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La revisión médica era de rutina: laboratorios, medición de presión arterial, pulso, pruebas de esfuerzo, de audición, etc.
Cuando el médico general tomó la presión arterial de Karlo se alarmó ya que marcaba 170/120; es un registro bastante alto y preocupante que tendría en cama a cualquier persona por lo que era raro que él no se sintiera mal. Al comentarle sobre su aumento de peso y los otros cambios corporales que mencioné anteriormente, el doctor llamó de inmediato al médico internista y al cardiólogo.
Después de revisarlo detenidamente, éstos coincidieron en que tenía muy alta probabilidad de padecer "Síndrome de Cushing", una afección provocada por estar expuesto a altos niveles de cortisona durante un tiempo prolongado. Este síndrome podía presentarse por varias razones, una de ellas por "Enfermedad de Cushing", en la cual la hipófisis secreta cifras elevadas de hormona adrenocorticotropina. Esto podía ser provocado por un tumor o crecimiento excesivo de la hipófisis, glándula que está localizada justo debajo de la base del cerebro. Un tipo de tumor de la hipófisis llamado adenoma es la causa más común. El adenoma es un tumor benigno (no es canceroso).
Las personas afectadas por el Síndrome de Cushing o Enfermedad de Cushing suelen presentar los siguientes síntomas: acumulación de grasa entre los hombros, cara de luna llena y estrías rosadas o violáceas. Además: fatiga, hambre excesiva, osteoporosis, presión arterial alta, rubor, sudoración o vellosidad excesiva, debilitamiento general, oscurecimiento de la piel, debilidad muscular o pérdida de músculo, acné, ansiedad, aumento de peso, caída del cabello, depresión, dolor de cabeza, facilidad para desarrollar hematomas, grasa abdominal, adelgazamiento de las extremidades, infertilidad, insomnio o irritabilidad.
Los médicos tramitaron un envío al hospital de Villahermosa para realizar algunas pruebas y saber si el tumor se localizaba en las glándulas suprarrenales (riñones) o en la hipófisis (cerebro). A la brevedad le indicaron tratamiento para controlar presión arterial y ritmo cardiaco, ya que era un riesgo que mantuviera esas cifras pues podía sufrir un derrame cerebral. La juventud de Karlo (28 años), su estilo de vida saludable, buena alimentación, ejercicio, cero tabaco, mínimo alcohol y estabilidad emocional le habían estado ayudando pero el riesgo era latente.
En ningún momento lo vi triste o preocupado, para él su situación era algo más de lo cual ocuparse, un reto grande quizá pero al final del día siguió actuando igual, bromeando, discutiendo, o sea normal. Su optimismo era contagioso, por lo tanto yo tampoco me sentí angustiada. Incluso comentó que era excelente que fuéramos a Villahermosa porque podríamos comer en "El árabe", un restaurante de carne asada y cabrito muy al estilo de Monterrey.
En Villahermosa, después de unas pruebas, los médicos descartaron que el tumor se alojara en las glándulas suprarrenales y mencionaron que lo más probable era que se encontrara en el cerebro pero para confirmarlo había que realizar más estudios en el hospital de primer nivel de la Ciudad de México ya que ahí no contaban con los aparatos necesarios.
Después de recorrer la ciudad de Villahermosa y comer delicioso, regresamos a Ciudad del Carmen.
Al no observar mejoría en la presión arterial a pesar del tratamiento, el hospital tramitó a Karlo un envío urgente a México con la instrucción de ser ingresado al llegar.
De un día para otro pedí permiso con carácter renunciable en mi trabajo pues no sabía cuándo regresaría.
Volamos a la ciudad de México contando con que una ambulancia nos esperaría en el aeropuerto, sin embargo ésta no apareció y en el hospital nadie sabía del tema. Perdimos tiempo y energía así que decidimos tomar un taxi. Había tráfico y nos llevó 1 hora y media arribar a nuestro destino.
Llegamos al hospital Picacho cerca de las 9 pm e internaron a Karlo al área de urgencias donde me dijeron que estuviera al pendiente del informe. Pasaron las horas y permanecí en la sala de espera con las 2 maletas hasta que por fin, cerca de las 2 am, la enfermera me entregó un bulto diciendo que era la ropa del paciente, luego me acompañó al piso donde lo habían ingresado. Él yacía en la cama con una bata blanca y semblante cansado; estaba solo en el cuarto, que era para 2 pacientes y se dividía con una cortina. Me asomé por el ventanal desde donde se veían las luces de la enorme ciudad y luego apagué la luz para dormir en una silla.
Era el mes de Noviembre, hacía frío y faltaban exactamente 2 semanas para nuestro primer aniversario de boda.
En el hospital estaba estrictamente prohibido para el acompañante bañarse o ingerir alimentos dentro de la habitación.
Muy temprano llegó un equipo de doctores y enfermeras, quienes me pidieron que esperara afuera.
Luego de la revisión, el Dr. Carlos Cámara, médico internista, me comentó que harían los estudios necesarios para el diagnóstico. Karlo permanecería ingresado por tiempo indefinido ya que su condición era delicada por la presión arterial que no se podía controlar.
Las dudas me asaltaron, ¿qué haría yo? ¿Dónde viviría? Podía pasar el día en el cuarto sentada en la silla pero necesitaría un lugar para bañarme y descansar.