Una EnseÑanza De Vida

CAPÍTULO 3

Karlo y yo no éramos partidarios de fiestas grandes. Fuimos al registro civil y apartamos la primera fecha disponible para la boda. Yo nunca tuve la ilusión de ir caminando hacia el altar con vestido de novia pues me resultaba penoso; es más, los días previos a la ceremonia sentía que me esperaba un trago amargo y deseaba que pasara rápido el tormento, no por la vida de casada, sino por el ritual de la boda. Los dos coincidimos en que lo ideal era casarnos en el registro civil y salir de viaje en ese mismo instante. Eso pensábamos nosotros, pero soy la única mujer de los tres hijos de mi mamá y de alguna manera ella no deseaba que la fecha pasara desapercibida así que hizo una gran olla de comida, compró refrescos, pastel y nos pidió que por lo menos se hiciera una taquiza en la que sería nuestra casa.

Nos casamos en una ceremonia rapidísima en un juzgado polvoriento que tenía las ventanas con cinta canela en forma de X, quizá por algún huracán que había pasado previamente. Los testigos fueron mi amiga Lucía y mi gran amigo Carlos, los de él, Alejandro y Aida.

A la comida llegaron bastantes amigos mutuos y no faltaron las felicitaciones, fotos, regalos y hasta baile.

Hubo un detalle que llamó mi atención en ese momento y que años después definiría como un presagio. En el centro del pastel estaba la figura de los novios pegado el uno al otro, por alguna razón se despegaron y el novio se caía a cada momento mientras la novia permanecía bien parada; lo acomodaban y se volvía a caer; se cayó tantas veces que alguien optó por quitarlo y ponerlo por ahí así que el resto de la reunión fue un pastel con una novia solitaria adornándolo.

Cuando por fin se fueron todos, Karlo y yo armamos nuestra respectiva mochila y nos dirigimos a la central de autobuses; disponíamos de 4 días libres en el trabajo y decidimos ir al destino del próximo camión; ese lugar fue Veracruz Puerto.

Viajamos toda la noche y disfrutamos esa corta luna de miel visitando playas en Boca del Río, el fuerte San Juan de Ulúa, los Portales y otros lugares, incluso hubo tiempo de acudir a ver al cómico Memo Ríos cuyo show nos hizo reír a carcajadas.

De verdad que lo mágico de la juventud era ser despreocupado; no importaban los desvelos, si comíamos aquí o allá o había que repetir ropa, así éramos; claro también responsables en las obligaciones laborales.

Fue un viaje bonito al cual siguieron muchos otros cada que había oportunidad, Mérida, Cancún, Cozumel, Playa del Carmen, Isla Mujeres, Xalapa, Villahermosa, Monterrey, DF, etc.

A Karlo le encantaba disfrutar la vida.

 

Hasta aquí todo parece perfecto, ¿verdad? Sin embargo había un detalle. Como había mencionado, Karlo era delgado y fuerte, así se mantuvo poco más del primer año de novios. Gradualmente fue subiendo de peso, al inicio fue imperceptible; sus piernas antes gruesas y musculosas perdieron volumen hasta quedar significativamente delgadas, lo mismo pasó con sus brazos; en contraste su abdomen fue haciéndose más abultado, una enorme panza; su cara se hizo redonda deformando sus facciones hasta llegar a parecer otra persona; también poco a poco le aparecieron enormes estrías color púrpura en la parte interior de las piernas, brazos, abdomen y glúteos. Menguó su energía, se cansaba al caminar y no rendía en los partidos de fútbol, entraba 15 minutos y pedía su cambio. En el día de nuestra boda él ya tenía esos cambios físicos.

Ya casados solíamos preguntarnos qué era lo que ocurría con su cuerpo, pues él comía exactamente lo mismo de siempre. Entonces disminuyó sus porciones de comida hasta llegar a ingerir tan poco que no sería suficiente para un niño pero aun así su peso continuaba a la alza.

Con el paso de los meses, la rutina seguía siendo: trabajo, un poco de ejercicio, salidas con amigos, viajes, en fin, una vida normal de pareja joven.

Nuestra recién iniciada vida sexual era mínima, escasa, esporádica. No era algo que me preocupara o afectara porque había amor y nuestra relación estaba tan llena de otros satisfactores que llegué a pensar que era normal.

Karlo y yo compartíamos todo, incluso teníamos un teléfono celular que era de ambos y usábamos por turnos, de tal manera que uno tomaba los recados del otro. Había mucha confianza.

 

Cuatro meses antes de cumplir el año de casados, Karlo me informó que iríamos a Orlando Fl. para festejar y nos apresuramos a hacer las diligencias previas.

 

Cierto día, Karlo estaba realizando un recorrido de trabajo en una Plataforma Marina. Para quienes no lo saben, Petróleos Mexicanos se dedica a la exploración, perforación, extracción y producción de crudo y tiene instalaciones en la sonda de Campeche en el Golfo de México y a ellas es posible llegar por helicóptero o embarcación. Yo también debía ir con cierta frecuencia a las plataformas como parte de mi trabajo.

Karlo estaba con un grupo de personas y cuando les avisaron que el helicóptero ya había llegado para regresarlos a tierra firme, corrieron a abordar. Él corrió pero se fue quedando sin aire y antes de subir al helicóptero se desplomó. Sus compañeros lo socorrieron y luego de un rato lograron hacerlo abordar. Al sentirse mejor les dijo que tal vez la comida le había hecho daño.

Cuando me lo contó, Karlo aseguró que le urgía bajar de peso porque había perdido toda su condición física.




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