Una en un millón.

Leyre y yo

De pie en medio de la sala, sin saber a dónde ir, me siento incómoda. A través de los ventanales que dan al patio, una fila de agentes de negro se voltean indiscimuladamente para observar el interior. En cuanto se dan cuenta de mi presencia, se voltean hacia el frente, dándome la espalda como se supone que deben de hacerlo desde un principio.

— Señorita.

Me volteo sorprendida, dándole la espalda a los guardias quienes se codean burlonamente. Una muchacha jóven vestida de blanco, está de pie observándome curiosa. Lleva un delantal celeste pastel a juego con las zapatillas deportivas. Da un paso hacia atrás, colocando ambos pies en el último escalón. No sé qué decir o qué hacer, por lo que me limito a asentir.

— Buenos días.

La chica hace una mueca de sorpresa, luego sonríe. Coloca un pie hacia atrás y se inclina en una forma rara de saludo propie del siglo dieciocho. Confundidad, observo mi alrededor.

— Buenos días, señorita. Es la primera vez que la veo por aquí — comenta bajando el último escalón. Intenta dar un paso al frente pero lo piensa mejor y se mantiene en su lugar. — Es más, es la primera vez que veo a una mujer jóven aquí en mucho tiempo.

Los ojos curiosos de la chica recorren mi vestimenta. Desvía la vista hacia su propia ropa y se encoge de hombros.

— Me llamo Stella — comento acortando la distancia entre nosotras y estirando la mano derecha hacia ella. La chica me observa incrédula pero se decide por aceptar mi saludo.

— No quiero faltarle el respeto, pero no tengo idea quién es usted, señorita.

— Llámame Stella. No hay necesidad de tantas formalidades. No estamos viviendo en la época de Jane Austen. — Lo que a mi parecer es un buen chiste literario, a ella parece incomodarle. No parece enojada pero si avergonzada. — Lo lamento, no quise hacer un chiste sobre Jane Austen o sobre tu comportamiento, fue muy infantil de mi parte.

Los grandes ojos verdes de la chica me observan un momento hasta desviarse hacia un punto a mi espalda. Se para derecha, con los pies juntos y baja un poco la cabeza. Confundida nuevamente por su comportamiento, me volteo encontrando a una señora mayor en la puerta que da al pasillo que lleva a la oficina de Frank.

— Stella Valls — dice la mujer con tono burlon y, tal véz, un poco sarcástico. — Finalmente la conozco.

La mujer, esbelta en su vestido negro, camina a paso lento hacia mi. Las dedos entrelazados sobre su estómago juegan, nerviosos, entre ellos. Su mirada oscura y fría, me observa de pies a cabeza claramente juzgándome.

— No hace ni cinco minutos que vive aquí y ya está avergonzando a mi personal.

Incrédula, me volteo para observar a la chica quién, de tan quieta, parece no estar respirando. La mujer se coloca a mi lado lo que provoca que mi atención vuelva a ella. De cerca los ojos se ven opacos, el cabello oscuro está peinado hacia atrás en un moño apretado. El maquillaje, al igual que todo su ser, sobrio y elegante.

— Acabo de salir de la oficina de Frank Glem. Hay algunas cosas de las cuales no estaba enterada. Cosas... muy importantes, diría yo.

— No sé de qué está hablando. ¿Quién es usted?

La frente de la mujer se arruga levemente. — Soy Maeyls. Me encargo de todo lo relacionado al orden y administración de la mansión. Entrada y salida de la gente, de los recursos, de las oportunidades — hace una pausa. — Señorita Valls, perdone mi atrevimiento — comenta con fingido arrepentimiento. — Olvidé felicitarla por su compromiso. Debió ser lo primero que debí mencionar.

— Descuide, no es algo por lo que vaya a ser castigada en un futuro, ¿no?

— Por supuesto que no, pero dada la magnitud de la situación, es una falta de respeto de mi parte no mencionarlo.

— Como he dicho, señora. No es un gran problema — la sonrisa de la mujer se ensancha revelando una dentadura casi perfecta. — Si me disculpa, tengo otras cosas que hacer.

— ¿Cómo qué?

Mierda. — Conocer la mansión. Siendo sincera es algo que me llama la atención desde que puse un pie dentro.

— Si, me lo puedo imaginar. Teniendo en cuenta donde vivía antes, esto es un verdadero castillo.

Actuando como si no la hubiera escuchado, asiento con la cabeza y doy un paso hacia atrás, tratando de que mi sonrisa luciera lo más sincera posible. ¿Qué problema tiene mi casa? Doy media vuelta provocando que mi vestido se mueva al son de mis pasos. No puedo encontrar la mirada de la chica ya que sigue con la cabeza baja. ¿Por qué debe hacer eso?

— Señorita Valls, permítame recomendarle llevar a Leyre con usted. 

Comienzo a cuestionarme quién es Leyre hasta que la chica, quién había tomado el papel de florero en la escena anterior, levanta la cabeza. Sus ojos se desvían de mi hacia la mujer. Maelys hace un ademán con la mano, la chica asiente y se acerca a mi.

— Lamento no poder hacer su compañía un poco más amena pero Leyre es la única persona disponible en este momento.

Me cruzo de brazos ante el desagradable comentario de la mujer. — Disculpe, pero no es necesario referirse a ella de ese modo. Es más, creo que la señorita será una agradable compañera.

La mirada de Maeyls se endurece de tal manera que espero que en cualquier momento comienzen a salir chispas de sus ojos. Con desprecio, observa a la chica quién mantiene la cabeza en dirección al piso. Sin decir nada, gira sobre sus talones y regresa por donde vino.

Leyre se relaja. Sus hombros vuelven a su estado de reposo, pone la cabeza derecha y hace una mueca. Se lleva la mano derecha a la parte posterior de su cuello.

— Probablemente haya ido a quejarse con Frank — comento por lo bajo. La chica no dice nada. — ¿Por qué tienes que hacer eso? Bajar la cabeza, estar en silencio.

Sus ojos verdes brillan. Espero que no se largue a llorar, es lo único que puedo pensar. No quería que Maeyls me acusara de avergonzar y hacer llorar a su personal. Suelto un suspiro al ver que no responde.




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