Entrelazo los dedos de una mano con los de la otra nerviosamente. Llevo de pie en el pasillo que conduce a la oficina de Maeyls, un cuarto de hora. Al otro lado de la sala se oyen murmullos de conversaciones de los guardias que custodean la entrada. Pongo los ojos en blanco recordando la escena de la primera vez en que puse un pie dentro de la casa. Ninguna otra vez había hablado con el guardia quién me había tratado horrible el primer día. Me lo he cruzado un par de veces por los pasillos pero, por orden general, ellos no deben entablar conversación con nadie que no pertenezca al cuerpo de guardias. Despejo mis pensamientos con una leve sacudida de cabeza. Suspiro, esperando que de esta manera pueda borrar cualquier rastro de nerviosismo. Camino sin prisa alguna hacia la penúltima puerta ubicada en un amplio pasillo, justo debajo de la escalera principal. Al principio pensé que era una ubicación un poco extraña para alguien quien tiene un puesto importante en la casa, pero, teniendo en cuenta la apariencia y personalidad de Maeyls no dudaba de las razones que la habían llevado a elegir el punto: soledad, privacidad, comodidad. Si bien la mansión en si es brillante e iluminada, esta pequeña parte está ensombrecida por la forma en que están dispuestas de las luces y las lámparas mismas. Estiro la mano para poder hacer contacto con la puerta. Dentro se escucha una conversación en voz baja. La posibilidad de que Leyre estuviera dentro me hiela la sangre. No necesito hablar con Maeyls sobre ella, estando ella presente. Sería incomodo e inecesario. Además de que sé que la cosa no irá bien, o por lo menos no tan bien como yo lo pienso, por lo que no tengo ganas de hacer el ridiculo. Otra vez. Vuelvo sobre mis pasos dispuesta a regresar en otro momento hasta que la voz, fría e inexpresiva de la administradora resuena desde el interior.
— ¡Adelante!
Me quedo estática en mi lugar con la esperanza de que, si no me veía pensaría que la persona que había llamado a la puerta se iría. Pero fue en vano, ya que veo asomar la cabeza de Maeyls por el espacio de la puerta. Pone los ojos en blanco en cuanto me ve. Sale hacia el pasillo y cierra la puerta detrás de si.
— ¿Qué quieres? — inquiere a escasos centímetros de mi.
— Vine a hablar contigo, Maeyls.
Me observa unos segundos más sopesando la posibilidad de dedicarme una par de minutos o no. Sin decir nada, sin hacer el menor ademán, se voltea y comienza a caminar hacia su oficina. Al ver que no la sigo, arruga el ceño y murmura por encima del hombro. Salgo de mi trance para seguirla a paso lento. La oscura figura de Maeyls se escabulle en la entrada de su oficina. Al llegar a la misma, la elegancia contenida entre las cuatro paredes me sorprende. No quiero decir que esperaba que su oficina semejara una replica exacta de la Baticueva, pero definitivamente no esperaba encontrarme con tal habitación. Las paredes son de una color beige claro, las cuales tienen pequeños diseños en dorado. El escritorio, muy distante a mi suposición, es blanco, al igual que las sillas que lo acompañan. En la pared del fondo, enfrentada con el escritorio, una libreria ocupa gran parte de la pared. Es, al igual que el resto del mobiliario, de un blanco perla.
Impaciente, Maeyls se sienta ante su escritorio. Hace a un lado unos papeles nque previamente estaban dispuesto en todo el escritorio, y se cruza de brazos. Mi rostro no deja de reflejar la sorpresa, pero claramente a ella no parece interesarle mi opinión.
— ¿Qué quieres? — vuelve a inquerir con el mismo tono cortante.
Me siento en una de las sillas frente al escritorio ante su mirada desaprobatoria.
— Quisiera hablar de Leyre.
Arruga más el ceño: — ¿Qué hay con Leyre? — Disgustada, se pone de pie y se dirije a la ventana. — ¡Increible! Llevas dos días aquí y ya te crees con el derecho de decirme cómo debo manejar a mis empleados.
— No. Maeyls, no es de eso que te quiero hablar.
— Entonces, ¿de qué?
— Algo extraño acaba de suceder. Esta mañana actuó de forma extraña. Sé que no la conozco el tiempo suficiente como para saber cual es su humor diario, pero sí puedo decir que su forma de actuar esta mañana no corresponde con la actitud del día anterior.
La administradora suelta una risa sarcástica. Se aleja de la ventana sin abandonar la sonrisa burlona y se sienta nuevamente frente a mi.
— ¿Qué tan bien cree usted, señorita Valls, conocer a mis empleados? ¿Cree que todos aquí están en un recreo continuo, paseando por los jardines y planeando fiestas? ¡Se equivoca! Las personas en esta casa trabajan, señorita Valls, y no tienen tiempo para actuar como si estuvieran de vacaciones en Roma.
— No quiero que dejen de hacer sus tareas... — murmuro.
— Le vuelvo a repetir, señorita Valls. Usted no está aquí para distraer a mi personal. Las ordenes las doy yo y ellos harán lo que yo les diga.
Me pongo de pie y cruzo los brazos a la altura del pecho. La mirada de Maeyls no se suaviza en ningún momento, lo que me confirma la certeza de sus palabras.
— ¡No hay razón alguna para que le prohiba hablarme!
La sorpresa se apodera de su rostro. No puedo decifrar si es por el tono de mi voz o por mis palabras.
— ¿Qué le hace pensar que yo le prohibí a Leyre acercarse a usted?
— No es una idea muy lejana a la situación actual. Usted quiere que ella se mantenga en su nube todo el tiempo. Le molesta que hable con otras personas, que levante la cabeza o que siquiera hable cuando no se lo piden. ¡Qué clase de persona hace eso!
La administradora mueve los labios en un intento de replicar, pero no lo hace. Su labio superior tiembla con furia. Una furia que sus ojos no dudan en transmitir. Rehace su pequeño camino hacia la ventana.
— Dudo mucho que usted sepa lo que es administrar una casa. Dudo mucho que usted, señorita Valls, sepa lo que es manejar a un personal. Por lo que a mi respecta, debe mantenerse en su propia burbuja y dejar que yo haga mi trabajo.