Una elegida temporal para el Príncipe

Epílogo

La Navidad trajo el amor y ella lo mantendrá siempre ferviente en sus corazones.

La Navidad siguiente…

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NARRADOR OMNISCIENTE

La luna brillaba alta en el cielo mientras la nieve cubría el castillo de Snow Hill con un manto plateado.

Dentro de los muros del gran salón, una celebración se llevaba a cabo en honor al primer aniversario de la coronación de Elliot y Emilia.

La música llenaba el aire, los nobles reían, y el pueblo, invitado al evento, compartía la alegría de sus soberanos. Sin embargo, entre toda la multitud, los ojos de Elliot estaban fijos en una sola persona: su reina.

Emilia estaba radiante, con un vestido de terciopelo azul profundo que contrastaba con la cálida luz de las antorchas. Su cabello caía en ondas suaves, y una tiara sencilla, pero elegante, adornaba su cabeza. Ella estaba hablando con algunos aldeanos, y su risa suave iluminaba la sala. Elliot no podía apartar la mirada.

—Sigues mirándola como si fuera la primera vez que la ves —comentó la reina Margot, acercándose a su hijo.

—Porque siempre será así para mí —respondió Elliot sin apartar la vista.

La reina Margot sonrió, entendiendo finalmente la profundidad del amor de su hijo.

Cuando la música cambió a una melodía más suave, Elliot se acercó a Emilia, extendiendo su mano.

—¿Me concedes este baile, majestad?

Emilia levantó la vista, sus mejillas enrojecidas.

—Siempre, mi antiguo príncipe, ahora mi rey.

Elliot la llevó al centro del salón, y mientras los demás se apartaban para darles espacio, los dos comenzaron a bailar. Sus movimientos eran fluidos, casi como si fueran uno solo, y sus miradas no se separaban ni un instante.

—Me estás mirando demasiado —susurró Emilia con una sonrisa.

—No puedo evitarlo. Siempre me sorprendes, Emilia. Tu fuerza, tu bondad… y esta noche, tu belleza.

—¿Solo esta noche? —bromeó ella, levantando una ceja.

Elliot rio suavemente y se acercó más a ella, inclinándose para susurrarle al oído: —Cada día. Cada hora. Cada segundo.

El amor resuena por todas partes y siempre reinará.

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Cuando la fiesta terminó, y las luces comenzaron a apagarse en el castillo, Elliot llevó a Emilia a su habitación privada, lejos del bullicio. El fuego ardía en la chimenea, llenando la estancia con un calor acogedor.

—Quería darte algo especial esta noche —dijo Elliot, tomando una pequeña caja de su escritorio.

Emilia abrió el regalo con cuidado y encontró un collar delicado, con un colgante en forma de copo de nieve que brillaba con un resplandor suave.

—Es hermoso, Elliot… —murmuró ella, tocando el colgante con reverencia.

—Como tú —respondió él, tomando su mano—. Este copo representa el momento en que te vi por primera vez, cuando la nieve caía junto con tu pañuelo y cambiaste mi vida para siempre.

Emilia sintió que las lágrimas se acumulaban en sus ojos. Se acercó a él, rodeando su cuello con los brazos.

—Elliot, todo lo que soy, todo lo que tengo, es gracias a ti. Me diste un lugar en este mundo cuando pensé que nunca tendría uno.

—Tú me diste algo mucho más grande, Emilia. Me diste amor, y eso es algo que ni un reino entero puede comprar.

Se miraron durante un largo momento antes de que Elliot inclina su rostro hacia el de ella, capturando sus labios en un beso profundo y apasionado.

Emilia respondió con la misma intensidad, dejando que todas las emociones de los últimos meses se desbordaran en ese momento.

Aquel fuego crecía mientras sus sombras bailaban en las paredes. Elliot la levantó suavemente, llevándola hacia la cama con una ternura que hacía que cada movimiento se sintiera eterno.

Sus dedos acariciaron el rostro de Emilia, trazando cada línea, cada curva, como si quisiera memorizarla y atesorar el rostro para siempre.

—Eres mi todo, Emilia —susurró, mirándola con devoción.

Ella le devolvió la mirada, sintiendo cómo su corazón latía al unísono con el de él.

—Y tú eres mi hogar, Elliot.

Y en ese momento, bajo el resplandor del fuego y el manto silencioso de la nieve afuera, sus almas se unieron de una manera que las palabras no podían describir.

Fue un momento de amor puro, de entrega total, donde todas las preocupaciones del reino y los desafíos que enfrentaron parecían desvanecerse, dejando solo a dos personas profundamente enamoradas conectando sus corazones en lo más intenso de sus almas.

Donde los dos se vuelven uno y solo la nieve es testigo de su amor.

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Al amanecer, mientras la luz del sol entraba por las ventanas, Elliot y Emilia se despertaron entrelazados. La nieve seguía cayendo suavemente, pero el mundo parecía más cálido que nunca.




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