquillo escuálido y sin cuerpo, Min era peligroso. No obstante, su físico no lo hacia más débil que los otros chicos de ese miserable y horrendo orfanato, él junto con Hoseok eran unos vándalos que se daban a respetar, nadie se metía con ellos. En el comedor, en las literas, en el patio, en cualquier lugar; permanecían juntos. El joven Hoseok era un pelirrojo que había conocido a Min en una pelea, todos querían golpear al pelinegro, pero este siempre usaba una navaja por lo que lo hacía verse más alocado, Hoseok solo lo ayudó a vencerlos y no pasó mucho para ganarse su confianza.  


–Min, Hung Bi está reuniendo a los de nuevo ingreso– dijo estando al costado del pelinegro.  
— Y eso a nosotros que nos importa— bufó. 


— Min... ¿No te indigna?... Él los endulza para después subastarlos con otros chicos o rentarlos- 


— No nos incumbe. Hoseok, si interferimos tenemos que golpear a más de diez cabrones para salvar a mocosos que ni conocemos.  


— Son niños...  


Min solo pudo rodar los ojos y acurrucarse en el amarillento pasto del patio, no le importaba. El había pasado por eso y logró salir, ¿por que ellos no?, no podría ir y salvarlos... él no era un héroe; se lo repitio demasiadas veces. A decir verdad, recordaba esos momentos, cuando llegó a la edad de siete años y los más mayores del lugar le endulzaron el oído para confiar en ellos. Min supo que estaba mal cuando estos lo dejaban con otras personas que lo tocaban... era un asco de lugar, incluso los del mismo orfanato participaban ahí.  
Este azabache cumpliendo diez logró emanciparse, sujetando con suficiente madurez y fuerza demasiadas navajas, esas mismas que le dieron respeto. Mentiria si dijera que no daño a más de tres con ellas, y así perduró hasta la edad de diesiseis años. Min era un adolescente sin emociones y frío a diferencia del pelirrojo, que dudaba al momento de pelear; siendo sensible a pesar de todo.  


— Min..  


— Ya callate Hoseok, no es nuestro problema.  
Dijo por último levantándose del suelo, ese tema lo había fastidiado. 

Metió sus manos a los costados de sus bolsillos, comenzando a caminar su ceño se fruncia más y más. Sin duda era una pérdida de tiempo hacer entender al pelirrojo que no era su problema, no era un héroe para salvar la inocencia de cada niño que pisaba este horrible lugar. Aquí uno debia sobrevivir de alguna manera.  
Pasó tranquilo los pasillos de los dormitorios, mirando varios niños de diferentes edades. Siendo sincero solo quería cumplir la mayoría de edad para salir de ahí, jamas volvería. Mostró rudeza al ver como varios chicos de tal vez unos quince lo miraban retantemente, éste solo los ignoró. Todo parecía ir bien hasta que una cabellera castaña choco bruscamente con el, dejando caer varias mandarinas.  


— L-Lo siento... 


Susurró el pequeño. Acto que Min hizo mirarlo furioso, tomó al niño del cuello de la playera, y en un corto tiempo el pelinegro alzó su puño para desquitarse con el mocoso, pero... Sus ojos llorosos y claros como la miel lo detuvieron, jamas había visto unos ojos tan lindos color miel, su reflejo era muy claro en esas pupilas. Había visto siempre el color negro en cada mirada, pero esta, era algo especial.  


—Querido Min, perdona a mi hermano menor. —habló una voz muy conocída para el azabache.  


Está misma que a veces calaba miedo en las entrañas de los niños. Le pertenecía a un rubio ojiazul de cicatriz en una de sus pecosas mejillas. Sonrió de lado y miró fijamente al castaño.  


—¿crees que por que me lo pidas tú, te haré caso? mustia.  


La última palabra fue oída entre dientes, no dejando al ojimiel afuera, entendía el problemita. Miró detalladamente al enojado chico; ojos rasgados, cabello azabache y largo hasta llegar a sus ojos, una piel pálida, delgado y vestía una sudadera verde color militar. Pero lo que más llamaba su atención eran los leves moretones en su rostro.  


—Y tu que tanto me miras?  


Él castaño se asustó. Min rodó los ojos y caminó chocado el hombro contra el rubio, marcando quizás su territorio. No es como si fuese una jauría de lobos, pero cada uno sabía los límites del colega de alado. Min solo pudo contenerse, sabía bien como terminaría ese niño de tal vez, doce o trece años. Hung Bi, tenía un tesoro exótico en sus manos. Bueno. No era su problema continuó diciéndose así mismo.  


.  


Del medio día pasó a la caída del manto negro estrellado. Min se encontraba en su cama, casi tocando el techo por la altisima litera algo oxidada. Mientras que, Hoseok estaba en su quinto sueño en la parte de abajo. El pelinegro podía escuchar los ronquidos del pelirrojo, sonrió de lado y sacó uno de sus arrugados cigarrillos. No, hoy no lo desperdiciaría. 
El pelinegro decidió bajar de un salto, miró a Hoseok y lo removió entre sus mismas sabanas medio percudidas. 


__ ¿Oye, no iras al comedor? 


Hoseok solo negó y volvió a acurrucarse en su mismo lugar, dándole la espalda a Min. Este mismo subió y dejo caer sus hombros como en señal de aprobación. Caminó tranquilo por los pasillos largos de aroma a madera húmeda, y tal vez lodo; seguramente con tanto niño descuidado que jugaba en el patio. Llevo su mano a su nuca y pasó como si nada la gran fila de niños formados para recibir una bandeja de comida; su cena. 




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