En el estado de Washington D.C, caminando por el despacho Oval de la Casa Blanca, se encontraba un caballero catalogado por muchos como el hombre más poderoso del planeta.
Hudson Powell ostentaba el cargo de presidente de los Estados Unidos, potencia mundial por su economía, según datos de PIB, su moneda contaba con el 60% de la reserva mundial.
Saber todo eso no hacía que el trabajo de Hudson fuera más fácil o llevadero, no, sobre sus hombros pesaba una enorme responsabilidad y él sabía como llevar su cargo, pues con solo un año en el puesto había desempeñado un grandioso papel.
Sin embargo, recientemente, Zarah, su secretaria de prensa, le había informado algo que lo tenía preocupado. Su figura como mandatario era buena, pero necesitaba aparecer en más obras benéficas.
Lo que para él era una perdida de tiempo, asistir a un lugar, sonreír, tomarse fotos y esperar que la prensa lo devorara por algo que hizo o dijo.
No obstante, asistir a eventos era parte de su trabajo, lo cual se lo había delegado a su vicepresidente Zoe. Hasta ahora, que había llegado una carta de New Jersey solicitando la presencia del mandatario.
En el despacho Oval, el presidente de Estados Unidos, caminaba de un lado a otro leyendo la petición que le había entregado su secretaria de prensa, mientras su equipo de confianza lo observaban.
—Explícame, nuevamente. ¿Por qué debe ir el presidente a New Jersey? —indagó Tom, el jefe de gabinete, a Zarah, la secretaria de prensa.
—Van a inaugurar otra casa hogar y han solicitado la presencia del presidente electo.
—Es lo que no entiendo —recalcó Tom.
—La prensa lo llama el voto castigo. Así que, debemos crear una imagen nueva, diferente que las personas se hagan su propio concepto de Hudson.
El hombre en cuestión volteó y observó a sus más leales empleados.
—Puedo enviar una comisión de mi parte, pero no asistiré —sentenció Hudson tomando asiento, observó a Zoe su vicepresidente y ordenó—. Quiero que se investigue como podemos mejorar la experiencia de los niños en esas casas hogares.
—Señor es un tema delicado —le advirtió Tom.
—Lo sé, principalmente, para los niños que están allí. —Hudson hablaba por experiencia propia.
Pues antes de ser, Hudson Powell, solo fue un niño más en esas horribles casas donde son todo, menos hogares.
—Yo te aconsejo que asistas. Vas, estrechas un par de manos, te toman fotos y luego regresas —le habló Zoe, la vicepresidente.
Hudson negó con la cabeza, si hubiera sido en otro lado, él solo habría aceptado y listo, pero en esa ciudad guardaba muchos recuerdos. Especialmente, de una noche que jamás olvidaría por completo.
Sus pensamientos se fueron lejos del despacho Oval, volaron más allá del tiempo.
Se situaron sobre aquella desconocida de ojos aguamarina, sobre su cálida piel y su sonrisa contagiosa. Jamás se había sentido como aquella noche, así como tampoco había vuelto a sonreír de esa manera.
Para aquel entonces, Hudson tenía un poco más de libertad y días después había regresado, para obtener información de aquella mujer. Sin embargo, no logró obtener, más que una foto borrosa y una enorme necesidad de hallarla. Por desgracia, ni su nombre sabía.
«¿Se podía un hombre obsesionar con una completa desconocida?»
Esa era la pregunta que siempre rondaba por la cabeza del actual presidente.
—Me lo pensaré —aseguró el presidente—, por ahora debemos concentrarnos en el deber real. ¿Qué pasó con los soldados que fueron enviados a hacer el reconocimiento en territorio enemigo?
Zoe, Tom y Sean, el jefe de seguridad. Comenzaron a darle los detalles de la operación.
Hudson prestó atención y tomó nota de las cosas que le parecieron más relevante.
—Bien, manténganme informado —concluyó Hudson poniéndose de pie. El hombre tomó aire y antes de darse cuenta dijo—: Por el amor de Dios, Tom, la próxima vez, trae medias que sean del mismo par.
Desde que Tom había ingresado al despacho, el presidente había notado que una de sus medias era lisa y la otra acanalada, eso lo había incomodado a tal punto que estuvo por echarlo de su oficina, pero con el tiempo había logrado mantener sus pequeñas manías a raya. Aunque, siempre había alguna que se salía de control, sobre todo, cuando estaba estresado.
Tom se miró los calcetines, pero no notó nada extraño, así que solo se encogió de hombros y salió del despacho; seguido de sus colegas.
Excepto por Zarah, ella se quedó un poco más en el sitio. Hudson se giró y la observó.
—¿Qué esperas hacer luego de que termine tu mandato? —indagó la mujer con honestidad.
La pregunta sorprendió un poco al jefe de estado, pero tras pensarlo un poco respondió:
—Si deseas saber mis intensiones de lanzarme a la reelección. Sí, existe una alta probabilidad de que lo haga.
—Entonces, debes saber que todo lo que hagas en tu gobierno afectará tu futuro.