El mandatario había recuperado el conocimiento temprano esa mañana. Ni siquiera anestesiado, había dejado de pensar en aquella enfermera de ojos tan peculiares.
Intentó sentarse y un gruñido salió de lo más profundo de su garganta.
—¿Cómo te sientes? —lo abordó Adriana, su hermana mayor.
Hudson suspiró profundamente, clamando paciencia al cielo.
—Estoy vivo.
—Que es importante, pero, pregunté: ¿Cómo te sientes? —insistió su hermana de manera severa.
—Adolorido...
—Es normal —lo cortó ella.
—Aturdido.
—No esperaba menos, acabas de salir de cirugía. —Hudson clavó la mirada en su hermana—. Vaale, cerraré la boca.
Adriana pasó sus dedos sobre sus labios fingiendo que cerraba una cremallera invisible.
—Te puedo asegurar que más daño me causaron los guardias que cualquier otra cosa. —Hudson hizo una mueca de dolor.
—Sí, logré ver cómo te lanzaron al suelo y saltaron sobre ti —comentó Adriana sentándose a los pies de la cama.
—Sin embargo, en medio de todo el caos, una enfermera se abrió paso y me ayudó. —El corazón de Hudson tuvo un sobre salto y su hermana volteó a verlo.
—Debió dejarte una muy buena impresión —bromeó la mujer.
—Era ella —reveló Hudson y Adriana lo observó.
—¿Cómo estás tan seguro de que es la misma chica del club? —indagó su hermana.
—Bueno, no estoy seguro de que sea ella, pero tiene los ojos aguamarina. Como ella.
—¡Por Dios, Hudson! —Adriana pasó la mano por su cabello—: Lamento, ser yo quien te lo diga, pero necesitas más que solo un color de ojos para saber si es ella.
Algo en la cabeza del presidente hizo. ¡Click!
—Tienes toda la razón. —El presidente se aclaró la garganta y llamó—: ¡Antoni!
El guardaespaldas entró a la habitación y pasó la mirada por todo el sitio.
—¿Señor?
—Quiero que me traigas a la enfermera que me ayudó ayer.
Antoni miró a Adriana sin entender, pero la mujer solo se encogió de hombros.
—¿Qué esperas? ¡Ve!
El jefe de seguridad salió estrujándose la cabeza, tratando de recordar el nombre de la enfermera. Él sabía que comenzaba por Z, pero no recordaba el resto.
Suspiró, al menos, estaba en el mejor lugar para rastrear a una enfermera.
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Zianna detuvo el auto frente al hospital y expulsó todo el aire de sus pulmones.
Bajó del vehículo y ayudó a su pequeño a descender del mismo.
Sujetando la manito de su hijo, caminó hasta la entrada del sitio, dónde se encontró al hombre que subió con ella a la ambulancia.
—Señorita, Parisi. Un gusto verla de nuevo —la abordó Antoni estirando la mano.
—La próxima puede enviar una solicitud de Facebook y no a la policía —declaró la dama estrechando la mano del guardaespaldas.
—Me temo que eso no sería suficiente para expresar la urgencia del mandatario. —Antoni detestaba la política, pero por irónico que parezca, era muy bueno en ello.
—Dejemos de rodeos y terminemos con esto —pidió Zianna apretando un poco la mano de su hijo—. Cómo ve, ha interrumpido mi día.
Antoni asintió y condujo a la mujer y su hijo al piso presidencial, por llamarlo de algún modo.
El recorrido fue silencioso, únicamente, roto por el sonido de los zapatos sobre el suelo.
Al bajar del elevador, avanzaron por el pasillo hasta detenerse frente a una puerta.
—Mami, ¿puedo entrar contigo? —Mike se había mantenido en calma, esperando el momento indicado para hacer su petición.
—Solo será un segundo —replicó Zianna.
—Sí, pero no todos los días tienes la oportunidad de conocer al presidente más importante del mundo.
«Era evidente, que Mike desearía conocer al jefe de estado» pensó Zianna sonriéndole a su hijo.
—Entonces, vamos —afirmó la dama.
Antoni negó con la cabeza, desechando ese pensamiento que se comenzaba a formar. El hombre puso la mano en la perilla y abrió la puerta.
Zianna y Mike entraron a la habitación, avanzaron con calma hasta situarse frente a la cama del dignatario.
Los ojos de Hudson estaban puestos en Zianna, mientras su hermana detallaba al pequeño niño al lado de la enfermera.
—Zianna —susurró el presidente saboreando el nombre de la dama.
Sin poder evitarlo, la máquina que marcaba su pulso se aceleró y la enfermera avanzó un paso, pero se detuvo casi de inmediato al recordar que, no trabajaba en ese hospital, y sobre todo, que no le correspondía auxiliar al mandatario.
Así que, solo preguntó:
—¿Se encuentra bien?
Hudson maldijo a su estúpido corazón.
—Estoy bien —replicó el hombre aparentando serenidad.
—Entonces debería ver a un cardiólogo, esas alteraciones en su ritmo no son normales, tampoco saludable —habló Mike que no se perdía ningún detalle.
Hudson frunció el ceño y alzó un poco la cama para ver al pequeño niño que sujetaba la mano de Zianna.
—¿Tú eres? —indagó el presidente.
Mike observó con admiración al hombre en la cama, le pareció sorprendente tener al mismísimo presidente de los Estados Unidos frente a él.
El niño soltó la mano de su madre, acomodó su ropita, quitó el cabello de la cara y secó el sudor de sus palmas. Se acercó con cautela a la cama de Hudson; estiró la manito y dijo:
—Mikael Parisi, hijo único de Zianna Parisi, pero, usted puede decirme; Mike.
Hudson miró al pequeño frente a él y casi sonríe. Sin embargo, le pareció que, de hacerlo, el niño se podía ofender.
Así que, con un poco de dolor, estiró su brazo y estrechó la mano de Mike.
—Hudson Powell, pero puedes decirme...
—Hudson —lo cortó el niño con simpatía.
A pesar de que Zianna era testigo de la escena, su cabeza no lograba creer todo lo que presenciaba. Mike, simplemente, se había abierto a Hudson.