Zianna se detuvo en la entrada del pasillo y vio a Antoni tratando de recoger los pedazos de vidrio del suelo.
—Traté de buscar una barredora, pero no conozco la casa —comentó el guardaespaldas percatándose de la presencia de la enfermera.
—En la cocina. —Zianna se agachó y levantó otros adornos que se habían caído; por suerte, eran cosas más resistentes.
—¿El niño está bien?
—Lo estará. —La dama fue a la cocina y buscó la escoba y la pala.
—Solo dígame donde conseguir el portarretrato y lo repondré.
—Tranquilo, no tenía mucho valor.
Antoni miró a Zianna y afirmó:
—No creo que su hijo opine lo mismo.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Zianna terminando de limpiar.
—Es que al ver los vidrios en el suelo, puso una cara de espanto y casi salió corriendo.
Zianna soltó una pequeña carcajada.
—Su cara no era por el portarretrato, sino por el desorden.
—No conozco muchos niños ordenados —manifestó Antoni levantándose del suelo.
—Mi hijo es algo más que eso, él tiene una pequeña manía por el orden y la limpieza.
Antoni observó a su alrededor y no podía creerlo, el único lugar que había visto así de ordenado era... «No, imposible, Hudson no es el único con TOC» Se dijo así mismo.
—¿Lista? —le preguntó a la enfermera.
—Sí, puedes... —Antes de que ella terminara la oración, Antoni ya había tomado un par de maletas y se había marchado—. Qué insoportable.
Zianna salió llevando la maleta de Mike, mientras, Antoni cargaba el equipaje de la enfermera.
La mujer se detuvo en seco cuando se fijó que Hudson observaba a Mike fijamente, pero eso no era lo raro, no. Las personas solían quedarse mirando al pequeño constantemente, principalmente, cuando el niño decía algo muy maduro, muy inteligente o directo. Pues, tener un IQ tan alto tenía sus desventajas, una de ellas era que no solía ser empático.
Mike podía decir lo que pensaba sin tener un filtro, y no a todo el mundo le gustaba que un niño de 6 años los corrigiera.
Lo extraño de esa situación en particular era que Mike también miraba fijamente al mandatario. Eso no pasaba nunca, lo normal era que Mike evadiera la mirada y buscara a su madre.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó la mujer rodando la maleta.
Mike rompió el contacto visual con el presidente, miró a su madre y encogiéndose de hombros dijo:
—Te juro que no dije nada incorrecto.
—Lo siento, solo me he quedado pensando —se excusó Hudson desviando la mirada a Zianna—. Le ofrecería ayuda, pero...
—Señor, con todo respeto, no estoy viajando a Washington por placer o curiosidad, sino por trabajo. Sin embargo, con gusto veo que será por poco tiempo.
Hudson miró a Antoni, pero él solo negó con la cabeza sin entender nada y continuó caminando hasta el auto.
La enfermera no quiso ser grosera, pero debía dejarle en claro al jefe de estado que no estaba interesada en nada que no fuera laboral. Zianna observó al presidente y se fijó en la postura y se reprendió mentalmente por no darse cuenta antes.
—Mike, bebé. ¿Puedes llevar tu equipaje al auto?
—Seguro. —El niño tomó su maleta y la rodó hasta el auto.
—Señor...
—Puedes decirme Hudson —pidió el mandatario.
—Hudson, yo seré tu enfermera, pero debes poner de tu parte si no quieres acabar en un hospital. —Zianna se acercó al hombre y con cuidado pasó el brazo del presidente sobre su cuello—. Por favor, no sea caballero, apóyese en mí, lo llevaré al auto.
Hudson no dijo nada, por primera vez en su vida se había quedado sin palabras y no era por el dolor, no, era por temor a decir una tontería y arruinar el momento.
Fueron avanzando a paso lento, hasta que Antoni vio la escena y corrió a ayudar.
Mike abrió la puerta trasera del vehículo y se hizo a un lado.
Hudson gruñó y apretó los dientes, mientras lo ayudaban a subir.
—¿Qué le mandaron para el dolor? —indagó Zianna, el presidente cerró los ojos sin emitir una sola palabra.
La dama se dio la vuelta y observó a Antoni alzando una ceja.
—Debe tenerlas Adriana —dijo el hombre intimidado.
—Dime que no se fueron del hospital sin que les dieran el alta.
—Señorita, yo solo cumplo órdenes. —Antoni se subió al auto y encendió el motor.
Zianna caminó de vuelta a la casa; activó la alarma y cerró la puerta con seguro.
La dama regresó al auto y subió en el lado de copiloto, pues atrás iba su hijo y el presidente.
—Antoni, por favor, vayamos directo al hospital —indicó Zianna con autoridad.
—No, vamos al aeropuerto —ordenó el mandatario reprimiendo el dolor—. Usted puede darme algo para el dolor en el camino.