Zianna pasó gran parte de su turno pensando en el presidente, incluso había llamado al hospital Morristown y cobrado varios favores, solo para saber el estado del mandatario.
El alivio corrió por su cuerpo cuando una colega le informó que el jefe de estado estaba fuera de peligro y en el área de recuperación.
—Gracias, juro que no molestaré más —aseguró Zianna antes de colgar.
—Espera —la llamó su compañera—. Dime: ¿El presidente es tan guapo como dicen?
—No tengo idea, cuando lo atendí iba cubierto de sangre —alegó Zianna restándole importancia.
—Sí, pero me contaron —comentó May en tono jocoso—; que te suplicó acompañarlo y hasta te sujetó la mano.
El rubor cubrió las mejillas de la joven madre y Zianna agradeció que su amiga no pudiera verla en ese momento.
Luego cerró los ojos recordando el efímero momento en el que estuvo con el mandatario y una sonrisa se abrió paso en su cara.
—Solo son rumores de pasillo —mintió Zianna mordiéndose el labio.
—¿También es un rumor que almorzarás con Geoff?
Zianna suspiró recordando su compromiso.
—Solo somos colegas —aseguró la enfermera, pasado unos minutos.
—Cariño, ese hombre te quiere como algo más —se mofó May.
—No puedo hacerme responsable de las emociones o sentimientos de Geoff, lo veo como un amigo y jamás le he demostrado nada más —afirmó Zianna un tanto alterada.
—Supongo que deberás decírselo —le aconsejó May.
—En fin, me alegra que el presidente este fuera de peligro, debo irme, mi turno está por terminar.
—Adiós, linda. No te pierdas.
—No lo haré. —Zianna colgó la llamada y al girar se encontró con Geoff.
El pobre hombre traía unas rosas en sus manos, que el mismo había recogido del jardín de su madre.
El paramédico recordó lo que su abuela le dijo alguna vez en su juventud.
“Hijo, las flores son capaces de percibir nuestro estado de ánimo, por eso siempre es bueno llenarlas de amor”
Curiosamente, él siempre creyó que solo era una vieja e inútil creencia, pero al escuchar las palabras de Zianna fue testigo de como las rosas habían perdido belleza y brillo.
—Lo siento, no sabía que estabas detrás de mí. —Zianna se sintió genuinamente avergonzada, aunque, no se arrepentía de lo que había dicho.
—No es tu culpa. —Geoff lanzó las rosas en el cubo de basura—. De hecho, ahora veo que nunca tuve oportunidad contigo.
Geoff se dio la vuelta y se fue sintiéndose mal consigo mismo.
Zianna observó a su compañero y sintió pena por él, pero como había dicho: ella jamás le dio esperanza de nada.
Todo el que conociera a Zianna se daba cuenta de que ella vivía para su hijo y que no estaba interesada en relaciones más allá de lo laboral.
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Mike esperaba con ansias la hora de la salida, deseaba contarle a su mami que había hecho una amiga.
Sin embargo, los minutos habían decidido irse de huelga, pues pasaban con lentitud. Al niño, nunca le parecieron tan largos los segundos.
Esa mañana Andrea había vuelto al colegio y había hablado con él, o, mejor dicho, lo había dejado hablar, mientras ella solo escuchaba como Mike le contaba o mostraba muchas cosas que ella no entendía del todo, pero lo dejaba expresarse, porque jamás había visto a nadie hablar con tanta pasión.
Ella había notado que a Mike le gustaba la historia, la geografía, la poesía y la política. Se exaltaba explicándole las cosas y leía a la perfección. A ella todavía le costaba leer, por eso dejaba que Mike lo hiciera.
El timbre sonó y el pequeño ratoncito de ojos aguamarina, con cabello oscuro y rebelde, fue el primero en ponerse de pie. Sujetó su mochila y se formó en la puerta del salón.
Lentamente, sus compañeros se fueron uniendo a la fila y colocándose detrás de Mike.
El niño era capaz de escuchar los susurros de sus compañeros a su espalda, sin embargo, nada de lo que dijeran los niños cambiaría su estado de humor.
El timbre de salida sonó y las maestras llevaron a los estudiantes hasta la entrada donde los padres esperaban con calma a sus hijos.
Sin embargo, Mike se concentró en la mujer de cabello castaño, un tanto rizado, con un par de ojos iguales a los de él.
Todavía llevaba su ropa de trabajo y el cansancio marcaba sus facciones, pero la sonrisa en los labios era genuina.
Para Zianna no existía nada más maravilloso en su vida, que aquel pequeño ratoncito que corría hacia ella con los brazos abiertos.
Cuando se enteró de que estaba embarazada, simplemente, no podía imaginarse con un bebé al que cuidar. Ahora, no lograba imaginarse sin él.
Fueron momentos difíciles, no quería decepcionar a sus padres, pero eso no era lo peor. Lo terrible, fue decirles que no sabía quién era el padre de su hijo. Zianna no lo esperaba, pero agradecía todo el apoyo de sus padres y amigas.