A la cabeza de Hudson volvieron con claridad esos recuerdos que el hombre creyó gastados. En cambio, Zianna que se había prometido no pensar en aquella noche; se reprendió por quedarse muda mirando al hombre frente ella.
Lo peor fue darse cuenta de que tenía alzada su mano y en dirección al rostro de Hudson, así que, para disimular, se la puso al mandatario en la frente.
—No tiene fiebre.
—¿Eso es bueno? —indagó Hudson, sabiendo de memoria la respuesta.
—Lo...
"Vamos a despegar, por favor, tomen asiento y colóquense el cinturón" anunció la asistente de vuelo en el altavoz.
—¿Puedo sentarme a su lado? —preguntó Zianna.
Hudson aparentó estar sereno y agradeció al cielo que no tuviera una máquina conectada a él que lo delatara.
—Será un placer —respondió el jefe de estado.
—Mi mamá teme volar —reveló Mike que se había cambiado de asiento a último minuto.
—No lo sabía —comentó Hudson viendo a Zianna.
—Pero, ya le expliqué, es más seguro volar que andar en auto. De hecho, según las estadísticas, el vehículo más mortal es el auto —comentó el niño.
Sus intenciones eran buenas, tranquilizar a su madre, pero eso causó el efecto contrario en Zianna, que ahora estaba aterrada.
La nave comenzó a moverse e instintivamente la dama fue a aferrarse a los reposabrazos, pero Hudson sujetó su mano.
La enfermera giró la cara y miró a Hudson; él por alguna razón parecía sereno.
—Estaremos bien, lo prometo —declaró el mandatario.
Zianna no dijo nada, no podía, pero decidió creer en las palabras del presidente. El hombre se fijó que las piernas de la enfermera se movían en un ritmo constante por los nervios, así que, con esfuerzo, colocó su otra mano sobre ellas.
—¿Qué hace? —cuestionó Zianna, aunque, lo hizo porque era lo correcto, más no porque deseara que la mano fuera retirada.
—Lo siento. —Hudson fue a quitar la mano, pero la enfermera lo impidió.
—Mami, deberías descansar —sugirió Mike cuando la nave se estabilizó.
—No hace falta —comentó Zianna sin soltar las manos de Hudson.
—Mami no dormiste en toda la noche por estar trabajando y lo que va de día tampoco. Si no descansas actuarás de manera errática y eso puede afectar a tu paciente. —Mike sonrió—. Una siesta efectiva dura entre 25 y 30 minutos, el vuelo dura 60, así que puedes descansar un poco.
—Zianna, debes descansar —dijo Hudson.
—Por mi hermano no te preocupes, yo lo cuido —intervino Adriana, que había escuchado todo.
—De acuerdo, pero me avisan cualquier cosa —comentó la enfermera.
Adriana asintió.
—¿Vamos por helado? —le ofreció al pequeño.
—¿De vainilla?
—Es el único sabor que hay en el avión.
El niño sonrió y se marchó con Adriana.
Zianna se fue a cambiar de asiento, pues, no le parecía correcto quedarse dormida al lado del paciente. Sin embargo, ella no contaba con que el presidente, retirara el reposabrazos entre sus asientos y ofreciera su adolorido cuerpo para que ella lo utilizara como almohada.
—Yo también descansaré, si quiere, lo hacemos juntos —murmuró el presidente—. No soy muy robusto, pero le aseguro que en mis brazos estará cómoda.
—Es muy amable, pero debe recuperarse y dejar que sus heridas sanen del todo.
—Entonces permítame el suyo.
—No creo que sea correcto que... —Hudson de manera osada colocó su dedo sobre los suaves labios de la dama.
—Estamos sobre las nubes, aquí, no hay nada correcto o incorrecto. —El mandatario retiró su mano y contempló a la mujer que tenía a su lado.
—La respuesta sigue siendo no. Puedo quedarme en el asiento, pero usted en su lado y yo en el mío.
Zianna se acomodó en su asiento y cerró los ojos.
Claro que no era eso lo que ella quería, pero la última vez que se dejó dominar por lo que sentía terminó embarazada de un desconocido. Sería una tonta si no aprendía de las experiencias del pasado.
Hudson se quedó frío, nunca lo habían rechazado, lo normal era que, fuera él quien pusiera límites y no al revés.
El hombre se irguió en el asiento y trató de ver donde se encontraba su hermana y ese peculiar chiquillo. Aunque, fue su guardaespaldas quien se acercó.
—¿Necesita algo?
—Tráeme mi cuadernillo y mi lápiz de carbón —ordenó el presidente regresando a su posición anterior.
—En seguida. —Antoni se marchó y en pocos minutos regresó con lo que le había pedido Powell.
—Gracias. Ahora, ve y descansa un poco.
—Lo haré luego —terció Antoni.
—No era una sugerencia, tu cara da asco, las ojeras te llegarán al suelo y me veré en la penosa obligación de despedirte.