Una enfermera para el Presidente

Episodio 17: Prematuro.

Zianna poco a poco fue despertando, su mente estaba nublada y sentía que todo lo que había pasado era parte de un sueño. Sin embargo, al abrir los ojos, se encontró al presidente dormido en su asiento, pero con la cabeza sobre su hombro.

Ella sonrió y buscó a su hijo con la mirada.

—¿Mike? —lo llamó al no ser capaz de visualizarlo.

—Estoy aquí —avisó el infante. Salió del asiento trasero y se paró frente a su mamá.

—¿Qué haces? —preguntó Zianna tomando las manitos de su bebé.

—Juego ajedrez con Antoni. —Mike bajó todo lo que pudo la voz y susurró—: Resulta que el guardaespaldas, perteneció al comité de ajedrecistas en su colegio. No ha logrado ganarme, pero es un gran oponente.

Zianna escuchó a su hijo con atención y sonrió, sí, Mike se manejaba mejor en un ambiente adulto que en uno de su edad.

—Ah, por cierto, estamos por llegar —agregó el niño antes de regresar con Antoni.

—Espera —lo llamó su madre y el infante regresó—. ¿Me regalas un beso?

Mike sonrió, sí, ese era otro rasgo que heredó del padre. Su deslumbrante sonrisa.

El pequeño se acercó a su mamita y se dejó envolver en sus brazos, cerró los ojos y fingió aburrirse de los besos de su mamá, pero, lo cierto, era que adoraba cuando su mami le llenaba de besos. Le gustaba que sin importar que tan malo fuera su día en el colegio, en los brazos de su mamá se sentía a salvo, se sentía feliz.

—Mami, te amo —dijo el niño poniendo fin a los besos—. Debo volver a la partida.

—Ve mi pequeño ratoncito.

Zianna expulsó todo el aire de sus pulmones, amaba ser madre, no siempre era lindo, pero siempre era gratificante.

La enfermera, al ver que después de todo el movimiento, el mandatario seguía en su hombro, se dispuso a despertarlo, sin embargo, siendo presa de la tentación, llevó su mano a la cara de Hudson y acarició su mejilla.

Lo que ella no sabía era que el jefe de estado, estaba despierto y se había mantenido aferrado al hombro de ella, gozando de estar allí, ser acariciado fue un bono extra. Él no sabía por qué actuaba de esa manera, como si estuviera esperando cualquier migaja de cariño que le regalara Zianna.

Suspiró y abrió los ojos, movió la cabeza para mirar a la enfermera, pero se encontró que ella también lo estaba mirando. Sus labios quedaron cerca, se podía decir que casi se rozaban. Powell deseó besarla, aunque, como siempre, fue Zianna quien puso distancia regresando la vista al frente.

«¿Tanto te desagrada mirarme?» pensó el presidente acomodándose en su asiento.

En cambio, la dama, a su lado, estaba completamente alterada, se reprochaba comportarse como una nena y no respetar ella misma sus propios límites.

—Estamos por llegar. —Ella quería levantarse del asiento, pero su temor a volar la mantenía allí.

—¿Se encuentra bien? —indagó el mandatario.

—Eso debo preguntárselo yo a usted —replicó Zianna seria.

—Me siento bien —afirmó Hudson.

—Sentirse bien no es sinónimo de estar sano; se siente bien por las medicinas, pero igual debe cuidarse y reposar.

—¿Hice algo que la molestó?

«Sí, ser condenadamente atractivo y tener esa sonrisa que me confunde» quiso decir la enfermera, pero terminó respondiendo:

—No. —Zianna se giró en su asiento y miró a Hudson—. Me disculpo por la confusión.

—No debes pedir disculpas —rebatió Hudson.

—¿Por qué me eligió a mí para ser su enfermera? —preguntó la dama.

«Sus ojos me recuerdan a una persona» pensó Hudson.

—¿Por qué aceptó venir? —contraatacó el mandatario sonriéndole.

«Su sonrisa me recuerda a alguien importante para mí» pensó Zianna.

—Usted lo dijo: la paga es buena.

—¿Solo aceptó el empleo por la paga? —cuestionó Hudson.

Ambos corazones latían con fuerza. Si solo se hubieran dejado guiar por sus instintos, por eso que solo el vínculo creado en un momento de intimidad los hacía sentir. Ellos habrían entendido en ese momento que sus sospechas eran ciertas, pero las personas necesitaban pruebas, para creer.

Por eso, cuando un bebé nacía, debía ser presentado en el registro, pues, se debía dejar constancia de su existencia. Lo mismo pasaba con las parejas, se debían decir constantemente que se amaban, para confirmar sus sentimientos. Al igual que en los juzgados, se buscaban pruebas para demostrar un crimen.

Todo eso pasaba porque las personas necesitaban comprobar la existencia de algo basados en hechos palpables y no en sentimientos, pues, hasta la palabra, había perdido valor.

A diario confiamos en personas que en un primer momento nos parecieron buenas, incluso cuando nuestra intuición nos advertía de ellas. Pero, decidimos creer en lo que vemos y no en lo que sentimos. Al final del día, somos traicionados y en el fondo sabemos que era nuestra culpa por creer más en las palabras de esas personas que en nuestros instintos.




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