¿una Engreída Enamorada?

¿Me quieres?


—¿Y como te ha ido allá? —dijo Madison rompiendo el silencio. Ya que cuando terminaron de cenar todos se quedaron en la mesa, y nadie había manifestado nada.

—Bien. —dijo fascinada por esa hipocresía de querer saber de su vida, cuando la última vez que se vieron fue cuando ella lloraba mientras veía a su padre irse con ella.

—¿Y cómo está Alyssa? —preguntó su padre muy curioso.

La chica lo miró con los ojos entrecerrados esperando ver una señal de que no hablaba de verdad, pero Aarón hablaba en serio, otro hipócrita más añadido a la lista.

—Mi madre está muy bien, a pesar de que la dejaste por esta jovencita. —hizo énfasis en las últimas palabras mirando a Madison.

Su padre iba hablar en defensa de Madison pero Madison respondió por él.

—Mira Samantha, te dejaré en claro; yo amo a tu padre, es un hombre muy lindo, y con un buen corazón, no sé si él ya te había dicho pero decidimos tener un bebé, y eso no cambia el hecho de que él te quiera a ti. —por debajo de la mesa entrelazó su mano con Aarón y se miraron unos segundos, luego giró la vista a Samantha. —Y tu madre es una buena mujer, siempre le tendré mucho cariño.

—No estoy aquí para presenciar su enfermo amor, adiós. —Se levantó rápido de su asiento, se fue caminando en pasos largos hacia la sala, pero frente a la escalera paró y se volteo. —¿Dónde queda mi cuarto? —preguntó sin mirar a nadie en específico.

—Segunda planta, tercer cuarto a la derecha. —respondió Dylan sin mirarla abriendo el refrigerador.

Samantha sólo se volteó y no le dio ni las gracias. Cuando ella subió se fue a su cuarto con las indicaciones que Dylan le había dado. Su cuarto no era muy grande como el de su casa, estaba pintado de color rosa al lado de su cama tenía un pequeño sofá marrón, la cama era muy grande y a la izquierda tenía una cómoda color marrón, donde sabía que toda la ropa que trajo no le iba a caber. Era un cuarto muy común, y eso no le gustaba. Ni siquiera tenía televisión, y en su casa hasta los cuartos de los invitados tenía televisión.

Después de terminar de ver el cuarto, y quejarse mientras observaba las cómodas marrones, miró de reojo la cama y después de un largo suspiro caminó hacia ella y se tiró de espaldas aún con la misma ropa con la que había llegado, lo único de lo que no se podía quejar era de la cama, era muy cómoda, aunque se viera tan aburrida.

Después de un rato se paró a buscar su pijama en una de las maletas, pero quedó confundida al ver que de cinco maletas sólo habían tres, le faltaba una grande donde traía su maquillajes junto, sus joyas y la secadora y todos los utensilios de lavar y secar su pelo, y una pequeña con más ropa.

Después de buscar las maletas que le faltaban por toda la habitación y el pasillo de los cuartos se enojó más de lo que estaba, bajó con todas prisa las escaleras, y andaba por toda la casa buscando a su padre hasta que entró en un cuarto en el sótano lleno de luces, muchos tipos de juegos y en el fondo pudo ver a un hombre de pelo negro por la espalda sentado en un sofá mirando televisión.

—¡Aarón! —gritó cuando se dio cuenta que era él—.¡¿Dónde están mis otras dos maletas?! Dime qué las tienes en el auto. —gritó acercándose a él mientras se ponía nerviosa abriendo sus ojos a más no poder.

El hombre se paró del sofá y se acercó a ella muy confundido.

—¿Qué? ¿Cómo que otras dos maletas? —preguntó sin saber de qué hablaba—. Sólo eran tres. —le dejó en claro bajando el volumen al televisor.

—No, no eran tres —negó con la cabeza—. Son cinco maletas, tres grandes moradas y dos pequeñas negras. —decía mientras las contaba con los dedos—. ¿Qué voy hacer ahora? Todas mis cosas más importantes están en esas maletas. —Se ponía las manos en la cabeza y hablaba con un tono de voz muy bajo.

—Sé que no me debería meter. —interrumpió Dylan quien estaba parado al lado de las escaleras que conducían hacia arriba en la sala—. Pero todo lo que necesites se lo puedes pedir prestado a mi mamá mientras se resuelve el problema de tus maletas.

Su padre estaba de acuerdo con Dylan, pero ella sin pensarlo dos veces se negó.

—No, no me gusta esa idea. —frunció su mirada hacia Dylan y bajó la mirada—. ¡Ya sé! —levantó rápido la mirada con una gran sonrisa, mientras alzaba el dedo índice a la altura de su nariz—. Vamos al aeropuerto y la buscamos. Así que vámonos Aarón. —ordenó apresurada.

—No cariño, son casi las 11 de la noche y ese aeropuerto queda muy lejos. —dijo mirando el reloj que tenía en su muñeca.

A Samantha sólo le importaba su imagen como a cualquier adolescente que va en primer día de clases, aunque en su caso era primer día de segundo semestre.




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