Una enfermera para el Presidente

Episodio 2: Presente.

7 años después...

Zianna había llegado de madrugada, había cubierto el turno de emergencia en el hospital y estaba agotada.

Sin embargo, a las 6 de la mañana un pequeño ratoncito de ojos aguamarina y cabello oscuro se pasó a su cama.

—Buenos días, mami —comentó el pequeño de 6 años, al cual le faltaban un par de dientes.

—Dame 5 minutos más —protestó Zianna agotada.

El ratoncito escaló la espalda de la madre y apartó el cabello de su cara.

—Mami, tengo hambre —susurró en la oreja de Zianna.

La joven madre se estiró y rodó en la cama. Abrazó el cuerpito de su hijo y comenzó a llenarlo de besos.

—Basta, mami, basta.

—¿Por qué si es tan rico besar a mi pequeño caballero?

—Porque soy un niño grande y no me gustan los besos —alegó el pequeño cruzándose de brazos.

—Mike, no solo de comida y agua crecen los niños, las madres debemos darle mucho amor para que sean altos y guapos —le explicó Zianna quitando un rulo de la frente de su hijo.

—¿Si me das besos me saldrá barba? —interrogó el niño.

—A largo plazo, sí.

—De acuerdo. —Mikael, o Mike como todos lo llamaban, abrió los brazos y se entregó al cariño meloso de su madre—. Mami. ¿Yo tengo papá?

Zianna dejó los besos a un lado y miró a su bebé. Cada día era más difícil responder a todas las preguntas que él hacía con respecto a su padre.

¿Cómo le dices a tu hijo que no tienes idea de quien es su padre?

Sin embargo, Zianna había aprendido a evadir esas preguntas como toda una profesional.

—Claro que tienes papá.

—¿Cómo es él?

—Alto, con unos increíbles ojos azules y el cabello oscuro; como tú. —La dama suspiró, al menos eso no era mentira.

—¿Dónde está?

—Ya te lo dije: es un hombre muy importante y debe trabajar mucho.

—¿Algún día lo conoceré?

—Sí. —Esa era la peor mentira que Zianna le decía a su pequeño hijo—. Oye, ¿qué tal si hacemos panquecas?

—¿Le podemos poner chispas de chocolate? —preguntó el niño emocionado.

—Todas las que quieras.

—Sí. —Mike se bajó de la cama y salió corriendo.

La joven madre expulsó todo el aire de sus pulmones. Habían sido 6 años increíbles, de enseñanza y principalmente, de adaptación.

Duró un par de segundos más abrazando a su hijo y se levantó de la cama para preparar el desayuno y enviarlo al colegio. 

A pesar de todo, estaba agradecida con su familia y amigas por todo el amor y apoyo que le habían brindado. Principalmente, sin juzgarla o señalarla.

La enfermera preparó con su hijo el desayuno y lo empacó, teniendo cuidado de que todo fuera exactamente, como a Mike le gustaba.

Cuando el niño cumplió los 5 años comenzó a tener conductas obsesivas; primero fue con el volumen del televisor, debía estar en números pares, después los juguetes, le siguió acomodar las sillas y concluyó con la ropa. Lo peor era que al comenzar el colegio le revisaba a los amiguitos las medias, pues, según él, debían estar bien puestas y principalmente, debían ser iguales.

—Listo, pequeño. Ahora ve a arreglarte que ya se nos hizo tarde —comentó Zianna secándose las manos.

Mike vio la hora en el reloj que colgaba sobre la puerta de la cocina y negó con la cabeza. Él había calculado el tiempo exacto que se iban a tardar y sus cálculos no habían fallado.

—Tenemos 30 minutos para salir. —El niño observó a su madre y entrecerró los ojos—. ¿Debes ir al trabajo?

Él sabía que, si su madre iba a trabajar, 30 minutos no serían suficientes para salir.




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