Una enfermera para el Presidente

Episodio 11: Perfección.

Hudson celebró mentalmente su pequeño, pero importante logro.

El jefe de estado no deseaba adelantarse a los hechos, pero algo dentro de él le hacía sentir que la mujer, delante de él, era la misma de aquel bar.

—¿Qué edad tiene su hijo? —indagó el presidente.

Zianna observó al mandatario y la sangre le hirvió. Pues, a su cabeza vino ese comentario que hace poco más de 24 horas él mismo había dicho: “Son tan ruidosos y pegajosos”

—Mi hijo, no es asunto de usted. Le aseguro que el tiempo que estemos bajo su techo Mike no será un problema. —Zianna había tratado de no sonar tan brusca, pero su hijo era su prioridad.

Hudson no habló más del tema, lo cierto, era que solo quería buscar conversación con Zianna, pero no sabía que ella iba a reaccionar de aquella forma. Así que, solo cambió sabiamente de tema anunciando.

—En la tarde salimos para Washington. —Al mandatario le resultó casi imposible tratar de ocultar su felicidad. La máquina comenzó a pitar de nuevo y el hombre desesperado se quitó el oxímetro—: ¿Tiene alguna petición?

Zianna alzó una ceja, le pareció tan arrogante la pregunta que por un segundo pensó en sacarle su máximo provecho. Sin embargo, ella era una mujer que había aprendido a valerse por sí misma.

—De momento no. Pero, dejaré la opción abierta para el futuro.

—Perfecto. Le pediré a mi hombre de confianza que la pase buscando por su casa cuando sea el momento de irnos.

—Hasta entonces. —Zianna se dio la vuelta y se dirigió a la salida.

La puerta se abrió de golpe y Antoni pasó encarando el arma, listo para proteger a su presidente.

El guardaespaldas miró a Zianna y luego al presidente.

—Guarda el arma, estamos bien —declaró Hudson desde la cama.

La joven enfermera observó al mandatario por encima de su hombro y salió manteniendo la calma.

Hudson observó a la dama hasta que la puerta se interpuso en su campo de visión.

Su corazón latió con fuerza y agradeció estar desconectado de la máquina.

—¿Quiere que llamé a una enfermera? —indagó Antoni al ver que la máquina no marcaba pulso.

—Ya tengo enfermera, lo único que deseo es que busques a mi hermana y le pidas que nos vayamos.

—Señor, no creo que sea conveniente trasladarse hoy mismo —aconsejó el guardaespaldas.

—Estoy bien, pasaré el resto del reposo en Washington —sentenció el presidente zanjando el tema.

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Adriana y Mike llegaron a la cafetería a una distancia impuesta por el pequeño.

—¿Quieres que elijamos la mesa primero? —preguntó Adriana.

El niño la miró preguntándose: ¿Cómo había adivinado que no ordenaría hasta elegir la mesa perfecta para comer el postre perfecto?

—Ve por los helados, yo me encargo de la mesa —propuso el niño.

Adriana asintió dirigiéndose a la nevera de postres.

El pequeño caminó por el sitio detallando, arreglando y perfeccionando dónde iba a comer.

Después de tanto andar, eligió una mesa en el centro y alineó las demás mesas con la de él. Sumado a eso, colocó las sillas en orden y hasta buscó un pañuelo para limpiarlas.

El pequeño no estaba haciendo nada fuera de lo común, claro, en su mundo. Sin embargo, Adriana no lograba dejar de verlo.

En definitiva, era una versión miniatura de Hudson.

La dama llegó a la conclusión de que ese niño y su hermano guardaban mucha relación.

Compró dos helados de vainilla y fue a sentarse a la mesa con Mike.

—Gracias. —El niño tomó su helado y tras aplastarlo con el cubierto para que todo estuviera igual, comenzó a comerlo en perfecto orden.

—Mike. ¿Qué edad tienes? —indagó Adriana como si nada.

Sin esperar que el niño fuera a cuestionar su pregunta:

—¿Para qué deseas saberlo?

—Bueno, trato de hacer conversación —alegó la mujer.

—Hay temas que son más interesantes, que saber el número determinado de años que llevas habitando este planeta.

Adriana tragó saliva, asombrada por la respuesta.

—Comprendo. Sin embargo, me temo que, en ese caso, no soy buena para hacerte compañía.

—Incluso el silencio es mejor que hablar solo por hablar. —El pequeño se llevó la cuchara a la boca. De pronto, recordó lo que su terapeuta le había dicho: "No todos vemos el mundo como tú, eso nos hace especiales a cada uno a nuestra manera" Mike suspiró y decidió que esa información quizás era relevante para Adriana, de un modo que él no lograba comprender.

—Tengo 6 años, en dos meses y siete días cumpliré los 7.

Adriana miró al pequeño e hizo cálculos y fue una gran sorpresa darse cuenta de que las fechas no cuadraban.




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