—¡No puedes irte de esa manera! Tenemos tres hijos.
—¡Me cansé Scott! Te dije que no era mujer para ser madre. Pero preferiste ser sordo y embarazarme en tres ocasiones. Tener a Dan fue un error.
—No puedes hablar de esa manera, Dan es solo un bebé, te necesita; los cuatro te necesitamos.
—¡Ya no quiero Scott!
—No dejaré que salgas de esta casa y abandones a tus hijos.
Tomé su maleta y la llevé de nuevo a su habitación.
Tenía diez años de casado con Ivette y desde que la conocí sabía que ella sería la madre de mis hijos. Nos casamos seis meses después de conocernos. Todo fue maravilloso en un principio, pero los problemas iniciaron cuando le pedí un primer hijo.
No quería perder su perfecta figura, pero le insistí en que un hijo no iba a perjudicar su cuerpo, además le ofrecí pagarle los mejores nutricionistas y gimnasios.
Mi deseo siempre fue ser padre, pero no quería serlo con cualquier mujer sino con Ivette a quien había escogido como mi esposa.
No obstante, tal vez lo hacía para no darle la razón a mi familia. Mi madre nunca la copto como mi esposa y para qué mencionar a mi padre. La última vez que lo vi fue para el día de mi matrimonio y después ni siquiera soportaba estar en el mismo lugar que yo. Así que apenas y conocía a sus nietos.
Mis dos padres fueron exitosos jueces en la corte y por ser hijo único la presión fue mayor. Tuve que ser perfecto en todo. Tengo mi propia firma de abogados la cual presido con esfuerzo, en la ciudad soy el mejor abogado y no solo por el apellido sino porque me trabajo lo ha demostrado.
Ahora no podía parecer un fracasado, no quería darle un motivo a mis padres para que se decepcionaran más de mi. Nunca fui un perdedor, fui un excelente hijo, estudiantes y abogado. También sería un excelente esposo y padre.
—Te quedarás aquí —ordené.
—Está bien, me quedaré pero quiero dinero. Tengo que cambiar mi armario y tener un día de spa. Si tengo que seguir siendo madre, al menos lo haré con glamour.
Saqué mi chequera, hice un cheque y lo extendí. El dinero y lujos eran lo único que mantenía a Ivette a mi lado y a lado de mis hijos.
Salí de la casa y subí a mi auto.
—¡Maldita sea! —grité ofuscado. ¿En qué momento mi matrimonio se convirtió en algo miserable? Siempre le di de todo a mi esposa y mis hijos, trabajaba día y noche para que su vida fuera la mejor. Y ahora ella quería abandonarme.
Nadie abandona al exitoso abogado Scott Miller.
(...)
Regresé a casa agotado y solo quería tomar una ducha larga y que mi esposa me complaciera en la cama para terminar este día de manera exitosa.
Antes de llegar a mi habitación pasé por la habitación de mis hijos: Leo, Luka y Dan el más pequeños, tenía apenas diez meses de haber nacido. Aún era un bebé.
Llegué a mi habitación, esperando encontrar a Ivette.
—Amor, ya llegué. —grité desde la puerta. Empecé a quitar mi corbata, el saco y los zapatos —¡Ivette!
Al no recibir respuesta fui al baño, pero no había nada. Bajé a la primera planta y la busqué por la cocina, la sala, mi estudio pero no estaba. Fui a la recamara de Mónica, la señora encargada de la limpieza de la casa.
—Señor ¿sucede algo?
—Disculpa Mónica, es que no encuentro a mi esposa ¿sabes si ella fue a algún lugar?
—Salió desde la tarde, me dijo que me encargara de los niños. Pero no me dijo a dónde iba.
—Gracias Mónica.
—¡Ah! Me dijo que había dejado algo para usted en la cómoda a lado de su cama.
Regresé a mi habitación y busqué en la cómoda, encontré un sobre con mi nombre, saqué una nota que se encontraba en él.
Siempre pensé que mi sueño era ser tu esposa y madre de tus hijos y con esa ilusión fue que me case contigo, pero las cosas cambiaron con el tiempo. Todo cambió sobre todo después del nacimiento de Dan, me ví al espejo y no me gustó nada. Yo no había nacido para pasar el resto de mi vida criando a los niños. Te amo y también a mis hijos, pero ya no puedo, ya no soporto esta vida. No me busques, ni me llames. Dejo en el sobre el anillo de matrimonio, espero que algún día encuentres a la mujer que satisfaga tus exigencias. Dile a los niños que los amo y siempre los querré.
Con amor Ivette.
Revisé el sobre y en efecto el anillo de bodas se encontraba allí.
Lo tomé en mis manos y lo lancé hacia el suelo. Tomé la nota en mis manos y la hice pedazos.
¡Ivette me había abandonado!
Empuñé mis manos y fui directo a mi baño. Me miré al espejo y ví mi cara de fracaso, la mujer de mis sueños, mi esposa y la madre de mis hijos me había abandonado.
Golpeé el espejo con mi puño, no quería ver la imagen que se reflejaba.
Lo hice una vez, dos, tres, cuatro veces, con una mano y con otra. Me detuve hasta que vi mis manos sangrar.
Me sentía derrotado, la perfecta familia que me esforcé en lograr se había destruido. ¿Qué iba hacer? ¿Cómo decirle a mis padres que siempre habían tenido la razón? ¿Qué iba hacer con tres niños a mi cargo?