Una enfermera para el Presidente

Episodio 3: Mike

Zianna observó a su hijo y negó con la cabeza.

—No, hoy, solo te llevo y vengo a recuperar un par de horas de sueño.

Esa respuesta le bastaba al pequeño para irse a su habitación. El jovencito dio un par de pasos, pero se regresó y acomodó la silla de la isla y se marchó.

Zianna suspiró. Daba gracias a Dios y a la terapeuta que las manías de Mike no fueran en aumento y que las que tenían se habían vuelto tolerables.

La mujer subió las escaleras y se fue a vestir.

Como no debía ir al trabajo, solo se puso un mono y una camisa de algodón suelta, se ató el cabello en una coleta y al salir su hijo ya la estaba esperando, con el uniforme del colegio impecable.

Zianna tomó la comida del pequeño y de la mano de su hijo salió de la casa.

—Mami, ¿sabes que no importa las horas que duermas, el sueño no se recupera? —El niño veía por la ventana desde su asiento.

—Lo sé, pero es una forma de decir. ¿Entiendes?

—Sí, aunque no comprendo, para que decirlo, si todos saben que es imposible recuperar el tiempo perdido.

—Supongo que para ahorrarse una larga explicación.

Zianna se detuvo frente al colegio de su hijo, donde la maestra esperaba por el niño. Sí, Mike, era un niño muy inteligente y le gustaba leer, saber, investigar. Su IQ era de 162, dos puntos por arriba que el de Albert Einstein.

Eso hacía que, constantemente, se aislara de sus amigos de clases. Debido a que Mike, pensaba que jugar era perder el tiempo.

La escuela había pensado en subirlo de grado, pero la terapeuta le había aconsejado a la madre que lo mejor era que, por el momento, Mike creciera rodeado con niños de su edad.

Muchas veces, Zianna se preguntaba si la manera de ser de su hijo se debía a que él era el único niño en casa.

Ella no tenía hermanos, Agnes y Liliana no tenían hijos; Nora, se habían cambiado de sexo y ahora era Norberto, se había mudado a Francia y era feliz con su esposa, pero tampoco tenían hijos.

Así que Mike estaba creciendo en un ambiente completamente rodeado de adultos, con temas de conversación maduros y quizás, él solo se había adaptado a ellos. Sin embargo, Tamara, la psicóloga, le había explicado que Mike era especial, mucho antes de nacer.

—Mike, cariño adentro están tus amiguitos, ve con ellos.

—Compañeros —la corrigió el niño.

—¿Qué? —preguntó la maestra.

—Ellos no son mis amigos, son mis compañeros de clases.

—Mikael —lo reprendió Zianna bajando del auto.

—Es cierto, no compartimos gustos y no nos vemos después del colegio —alegó el pequeño cuando la madre le quitaba el cinturón.

—Eso se puede arreglar. Puedes invitarlos a que pasen tiempo contigo fuera de la escuela —propuso la maestra con una sonrisa.

—Lo siento, maestra. No me supe explicar, no compartimos gustos y tampoco me interesa pasar tiempo con ellos.

Zianna y la maestra se miraron.

—De acuerdo, ve a clases —manifestó la docente con serenidad.

—Adiós, mami. —Mike levantó su mano y se marchó al colegio.

—Con frecuencia olvido que solo tiene 6 años —declaró la maestra viendo a Mike alejarse.

—Me pasa exactamente lo mismo. —Zianna expulsó todo el aire y contempló a la Ángela, no era común que ella saliera a recibir a Mike—. ¿Pasó algo?

—En dos semanas iremos al acuario, quería saber si Mike quería ir, pero ahora no tengo claro nada.

—Me cree si le digo que yo tampoco.

Ángela palmeó el hombro de la madre.

—Nos vemos en unas horas —se despidió la maestra.

Zianna sonrió, rodeó el auto y subió a bordo.




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