Una en un millón.

Con el pie derecho.

No sé cómo comunicarlo en las redes. Frank cree que debo hacerlo público debido al alcance que mi post podría llegar a tener y el impacto que tendría sobre los fans mi declaración. Pero eso no me convence del todo. No me siento cómoda escribiendo sobre la situación, ni mucho menos exponiendo una relación que, si bien deseo que sea real, no lo es. No quiero engañar a mis seguidores quienes siempre estuvieron a mi lado desde el principio. ¿Cómo reaccionarían? Algunos puede que se enojen, otros sentirán envidia, de seguro, y algunos se pondrán felices por mi. Observo el techo de mi habitación el cual permanece suspendido intacto sobre mi cabeza. A mi lado, encendida, se encuentra la laptop en la cual escribo y borro tweets cada cinco minutos. Me siento en la cama con las rodillas flexionadas sobre mi pecho. Estiro la mano para alcanzar mi teléfono que se encuentra a un lado de la laptop. Busco entre mis contactos hasta dar con el que necesito.

— Frank Glen.

— Frank, soy Stella.

Por un segundo percibo a través del altavoz como suelta un suspiro.

— Stella, que sorpresa.

— No puedo hacerlo. No sé qué poner. ¿No deberíamos hacerlo al mismo tiempo?

— ¿Hacer qué?

— La publicación de nuestra relación. Roser y yo.

Frank piensa unos minutos en su respuesta. — Tienes razón. Si fuera al revés, nadie lo creería. — Espera a que diga algo pero como no lo hago, aventura: — Irán por ti en un momento.

Corto la llamada, cierro la laptop y salto de la cama. No tengo idea qué debo hacer una vez allá. ¿Nos sentaríamos juntos a escribir un tweet? ¡Absurdo! Camino de un lugar a otro en busca de lo esencial para mi salida. 

Al cabo de media hora, con el cabello limpio y la ropa puesta, me encuentro sentada en la sala esperando por Frank, o por quién sea que él haya mandado a por mi. No siento simpatía por esos hombres de negro. No fueron muy simpáticos y, algunos de ellos, no muy amigables. La escena con el guardia fuera de la mansión de Roser no fue de mi agrado. ¿Y si lo envían a él a buscarme? Nerviosa, me pongo de pie y camino frente al sillón sin dejar de pensar en la situación. Una de mis peores cualidades es la de imaginar escenarios que no suceden y probablemente nunca lo harán, pero que me ponen ansiosa de todas formas.

Una bocina me sobresalta tanto que provoca que dé un pequeño salto en mi lugar. Camino hacia la ventana, muevo la cortina hacia un lado y observo hacia la entrada, donde una camioneta negra aguarda. No puedo ver quién está dentro debido a los vidrios negros. Me detengo detrás de la puerta, me persigno rápidamente y salgo. Una vez cerca, estiro la mano para abrir la puerta del copiloto pero la misma ya está abierta. Suspiro antes de entrar.

— Tenemos que hablar — dice Roser en cuanto asomo el rostro por la abertura. Me siento a su lado, me coloco el cinturón de seguridad, aunque él no lo tiene puesto, y me volteo hasta que estamos cara a cara.

— ¿De qué?

Pone los ojos en blanco: — ¿Cómo de qué? De esto. De nosotros. De todo.

— Podrías no decir... nosotros. Teniendo en cuenta que no es una relación verdadera, me resulta un poco...

— ¡Es una forma de decirlo! — comenta de repente, evitando que siga con mi explicación. Se lleva las manos al rostro y lo frota. — Mira, lo siento. No debí gritar, es que... — Nuevamente se cubre el rostro con las manos.

Aquí, sentada a su lado, no sé que hacer. No tengo idea de qué es lo que le preocupa. Sé que toda la farsa de la relación no es de su agrado, así como tampoco es del mío, pero podría por lo menos decirme alguna que otra cosa, ¿no? Lo observo en silencio mientras su pecho sube y baja con cada respiro que da. 

— No tienes por qué hacerlo — comienzo a decir. Por un segundo se detiene su respiración. — No debemos fingir esto si no es lo que queremos.

— No hay otra manera — murmura sobre sus manos lo que hace que su voz suene un poco distorsionada.

— Podríamos buscar alguna forma. Juntos. Sin la intervención de Frank o de ninguna otra persona.

Frustrado, Roser levanta la cabeza. En su rostro una sonrisa burlona comienza a formarse. Niega incrédulo.

— No tienes idea de nada, ¿no?

Me mira de refilón. No tengo idea de qué me trata de decir. Sus manos, ahora en el volante, se ciñen con una fuerza tal que provoca que sus nudillos queden blancos.

— No tengo forma de saber nada si no me lo dices. No soy adivina.

Sin querer hacerlo, hablo en voz baja, como si tuviera miedo. Me arrepiento de haber sonado tan débil. Cierro los ojos en busca de una segundo de paz interior. Roser no se mueve, ni siquiera se oye su respiración. Abro los ojos lentamente encontrándome con sus ojos marrones fijos en mi. La vergüenza me invade.

— Lo mejor sería que — traga saliva — sepas lo menos posible. — Observa por la ventanilla, como si temiera que alguien estuviera escuchándonos. — Yo intentaré ser el mejor compañero posible aunque hay algunas reglas que me gustaría poner.

— ¿Reglas? — Mi ceño se frunce.

— Si, reglas. ¿Por qué siempre repites lo que digo?

No lo hago, ¿o si? Esta vez soy yo quién se voltea hacia la ventanilla. El cielo está parcialmente despejado, con un par de nubes con forma extraña. A lo lejos, sobre el horizonte se ve la silueta de una casa completamente teñida de negro por la lejanía. Probablemente la casa más cerca en kilómetros a la redonda.

— Me gustaría que respetaras mi privacidad.

Me volteo hacia él con el ceño fruncido.

— ¿Privacidad? — Roser pone los ojos en blanco —. Quiero decir, ¿por qué no lo haría?

— Sé que tienes una fanpage sobre mi. No te conozco, no sé si eres de confiar o no, así como no quiero que lo que haga termine en uno de tus tweets. 

Incrédula, abro la puerta del copiloto y me apeo del auto. Con la mirada fija en la puerta de mi casa, camino rápido sin detenerme ni un momento. A mi espalda, escucho como la otra puerta del auto se cierra. Los pasos de Roser parecen seguir un compás similar a los míos. El tiempo que me toma abrir la puerta con la llave ayuda a que el chico se acerque lo suficiente.




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