Una enfermera para el Presidente

Episodio 13: Manías y sospechas.

Zianna tragó saliva y miró a su hijo. Decirle que había aceptado ese trabajo porque sospechaba que ese hombre en la cama podía ser su padre, sin duda, no era una opción.

De igual manera, sabía que decirle una mentira sería peor.

—Estoy hablando con tu tía Agnes, le decía que solo por ti... —Zianna estrujó su cerebro pensando una buena excusa—. Iremos a las 5 mejores bibliotecas de Washington.

Zianna terminó la oración justo cuando el timbre de su casa sonó.

Salvada por la campana —murmuró Agnes.

—Te llamo luego —se despidió Zianna sonriéndole al su hijo.

Mike entrecerró los ojos, él más que nadie conocía a su madre, aunque, le emocionaba ir a la Casa Blanca, él sentía que su madre le ocultaba algo.

Sin embargo, el pequeño, valiéndose de todos los libros de psicología que había leído, le preguntó a su madre:

—¿Cuáles serán esas 5 bibliotecas?

—Eso es lo mejor de la sorpresa, podrás elegirlas tú. —La enfermera se sintió orgullosa de sí misma por la manera en la que salió de esa situación.

Mike estuvo al pendiente de cada gesto de su madre y no notó que estuviera mintiendo. Por fortuna, esa mujer en el hospital no sabía los trucos que él dominaba.

El timbre volvió a sonar recordando que aguardaban por ellos.

La madre se inclinó un poco y quitó un par de mechones rebeldes que caían sobre la frente del niño:

—Veré si vinieron a buscarnos.

La enfermera salió de la cocina, cruzó la sala y abrió la puerta.

Allí parado frente a ella estaba el mismísimo presidente, luciendo una de sus mejores sonrisas, aunque, no lograban disfrazar el dolor que sentía. Y claro, detrás de él su fiel guardaespaldas.

Zianna inconscientemente, pasó la mano por su cabello y arregló su ropa.

—Espero estén listos —declaró Antoni.

—Hola, estoy bien, gracias por preguntar —manifestó Zianna moviendo las manos de manera chistosa—. Sí, en un segundo, nos reunimos con ustedes en el auto.

Antoni la observó, claro que no se le había pasado por alto el sarcasmo de la dama, pero con honestidad, le daba igual el tono o las palabras que usara, él solo deseaba regresar a Washington.

—Si no le molesta, le ayudaré. —Con cuidado de no hacerle daño a Zianna; el guardaespaldas entró a la casa.

Zianna lo observó un segundo, él no había preguntado, solo había informado de sus acciones.

—Señor presidente, no debió haber venido —le reprendió la enfermera apoyándose del marco de la puerta.

—No puedo evitarlo, soy muy curioso. —Hudson estaba embelesado por la belleza de la enfermera.

—¿Mi casa le da curiosidad? —cuestionó la mujer.

—No, usted me genera intriga, señorita Parisi —reveló el jefe de estado.

Zianna tuvo que recurrir hasta la última pizca de su autocontrol para no sonreír o suspirar.

—Me temo que no tengo nada de interesante —alegó la mujer cuando recuperó el aliento. Se hizo a un lado e invitó al mandatario a pasar—. Es libre de echarle un vistazo a mi casa.

Hudson se quedó exactamente donde estaba, deseaba con todo su ser entrar, pero normalmente, en las casas donde había niños, habitaba el desorden y eso descontrolaría sus manías y sentía que no podía lidiar con eso en ese momento.

—Mami —llamó Mike a su madre con urgencia desde el interior de la casa.

Zianna se giró viendo como su hijo caminaba más rápido de lo normal; ella enseguida supo que algo había ocurrido. La enfermera apartó un mechón de su cabello de la cara y lo llevó detrás de su oreja.

—Dime corazón. —Se inclinó prestándole completa atención a su pequeño.

Mike abrió los ojos cuando vio al presidente, bajó la voz todo lo que pudo y susurró:

—Ese hombre tropezó un portarretratos, intentó en vano agarrarlo, pero este cayó al suelo y se hizo añicos, ahora todo es un desastre.

—Tranquilo, yo iré a ver que pasó. —Zianna se levantó y miró al presidente. Sus miradas se conectaron y su tonto corazón se aceleró como si fuera una chica de 15 años. Tragó saliva y logró balbucear—. Ya vengo.

Hudson observó a Zianna marcharse, y sí, en ese momento, quiso entrar a la casa, solo para seguirla.

—¿Por qué se queda allí parado? —indagó Mike cruzándose de brazos.

—No me agrada del desorden —admitió Hudson. Clamando al cielo que Zianna y Antoni se dieran prisa.

—A mí tampoco. —El pequeño levantó una ceja sin comprender a donde quería llegar el mandatario.

El presidente suspiró y explicó:

—Donde hay niños, hay caos, juguetes y cosas derramadas. —Hudson y Mike compartieron un escalofrío solo de imaginar la escena.

—Doy gracias a Dios por ser hijo único. —El niño se acercó al jefe de estado—. ¿Cómo toleras trabajar con el desastroso hombre que destruye mi casa justo ahora?




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