Una en un millón.

Todos para uno y uno para todos

Lo único que supe al cabo de una semana, es que la fiesta no se detuvo ni siquiera cuando me vieron salir en camilla. Según Jenna, los invitados hacían oídos sordos y vista ciega a la escena mientras engullían canapés y hacían comptencia de quién bebe más.

Sentía voces a la distancia, como si estuviera encerrada en una habitación prácticamente insonora. La habitación era mi cabeza.
Distinguía alguna que otra voz (principalmente la de Jenna que hablaba a los gritos) pero no entendía los temas de conversación. Sentí un par de veces cómo alguien acariciaba mi mejilla, o pasaba rato ocupando el espacio a mi lado en la camilla; no supe quién fue. Por lo menos no en el momento.

El día en que abrí los ojos habían pasado seis días de la fiesta. Jenna y Leyre estaban sentadas una a cada lado de la camilla, hablando en voz baja. Lo primero que hice fue mover los dedos. Sentí un hormigueo que se extendió por todo el brazo. Luego, lentamente, abrí los ojos. La luz me cegó por un instante pero me acostumbré rápidamente. Quise mover la cabeza hacia un lado pero el collarín me lo impidió; sólo podía mover los ojos, pero las chicas tan enfrascadas en su conversación, no lo notaron.

Tenía mucha sed. Me rugía el estómago cómo si lo último que hubiese ingerido hubieran sido los canapés de la fiesta, y en teoría era cierto: fue lo último sólido, por lo menos.
La puerta se abrió lentamente y la cabeza de Roser se asomó por el hueco. Sus ojos se abrieron exageradamente al ver los mios abiertos. Entró en la habitación, empujó a Jenna hacia un lado ("¿por qué lo hiciste?", protestó) y se puso de cuclilla junto a mi cama.

— ¿No se suponía que debían vigilarla?

Las dos chicas se vuelvieron rápidamente y se fijaron en mi por primera vez en media hora.

— ¡Stella!

Ambas se acercaron a mi camilla. Leyre me tomó de la mano y besó mis nudillos. Puse los ojos en blanco.

— ¿Hace cuánto estás despierta? — preguntó Roser en voz baja cómo si pudiera lastimarme con el tono de voz. Tragué saliva y me dispuse a hablar, pero nada más que un ronco gemido salió de mi boca. Sacudí la cabeza impaciente.

Jenna se alejó hasta la repisa ubicada frente a la cama, revolvió en su bolso y regresó con un block de notas. Puse los ojos en blanco nuevamente.

— Escribe aquí — agregó tendiéndome el block de notas. Resoplé e intenté mover el brazo. Si bien el hormigueo había pasado, no pude mover mi extremidad: ¡hacía una semana que no la movía! — ¡Tu puedes hacerlo! — me animó Jenna, acción que me irritó aún más. ¡No estaba en rehabilitación! Moví la mano derecha hacia arriba sintiéndola pesada. Se movió súper lento pero aún así pude colocarla en mi regazo. Se me hizo difícil mover la otra mano y, en todo el tiempo que me llevó colocar ambas manos sobre mi, pude haberme muerto de sed tranquilamente.

— Ahora escribe para nosotros — insistió Jenna. Se dió cuenta de mi mirada severa por lo que da un paso para atrás. Sujeté (con dificultad) el lapiz, el block y me dispuse a garabatear dos palabras que apenas se leían: "cállate, jen". Jenna se acercó para leer el papel tal como habían hecho los otros dos. Tardó un poco más en decifrar el contenido de la frase y en cuanto lo hizo fue evidente, ya que su ceño se arrugó, y su mirada demostró dolor. Desvió la vista hacia mi, pero yo evité mirarla. Sueltó el block sobre la cama y abandonó la habitación, con Leyre pisándole los tobillos. En un santiamén, Roser también se había ido.

Esta mañana me desperté sintiendome solitaria. Nadie había querido pasar tiempo conmigo debido a que cada vez que abría la boca (mejor dicho el block de notas) era para protestar contra alguien o decir algo de lo que me arrepentí momentos después, como en el caso de Jenna. La espalda me dolía insoportablemente ya que había caído de lleno sobre ella. Según los doctores había sido un milagro que siguiera con vida, por no decir seguir en pie. Y aunque hubiera deseado que alguien hubiera estado en el primer piso esperando con los brazos abiertos a que yo cayera, lo cierto es que nada de eso pasó y yo terminé estrellada como un huevo frito.

Practico tararear con la boca cerrada haciendo que mis cuerdas vocales vibren, recomendación de mi doctor. Mi voz ha vuelto pero aún sigue sonando grave. Cuando me dispongo a comenzar a tararear una de mis canciones favoritas de Roser, alguien llama a la puerta.

— Adelante — murmuro esperando que la persona al otro lado me haya escuchado. Leyre asoma la cabeza y yo le sonrío. Al ver que estoy de mejor humor ingresa en la habitación.

— ¿Cómo estás, Stella? ¡Ya puedes hablar!

Asiento sin borrar la sonrisa de mi rostro. Me incorporo un poco, presiono el botón que se encuentra a un lado de la camilla para levantar el respaldo y me dejo caer en la cómoda almohada.

— Me siento mucho mejor, aunque esto — comento señalando el collarín — me tiene loca.

— Apuesta a que debe ser incómodo.

Coloca su bolso sobre la cama y comienza a sacar cosas del interior: frutas, una tarta, dos vasos descartables, una botella de vino rosé. En cuanto saca la botella suelta una risita y se dispone a esconderla debajo de la manta que descansa a mis pies.

— ¿Qué es todo esto, Leyre?

— Un picnic en el hospital. Nunca antes lo he hecho, así que puedo tacharlo de mi bucket list. — Estoy a punto de preguntar quién en su sano juicio tiene como meta hacer un picnic en un hospital pero me limito a sonreír más aún, si es posible.

Corta la tarta en pequeñas porciones, al igual que la fruta la cual coloca en dos bowls. Abre la botella de vino para seguido depositar el líquido en los vasos. Doy un sorbo siendo conciente de que no debería hacerlo debido a la cantidad de medicamentos que estoy tomando, pero un sorbito no me harán nada, ¿no? Dejo el vaso a un lado mientras ataco la tarta la cual está deliciosa.

— Hace tiempo que no como algo que no sea la comida de aquí — aseguro con la boca llena.




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