Mi comida favorita. Encebollado.
Son las ocho de la mañana del día sábado. El martes viajo y, antes de irme deseo probar mi comida favorita.
Mi querido padre, mando a que compraran este exquisito platillo Ecuatoriano.
—Maia—dice mi padre—tu madre me comento el otro día, que tus abuelos te habían dado la noticia de que se van a Alemania en tres meses.
— ¡Sí! Es la mejor noticia que pude haber recibido. Aún no saben el destino, pues me pidieron que les diga mi próximo viaje. De ese modo aparcaran en esa ciudad—digo emocionada.
Lo estoy a cien por ciento.
—Lo que tu madre y yo, te queríamos decir—mi mamá se sienta alado de el—es que por que no esperas estos tres meses y te vas con ellos.
Resoplo.
¡¿Por qué aun no lo entienden?!
—Papá, ya lo hablamos. Mis abuelos me compraron el boleto para el día martes. Sabes muy bien cuanto costo, no lo puedo anular...
—Por eso no te preocupes. Podemos comprarte otro—me interrumpe.
— ¡No papá!—me paro de mi silla—ya hablamos de esto. Quiero conocer Alemania, así como lo hizo mi abuelo… mamá déjame hablar. Yo sé que están preocupados porque me voy al otro lado del mundo. Es un país totalmente nuevo para mí y conozco poco de su cultura. Y a eso voy. Deseo no solo conocer Alemania, sino a todo el mundo. Viajar me hace feliz, yo quiero que ustedes lo entiendan. Si en verdad me quieren, tienen que dejarme ser feliz.
Mi madre suspira.
—Patricio, nuestra hija tiene toda la razón. Ella ya está mayor, sabíamos que tarde o temprano ella iba a escoger su futuro. Ya no es una niña, ahora es toda una mujercita—su sonrisa es melancólica.
Camino hacia ella y la abrazo fuertemente.
—Gracias por entender—los miro a todos—esto es un gran paso para mí… pero para cumplirlo, necesito el apoyo de cada uno de ustedes.
—Yo te apoyo—alza el brazo Max—claro, si me llevas a Alemania.
Todos reímos.
—Maia tiene toda la razón—habla Alexander—Cuando me fui por primera vez a estados unidos, sentí que unos de mis sueños más añorados se cumplió. Gracias a eso, pude conocer gente nueva. Aprender de las demás personas, y poder crecer profesionalmente y personalmente.
—Increíbles palabras—dice kath— ¿Puedo ponerlas en uno de mis libros?—reímos.
…
Aeropuerto José de Joaquín de Olmedo.
Ya estoy a pocos minutos de subirme al avión. Estoy en la zona de embarque.
Despedirme de mi familia fue difícil. Hemos llorado mucho.
Los brazos de mi madre se aferraban a mí. Tanto que por un momento pensé en no viajar.
Ellos son mi roca. Siempre hay un momento donde tienes que dejar el nido y ser libre.
Es único modo de encontrarte contigo mismo, es saber quién eres.
Miro mi boleto. Para llegar a Heidelberg, tengo que hacer una escala.
Primero tengo que llegar al Aeropuerto de Frankfurt Hahn. Pues Heidelberg, no tiene un aeropuerto propio. Desde ese punto tengo que coger un taxi; y en menos de una hora ya estaría Heidelberg.
Pasajeros del vuelo FR456 con destino a Frankfurt, por favor abordar por la puerta C7.
Esa es mi llamada. Me levanto del asiento y cojo mi maleta de mano. En ella llevo lista la ropa que me pondré cuando llegue.
Estaba averiguando, que ya por esta época—febrero—aún sigue nevando. Casi gran parte de mi vida he estado en un clima caluroso, espero poder soportar el frio que golpea fuerte en ese país.
Camino hasta la puerta de abordaje. Delante de ella está una aeromoza revisando los boletos. Me acerco a ella, pero un hombre se me adelante.
Doy un paso atrás para que no me tire al suelo.
—Disculpe señor—digo al hombre que casi me hace caer—creo debería respetar la fila, para abordar.
El hombre se gira hacia mí… ¡Waoo! Es todo un modelo.
Su cabello es castaño claro. Sus ojos verdes esmeraldas y su piel blanca. Lleva un traje azul con corbata roja. Su cuerpo está bien formado, se ve que le encanta el ejercicio… pero se ve a leguas que no es ecuatoriano. Lleva una gabardina negra en su mano.
—Disculpe señorita—dice en alemán—estoy un poco apurado.
Piensa que no se su lenguaje, porque se gira de nuevo.
—Tranquilo señor. Su avión no se le ira—digo en su idioma. El me mira y sonríe. Una sonrisa que hace estremecer.
Le doy mi boleto a la aeromoza y entro.
Busco mi asiento y… ¡Sí! Me toca alado de la ventanilla. Adoro sentarme ahí, me encanta ver las nubes.
Veo la hora en mi celular; son las ocho de la mañana. El vuelo duraría once horas casi. Así que estaría llegando a las siete de la noche.
El cambio de horario me va dar una buena paliza.
Una anciana más o menos de la edad de mi abuela se sienta alado mío.
Lo mejor será dormir, para no dormirme en el viaje de carro que tendré que hacer a Heidelberg.
…
¡Al fin estoy aquí en Alemania!