La maestra Ángela había pasado la primera hora de la mañana realizando una actividad con sus pequeños alumnos. Todos o, mejor dicho, casi todos habían participado contentos por tener que cortar papel de colores y pegarlos sobre el dibujo.
Claro, que la dama sabía que ese tipo de actividades a un niño en particular no solo le iba a parecer una pérdida de tiempo, sino que, ningún poder humano haría que el pequeño Mike se ensuciara las manos.
Sin embargo, se sorprendió cuando contempló a Mike cortando los papales de colores; por supuesto, todos del mismo tamaño y usando un pincel para aplicar la pega en el dibujo y unas pinzas para colocar los papeles de colores.
Al terminar la actividad, la maestra Ángela llevó a sus jóvenes estudiantes al patio de juegos.
Mike se sentó en su lugar especial, justo debajo de un árbol que le daba sombra y le daba una visión completa del sitio. Suspiró mientras observaba con cautela a los compañeros de su salón.
La mayoría de los varones jugaban a pasarse la pelota. Lo que a su parecer era una pérdida de tiempo, sí, ni siquiera eran capaz de acertar el tiro dentro de la arquería.
—¿Qué haces? —preguntó una niña sentándose a su lado.
Mike frunció el ceño y se encogió de hombros.
—Tomo una decisión —resumió el pequeño.
—¿Y? —persistió ella.
El niño giró la cara y miró a la niña con exasperación.
—Es complicado —dijo el pequeño volviendo la mirada al frente.
—¿Es complicado o tú lo haces complicado?
—No comprendo —replicó Mike cruzándose de brazos.
—Bueno, como yo lo veo, solo se trata de estar solo o no.
Mike asintió entendiendo el punto de la niña.
—Me gusta estar solo —concluyo él.
—¿Has intentado no estar solo? —cuestionó la niña. Mike negó con la cabeza, lo cierto, era que, no había puesto interés en relacionarse con sus compañeros—. ¿Entonces cómo sabes que no te gusta?
—Solo lo sé. —El niño contempló a sus compañeros—. Ninguno lleva las medias bien puestas, van sudados y la ropa está llena de tierra.
—Creo que ya tomaste una decisión —alegó la niña dando aplausos de alegría.
—A todas estas. ¿Quién eres y qué haces en el colegio? —preguntó Mike poniéndose de pie.
—Soy Andrea, la sobrina del presidente —declaró la niña.
Mike giró a verla, asombrado por la afirmación de la pequeña, pero al ver la reacción de Mike, Andrea soltó una carcajada.
—¿De qué te ríes? —interrogó Mike sintiéndose ofendido.
—De tu cara, bobo. —Andrea se puso de pie y giró—. Mírame, ¿crees que soy familia del presidente?
El niño estaba confundido.
—No lo sé —dijo frustrado.
—Qué tonto. —rio la nena y señaló a una mujer entre el grupo de docentes—. Mi mamá vino a cubrir a una maestra
El pequeño miró a su maestra y todo tuvo sentido.
—¿Ángela te envió? —preguntó el niño decepcionado.
—No, me acerqué a ti por mí misma. Creí que no tenías amigos, pero he descubierto que así eres feliz. —Andrea decía la verdad, a sus 6 años, casi siete le había tocado una manera un tanto diferente de enfrentar la vida.
Muchos niños eran sanos, felices y tenían tiempo de sobra; Mike era inteligente y se aislaba de todo, pero ella luchaba con una enfermedad y estaba decidida a recuperarse y ser feliz.
La nena dio un paso al lado como si se fuera a marchar, pero el pequeño niño se interpuso en su camino y le preguntó un tanto ofendido:
—¿Te vas?
—¿Quieres qué lo haga? —indagó Andrea viendo que el niño frente a ella era solo unos centímetros más alto.
El niño frunció el ceño y pensó. Debía ser honesto consigo mismo, hablar con Andrea no le había parecido tan malo, de hecho, había sido una experiencia agradable.
—Supongo que podemos seguir hablando —contestó el pequeño caballero.
Andrea sonrió y preguntó:
—¿De qué quieres hablar?
—¿Platón? ¿Aristóteles? —sugirió el pequeño.
La niña soltó una risa.
—No sé de qué hablas —admitió divertida.
Mike estiró la mano y dijo:
—Yo hablaré y tú si quieres, puedes quedarte y escuchar.
—De acuerdo, pero si me aburro te lo diré.
Y por primera vez, Mike deseó con todo su corazón que Andrea no se aburriera.
—Si eso pasa, haremos algo que te guste y así los dos ganamos —propuso Mike.
—Tenemos un trato. —Andrea estrechó la mano del pequeño niño; sellando una amistad de por vida.
A lo lejos, estaba Ángela observando con cautela todo el encuentro. Ella sabía que Mike no daría ese primer paso y estaba muy segura de que Andrea daría todos los que fueran necesarios para ser su amiga.